/ viernes 10 de junio de 2022

El consumo de la narcocultura: crisis simbólica en el imaginario colectivo

Tinta para un Atabal

El teatro como medio de expresión es dinámico, muta, se mueve y se transforma con los contextos, las identidades y la cultura. En una era de globalización y capitalismo como contexto mundial, el arte se ha mermado por el consumo, pero el teatro parece resistir la opresión.

Vivimos en un mundo acelerado donde lo visual y lo auditivo tienen que correr a la velocidad de la luz para alcanzar su cometido, introducirse en el imaginario colectivo; pero, como una cíclica ironía, es el imaginario colectivo quien construye las imágenes, las palabras, las canciones, las historias que consumimos.

¿Qué sucede cuando ese imaginario está en crisis y pisa sobre terrenos pantanosos? ¿qué es lo que se consume? ¿cuál es el origen y el sentido de estos productos que consumimos? ¿cuáles son sus consecuencias?

México es un país acorralado por la violencia; la existencia del narcotráfico se ha apoderado de la política, de la economía, de la sociedad y de su cultura, ha logrado introducirse en los espacios más cotidianos como el lenguaje y lo ha logrado gracias a expresiones musicales y visuales como los narcocorridos y las series de televisión. ¿La violencia se ha apoderado de las artes?

Los narcocorridos han sido los mejores aliados del narcotráfico pues las anécdotas musicales enaltecen a los criminales, los victimizan, los vuelven héroes pero, sobre todo, los visibilizan y los acercan a la sociedad. Hace algunos años, el hablar de un narcotraficante era hablar de alguien que se mantenía lejos de la vida cotidiana de quienes no tocaban esos mundos, ahora estamos más cerca de ellos, o eso creemos, usamos sus expresiones, conocemos sus vidas, sabemos sus vínculos con la política y el Estado, nos referimos a ellos por sus nombres de pila o apodos, como si habláramos del vecino, pero este acercamiento nos aleja de su verdadera esencia, nos hace olvidar lo que son: asesinos y criminales.

¿A quién responsabilizamos de esta osadía? El Estado es un comienzo, ese espacio hegemónico de gran poder permite la existencia del narcotráfico, lo sostiene, hace vínculos, se aprovecha de su solidez. No podemos negar que los narcotraficantes han construido una sólida empresa, ¿acaso lo hubieran hecho sin la complicidad de quienes nos gobiernan?

Sí, el Estado es cómplice del narco y poco puede hacer para ocultarlo pero, además, los narcotraficantes se han independizado, el gobierno quizá ya no sea solo su cómplice, sino más bien una especie de empleado. Encontraron su forma de existir por sí mismos, la más violenta, la mas sangrienta, la peor: decapitados, mantas con amenazas escritas, colgados de puentes, mujeres desaparecidas, hombres desaparecidos, periodistas asesinados, activistas amenazados y entonces, ¿por qué no les tememos? ¿por qué sentimos tanta curiosidad por conocerlos? y peor aún: ¿por qué a veces tratamos de emularlos?

Por medio de espacios ficcionales –como las series de televisión y la música–, los criminales se han hecho ver de la manera más amable, ¿quién iba a decir que les funcionaría tan bien? Y es que a pesar de que las realidades son contundentes, parece que las ficciones son más convincentes.

¿Por qué seguimos haciendo una apología de estos criminales? ¿por qué la música nos convence más que las sangrientas noticias? Quizá tenga que ver con una crisis de sentido social, una mutación identitaria, un reacomodo de nuestros símbolos y creencias. Hemos dejado de confiar en los pilares que no sostenían; la Iglesia y el Estado, podridos y porosos, nos guiaron por siglos, ahora se están cayendo, pero nosotros, ¿hacía donde dirigimos nuestras manos? ¿de quién o quiénes nos sostenemos? ¿qué rol juega el teatro en esta crisis?

El teatro, como un espacio de diálogo, permite generar reflexiones a través de la visibilización de fenómenos sociales, permite que el público pueda sentir empatía por un tema si se identifica con la trama o con los personajes, es aquí donde encuentro una oportunidad para esta crisis de la que hablo. Si la música como expresión artística se ha convertido sin querer en una aliada de los criminales, el teatro puede entonces revertir el efecto.

No afirmaré que el arte está a favor de unos y otros, solo diré que se han apropiado de él para introducirse en nuestro imaginario, para convencernos de algo… y lo han logrado. El consumo exacerbado de imágenes y de música ha transformado el sentido artístico de estas expresiones, pero existen otros espacio que pueden entorpecer este mecanismo de poder que se ha inventado el narcotráfico para vendernos una imagen de ellos que en nuestro imaginario ya está establecido pero, como todo símbolo colectivo, el riesgo de mutar o desaparecer es latente.

El teatro con su propio sistema simbólico, con sus mecanismos ficcionales para visibilizar realidades es la oportunidad de plasmar la imagen del narcotraficante como lo que es, pero no solo de ellos sino de cualquier realidad, fenómeno o contexto que resulte peligroso para la sociedad. El teatro ha sido capaz, con sus elementos dramatúrgicos y estéticos, de dialogar con el público sobre la urgencia de ver a estos criminales como eso, personas sin ética, que asesinan, roban y destruyen cualquier tejido social, pero también es capaz de reestructurar nuestro sistema simbólico que a veces se encuentra en crisis.

Estamos en ese desequilibrio porque hemos dejado de creer y de confiar en quienes pensábamos que eran nuestros guías, pero la respuesta está aquí, dentro de nosotros, en nuestras identidades, en nuestra cultura, en la convicción de que nosotros las construimos y deconstruimos, la respuesta está en el arte que creamos y que consumimos. Por eso la lucha es compleja y las resistencias son más fuertes, porque el exterior es peligroso, es hegemónico, colonial, capitalista y neoliberal y ha logrado colarse por nuestras fronteras simbólicas. Pero la lucha no está perdida, solo estamos en el camino.

La cultura es nuestra, el arte es nuestro, nosotros somos las identidades; si la hegemonía se ha apropiado de ellos, nosotros podemos recuperarlos rápidamente porque a nosotros nos pertenecen. El teatro como expresión artística muta, cambia, se deconstruye y siempre estará de nuestro lado.

El teatro como medio de expresión es dinámico, muta, se mueve y se transforma con los contextos, las identidades y la cultura. En una era de globalización y capitalismo como contexto mundial, el arte se ha mermado por el consumo, pero el teatro parece resistir la opresión.

Vivimos en un mundo acelerado donde lo visual y lo auditivo tienen que correr a la velocidad de la luz para alcanzar su cometido, introducirse en el imaginario colectivo; pero, como una cíclica ironía, es el imaginario colectivo quien construye las imágenes, las palabras, las canciones, las historias que consumimos.

¿Qué sucede cuando ese imaginario está en crisis y pisa sobre terrenos pantanosos? ¿qué es lo que se consume? ¿cuál es el origen y el sentido de estos productos que consumimos? ¿cuáles son sus consecuencias?

México es un país acorralado por la violencia; la existencia del narcotráfico se ha apoderado de la política, de la economía, de la sociedad y de su cultura, ha logrado introducirse en los espacios más cotidianos como el lenguaje y lo ha logrado gracias a expresiones musicales y visuales como los narcocorridos y las series de televisión. ¿La violencia se ha apoderado de las artes?

Los narcocorridos han sido los mejores aliados del narcotráfico pues las anécdotas musicales enaltecen a los criminales, los victimizan, los vuelven héroes pero, sobre todo, los visibilizan y los acercan a la sociedad. Hace algunos años, el hablar de un narcotraficante era hablar de alguien que se mantenía lejos de la vida cotidiana de quienes no tocaban esos mundos, ahora estamos más cerca de ellos, o eso creemos, usamos sus expresiones, conocemos sus vidas, sabemos sus vínculos con la política y el Estado, nos referimos a ellos por sus nombres de pila o apodos, como si habláramos del vecino, pero este acercamiento nos aleja de su verdadera esencia, nos hace olvidar lo que son: asesinos y criminales.

¿A quién responsabilizamos de esta osadía? El Estado es un comienzo, ese espacio hegemónico de gran poder permite la existencia del narcotráfico, lo sostiene, hace vínculos, se aprovecha de su solidez. No podemos negar que los narcotraficantes han construido una sólida empresa, ¿acaso lo hubieran hecho sin la complicidad de quienes nos gobiernan?

Sí, el Estado es cómplice del narco y poco puede hacer para ocultarlo pero, además, los narcotraficantes se han independizado, el gobierno quizá ya no sea solo su cómplice, sino más bien una especie de empleado. Encontraron su forma de existir por sí mismos, la más violenta, la mas sangrienta, la peor: decapitados, mantas con amenazas escritas, colgados de puentes, mujeres desaparecidas, hombres desaparecidos, periodistas asesinados, activistas amenazados y entonces, ¿por qué no les tememos? ¿por qué sentimos tanta curiosidad por conocerlos? y peor aún: ¿por qué a veces tratamos de emularlos?

Por medio de espacios ficcionales –como las series de televisión y la música–, los criminales se han hecho ver de la manera más amable, ¿quién iba a decir que les funcionaría tan bien? Y es que a pesar de que las realidades son contundentes, parece que las ficciones son más convincentes.

¿Por qué seguimos haciendo una apología de estos criminales? ¿por qué la música nos convence más que las sangrientas noticias? Quizá tenga que ver con una crisis de sentido social, una mutación identitaria, un reacomodo de nuestros símbolos y creencias. Hemos dejado de confiar en los pilares que no sostenían; la Iglesia y el Estado, podridos y porosos, nos guiaron por siglos, ahora se están cayendo, pero nosotros, ¿hacía donde dirigimos nuestras manos? ¿de quién o quiénes nos sostenemos? ¿qué rol juega el teatro en esta crisis?

El teatro, como un espacio de diálogo, permite generar reflexiones a través de la visibilización de fenómenos sociales, permite que el público pueda sentir empatía por un tema si se identifica con la trama o con los personajes, es aquí donde encuentro una oportunidad para esta crisis de la que hablo. Si la música como expresión artística se ha convertido sin querer en una aliada de los criminales, el teatro puede entonces revertir el efecto.

No afirmaré que el arte está a favor de unos y otros, solo diré que se han apropiado de él para introducirse en nuestro imaginario, para convencernos de algo… y lo han logrado. El consumo exacerbado de imágenes y de música ha transformado el sentido artístico de estas expresiones, pero existen otros espacio que pueden entorpecer este mecanismo de poder que se ha inventado el narcotráfico para vendernos una imagen de ellos que en nuestro imaginario ya está establecido pero, como todo símbolo colectivo, el riesgo de mutar o desaparecer es latente.

El teatro con su propio sistema simbólico, con sus mecanismos ficcionales para visibilizar realidades es la oportunidad de plasmar la imagen del narcotraficante como lo que es, pero no solo de ellos sino de cualquier realidad, fenómeno o contexto que resulte peligroso para la sociedad. El teatro ha sido capaz, con sus elementos dramatúrgicos y estéticos, de dialogar con el público sobre la urgencia de ver a estos criminales como eso, personas sin ética, que asesinan, roban y destruyen cualquier tejido social, pero también es capaz de reestructurar nuestro sistema simbólico que a veces se encuentra en crisis.

Estamos en ese desequilibrio porque hemos dejado de creer y de confiar en quienes pensábamos que eran nuestros guías, pero la respuesta está aquí, dentro de nosotros, en nuestras identidades, en nuestra cultura, en la convicción de que nosotros las construimos y deconstruimos, la respuesta está en el arte que creamos y que consumimos. Por eso la lucha es compleja y las resistencias son más fuertes, porque el exterior es peligroso, es hegemónico, colonial, capitalista y neoliberal y ha logrado colarse por nuestras fronteras simbólicas. Pero la lucha no está perdida, solo estamos en el camino.

La cultura es nuestra, el arte es nuestro, nosotros somos las identidades; si la hegemonía se ha apropiado de ellos, nosotros podemos recuperarlos rápidamente porque a nosotros nos pertenecen. El teatro como expresión artística muta, cambia, se deconstruye y siempre estará de nuestro lado.

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