Vamos haciendo memoria, desde 1961 se celebra anualmente el 27 de marzo el Día Mundial de Teatro, lo sé por una curiosidad que me nació en un afiche de un corral mal trecho en Querétaro, en donde se leía: “¡Y aquí, ilustre Senado, termina la vida y comienza el teatro!” Entonces me di al ejercicio más democrático de las humanidades: ir al teatro.
Si alguien me apura, podría confesar que el teatro universitario o el teatro organizado en Querétaro data por ahí de 1959; yo no había nacido… creo que Manuel, sí. Da lo mismo, éramos unos mocosos, porque fue hasta 1962 que Jean Cocteau, un 27 de marzo colocó el primer discurso a la comunidad teatral mundial como un día propio, una fecha para celebrarnos.
Los dramaturgos, directores, actores, personal de producción, público, curiosos, iluminadores, vestuaristas, y otro montón de loquitos nos visitamos las almas cada 27 de marzo al jubileo, al gozo, a la tragedia, a la comedia, en fin… a vivir y compartir la escena.
Hallado en este balbuceo dramático, recupero a Naredo.. Yo lo vi actuar por vez primera en una pastorela, no recuerdo bien a bien, si con los Cómicos de la Legua o en el Corral de Comedias, por allá de los años ochentas; después supe que se llamaba Manuel Naredo Naredo, el histrión, un simpático cronista que llevaba una columna cultural llamada Genio talento y figura en el Diario de Querétaro. Yo me sentí bien y pensé para mis adentros: aquí hay teatro y cultura para rato.
Así con el paso de los años lo fui leyendo y seguía sus actuaciones, sus direcciones, producciones y así hasta la fecha; sin olvidar sus columnas, sus crónicas –Mani, es el articulista más antiguo del estado–. (No lo tomes a ofensa, Manuel, pero eres el más longevo de todos).
Con el paso de los años, la poesía y el teatro me llevaron a conocer a Naredo. Jorge H. Alcocer y Alonso Cardiel me invitaron a impartir el primer taller de Creación Literaria en el Tec de Monterrey, ambos se sugirieron que fuera a charlar con el editor del Informa Tec; y ahí fue un hippiteca en busca de una audiencia… ¿Cual fue mi sorpresa? Mi amigo distante, Manuel Naredo, estaba escribiendo artículos, noticias, editando notas estudiantiles con esa sonrisa que lo distingue, con el mejor ánimo, batallando como un toro echando el cuerpo pa´lante.
Me invitó a un café –horrible, para blandengues, como solían servirlos en el Tec–, me entrevistó para promover el Taller de Creación Literaria, fue generoso y amable, nada de lo que hoy confieso lo sabía Manuel, es más creo, que yo le imponía.
Al cabo de un tiempo, Manuel fue nombrado director de Difusión Cultural del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey –fue mi jefe, muy querido–; después director de Cultura del Municipio de Querétaro. Más tarde cuando me nombraron director de Literatura del Estado y director del Centro Queretano de Escritores, Naredo asumió otra asignatura: director de Difusión y Patrimonio Cultural de Querétaro, al tiempo que malabareaba, dirección teatral, actuaciones, sonrisas y la brega burocrática de la cultura.
Era, y sigue siendo un personaje amable, empeñoso.
A veces coincido con Mani, cuando pasea a su perro (que más bien perece un caballo que lo lleva a él).
Pienso en la estirpe cultural de nuestra levítica ciudad, de nuestra animada cultura, pienso en los comprometidos, en nuestros precursores: Paula de Allende, Juan Antonio Isla, Enrique Villa y en Manuel Naredo Naredo, que por ahí se va sonriendo, recogiendo las cacas de su perro.
Y es que Naredo ha representado todo y todo lo ha hecho bien: articulista, editor, actor, dramaturgo, promotor cultural, maestro, buen amigo, tímido, paseador de perros, papá, delegado de INAH, coordinador del Consejo Estatal para la Cultura y la Artes, director de Cultura del Municipio, director de compañías de teatro como la Media Luna, director de Museos para el Estado de Querétaro… pero sobre todo un buen cómplice y amigo de la cultura y los artistas queretanos.
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Yo sé que me exceden mis afectos por Manuel, pero esto no es periodismo, no me interesa ser objetivo, esto es un homenaje de lo que he sido testigo. Doy fe: ahora que la cultura y las artes sufren, les hacen mucha falta un Manuel Naredo, ese que piensa en una obra de teatro, el que se balbucea un diálogo a sí mismo mientras pasea al monstruo ese, al tiempo que piensa: ¿Qué van a comer mis colegas mañana? ¿Qué vamos a hacer y ser después