/ domingo 30 de octubre de 2022

El teatro en el día de muertos

Tinta para un Atabal


Los orígenes de celebración del día de los santos difuntos se sitúan en épocas prehispánicas: muchas etnias mesoamericanas rendían culto a la muerte. Entre ellas estaba la mexica cuyos dioses que definían la suerte de las almas eran Mictecacíhuatl y Mictlantecuhtli. Ambos eran señores del Mictlán o “lugar de los muertos”. Las almas de los difuntos tenían que atravesar un largo camino de obstáculos para poder acceder a este lugar. Los dolientes vivos se encargaban de acompañarlos a la distancia por medio de un ritual, que solía extenderse hasta por cuatro años luego de la muerte de su pariente, tiempo en el que se realizaban periódicas ceremonias en el lugar donde se encontraban las cenizas o el cuerpo del difunto. Este ritual además de ayudar a que las almas descansaran también servía como duelo de los familiares.

A la llegada de los españoles, dicho ritual experimentó un proceso de sincretismo (como todos los fenómenos culturales de la sociedad nahua) al unirse y mezclarse con la celebración española de los difuntos dando lugar a los orígenes de nuestra actual celebración. “Las ofrendas de día de muertos son altares de origen prehispánico. Estos eran dedicados a distintas deidades y se colocaban en fechas diferentes. Sin embargo, la del señor de los muertos, Mictlantecuhtli, se celebraba en el mes que ahora conocemos como noviembre. Esta coincidencia fue aprovechada por los evangelizadores durante La Colonia para hacer un sincretismo entre el cristianismo y las creencias religiosas autóctonas”.[1]

Nuestros antepasados prehispánicos acostumbraban a llevar a cabo, como parte constitutiva de su sociedad, una abundante cantidad de rituales, ceremonias y fiestas, fenómeno que atrajo poderosamente la atención de los conquistadores españoles que vieron (leyeron) en ello una inusual, por decir lo menos, aptitud para la teatralidad, porque para ellos la exuberante apariencia de aquellos actos solo encontraba un paralelo en la fiesta teatral, es decir, aquellas actividades les parecían algo muy semejante a lo que concebían como ‘teatro’ en su sociedad, razón por la cual afortunadamente consintieron y estimularon la mayor parte de sus expresiones, incluso porque les convenía en el proceso de evangelización que ya avizoraban.

Ahora bien, es innegable que la teatralidad abunda en la ceremonia del día de muertos a través de sus formas expresivas llenas de color, de aromas, de sabores... paradójicamente repletas de vitalidad, porque ¿puede haber algo más teatral que prepararle al difunto que hoy nos visita un banquete pletórico de los platillos más exquisitos que en vida fueron su deleite más preciado? Pero ¿qué pasa con el teatro? Nos referimos a las expresiones netamente teatrales. ¿Será que ocurre el mismo fenómeno que se da en la relación simbiótica Navidad-Pastorelas? Desgraciadamente no es así, porque habríamos de aceptar que la pastorela ha llegado a constituirse en algo más que el espectáculo teatral por excelencia de la navidad mexicana y esto es un género.

Foto: Cortesía | @ucol.mx

En el caso de las expresiones teatrales de la celebración de Día de Muertos, desafortunadamente no podríamos referirnos al surgimiento de un género, pero sí de diversos espectáculos, cada vez más abundantes, que con motivo de la festividad inundan nuestros escenarios y para muestra baste un botón: a continuación expondremos cuatro ejemplos de obras que son altamente representativas del teatro que se presenta en esta festividad, ejemplos muy distintos entre sí, pero nos dan imagen muy certera de la vitalidad teatral del Día de Muertos:

Don Juan Tenorio de José Zorrilla es todo un clásico de esta temporada. Inspirado en El burlador de Sevilla y convidado de piedra de Tirso de Molina, recoge el mito del Don Juan. Este es el único caso en el que una representación teatral se ha convertido en casi parte de la tradición. La costumbre de montar esta obra en el Día de Muertos comenzó desde el siglo XIX y continúa hasta la actualidad, con versiones que van desde montajes formales hasta pretextos para el lucimiento de repartos chabacanos que sirven de pasarela para cómicos de éxito o estrellitas de televisión que están de moda. La tendencia actual, fuertemente estimada por el público masivo, es convertir a la obra de Zorrilla en una farsa descarada llena de astracanadas y chistes baratos, cuando no definitivamente obscenos; sin embargo es un montaje tradicional muy esperado.

El fandango de los muertos de Constancio S. Suárez es una obra teatral del siglo XIX muy estimada para montarla por estudiantiles y aficionados por su sencillez y claridad. La obra es un retrato de las costumbres y tradiciones de la creencia popular y ancestral mexicana de que nuestros difuntos nos visitan el día de muertos y, por tanto, nos preparamos para recibirlos y ellos arman todo un alboroto en el panteón del pueblo. De Constancio S. Suárez se ignoran los datos de su nacimiento y muerte. Se sabe que estuvo activo a finales del siglo XIX. Fue el que dio forma literaria y teatral a los textos e ideas del editor e impresor Antonio Vanegas Arroyo quien, por 1867, publicaba sus obras, sainetes ilustrados por Guadalupe Posada, en su propia imprenta.

Foto: Cortesía | @seculturaslp

Un hogar sólido de Elena Garro. Surgida del importante movimiento de Poesía en Voz Alta, tanto la autora como la misma obra cobran una significancia trascendental en esta época; los motivos no son para menos: aquí se nos muestra la historia de una familia que desde ultra-tumba espera la llegada de Lidia, uno de los últimos miembros que faltan por morir. En el transcurso de la obra los personajes relatan breves historias, cuentan sus amores, tragedias, problemas, lo que cada uno deseaba y lo que más extrañan. El texto es complejo por su marcado estilo tendiente al realismo mágico y el halo poético de sus imágenes y lenguaje. El montarlo implica un reto para el que no todos los grupos están preparados, pero suele ser, sobre todo por su brevedad, un texto sumamente escenificado en esta festividad.

Finalmente Luto, flores y tamales de Guillermo Alanís una muy bien lograda farsa cómica escrita por el autor regiomontano en 1991 en el taller de Hugo Argüelles. Es una obra muy difícil de conseguir pues solo tuvo una edición en una antología de teatro y, sin embargo, es tremendamente codiciada por grupos de toda índole. La obra narra la historia de Rigoberto (Chucho), quien, recién fallecido, regresa al plano terrenal para saldar cuentas pendientes con las tres principales mujeres de su vida. La trama se desarrolla en un ritmo incesante y muy ágil, los caracteres está bien delineados y su estructura es lo suficientemente consistente como para justificar la respuesta positiva del público. En los estados del norte la obra ya se puede considerar un nuevo clásico y en Querétaro es bien conocida y genera una muy favorable respuesta cuando se monta en estas festividades.

Baste pues el repaso y la exposición de estos cuatro ejemplos como muestra de la vitalidad del teatro en el Día de Muertos.


  • [1] https://www.mexicodesconocido.com.mx/dia-de-muertos.html


Los orígenes de celebración del día de los santos difuntos se sitúan en épocas prehispánicas: muchas etnias mesoamericanas rendían culto a la muerte. Entre ellas estaba la mexica cuyos dioses que definían la suerte de las almas eran Mictecacíhuatl y Mictlantecuhtli. Ambos eran señores del Mictlán o “lugar de los muertos”. Las almas de los difuntos tenían que atravesar un largo camino de obstáculos para poder acceder a este lugar. Los dolientes vivos se encargaban de acompañarlos a la distancia por medio de un ritual, que solía extenderse hasta por cuatro años luego de la muerte de su pariente, tiempo en el que se realizaban periódicas ceremonias en el lugar donde se encontraban las cenizas o el cuerpo del difunto. Este ritual además de ayudar a que las almas descansaran también servía como duelo de los familiares.

A la llegada de los españoles, dicho ritual experimentó un proceso de sincretismo (como todos los fenómenos culturales de la sociedad nahua) al unirse y mezclarse con la celebración española de los difuntos dando lugar a los orígenes de nuestra actual celebración. “Las ofrendas de día de muertos son altares de origen prehispánico. Estos eran dedicados a distintas deidades y se colocaban en fechas diferentes. Sin embargo, la del señor de los muertos, Mictlantecuhtli, se celebraba en el mes que ahora conocemos como noviembre. Esta coincidencia fue aprovechada por los evangelizadores durante La Colonia para hacer un sincretismo entre el cristianismo y las creencias religiosas autóctonas”.[1]

Nuestros antepasados prehispánicos acostumbraban a llevar a cabo, como parte constitutiva de su sociedad, una abundante cantidad de rituales, ceremonias y fiestas, fenómeno que atrajo poderosamente la atención de los conquistadores españoles que vieron (leyeron) en ello una inusual, por decir lo menos, aptitud para la teatralidad, porque para ellos la exuberante apariencia de aquellos actos solo encontraba un paralelo en la fiesta teatral, es decir, aquellas actividades les parecían algo muy semejante a lo que concebían como ‘teatro’ en su sociedad, razón por la cual afortunadamente consintieron y estimularon la mayor parte de sus expresiones, incluso porque les convenía en el proceso de evangelización que ya avizoraban.

Ahora bien, es innegable que la teatralidad abunda en la ceremonia del día de muertos a través de sus formas expresivas llenas de color, de aromas, de sabores... paradójicamente repletas de vitalidad, porque ¿puede haber algo más teatral que prepararle al difunto que hoy nos visita un banquete pletórico de los platillos más exquisitos que en vida fueron su deleite más preciado? Pero ¿qué pasa con el teatro? Nos referimos a las expresiones netamente teatrales. ¿Será que ocurre el mismo fenómeno que se da en la relación simbiótica Navidad-Pastorelas? Desgraciadamente no es así, porque habríamos de aceptar que la pastorela ha llegado a constituirse en algo más que el espectáculo teatral por excelencia de la navidad mexicana y esto es un género.

Foto: Cortesía | @ucol.mx

En el caso de las expresiones teatrales de la celebración de Día de Muertos, desafortunadamente no podríamos referirnos al surgimiento de un género, pero sí de diversos espectáculos, cada vez más abundantes, que con motivo de la festividad inundan nuestros escenarios y para muestra baste un botón: a continuación expondremos cuatro ejemplos de obras que son altamente representativas del teatro que se presenta en esta festividad, ejemplos muy distintos entre sí, pero nos dan imagen muy certera de la vitalidad teatral del Día de Muertos:

Don Juan Tenorio de José Zorrilla es todo un clásico de esta temporada. Inspirado en El burlador de Sevilla y convidado de piedra de Tirso de Molina, recoge el mito del Don Juan. Este es el único caso en el que una representación teatral se ha convertido en casi parte de la tradición. La costumbre de montar esta obra en el Día de Muertos comenzó desde el siglo XIX y continúa hasta la actualidad, con versiones que van desde montajes formales hasta pretextos para el lucimiento de repartos chabacanos que sirven de pasarela para cómicos de éxito o estrellitas de televisión que están de moda. La tendencia actual, fuertemente estimada por el público masivo, es convertir a la obra de Zorrilla en una farsa descarada llena de astracanadas y chistes baratos, cuando no definitivamente obscenos; sin embargo es un montaje tradicional muy esperado.

El fandango de los muertos de Constancio S. Suárez es una obra teatral del siglo XIX muy estimada para montarla por estudiantiles y aficionados por su sencillez y claridad. La obra es un retrato de las costumbres y tradiciones de la creencia popular y ancestral mexicana de que nuestros difuntos nos visitan el día de muertos y, por tanto, nos preparamos para recibirlos y ellos arman todo un alboroto en el panteón del pueblo. De Constancio S. Suárez se ignoran los datos de su nacimiento y muerte. Se sabe que estuvo activo a finales del siglo XIX. Fue el que dio forma literaria y teatral a los textos e ideas del editor e impresor Antonio Vanegas Arroyo quien, por 1867, publicaba sus obras, sainetes ilustrados por Guadalupe Posada, en su propia imprenta.

Foto: Cortesía | @seculturaslp

Un hogar sólido de Elena Garro. Surgida del importante movimiento de Poesía en Voz Alta, tanto la autora como la misma obra cobran una significancia trascendental en esta época; los motivos no son para menos: aquí se nos muestra la historia de una familia que desde ultra-tumba espera la llegada de Lidia, uno de los últimos miembros que faltan por morir. En el transcurso de la obra los personajes relatan breves historias, cuentan sus amores, tragedias, problemas, lo que cada uno deseaba y lo que más extrañan. El texto es complejo por su marcado estilo tendiente al realismo mágico y el halo poético de sus imágenes y lenguaje. El montarlo implica un reto para el que no todos los grupos están preparados, pero suele ser, sobre todo por su brevedad, un texto sumamente escenificado en esta festividad.

Finalmente Luto, flores y tamales de Guillermo Alanís una muy bien lograda farsa cómica escrita por el autor regiomontano en 1991 en el taller de Hugo Argüelles. Es una obra muy difícil de conseguir pues solo tuvo una edición en una antología de teatro y, sin embargo, es tremendamente codiciada por grupos de toda índole. La obra narra la historia de Rigoberto (Chucho), quien, recién fallecido, regresa al plano terrenal para saldar cuentas pendientes con las tres principales mujeres de su vida. La trama se desarrolla en un ritmo incesante y muy ágil, los caracteres está bien delineados y su estructura es lo suficientemente consistente como para justificar la respuesta positiva del público. En los estados del norte la obra ya se puede considerar un nuevo clásico y en Querétaro es bien conocida y genera una muy favorable respuesta cuando se monta en estas festividades.

Baste pues el repaso y la exposición de estos cuatro ejemplos como muestra de la vitalidad del teatro en el Día de Muertos.


  • [1] https://www.mexicodesconocido.com.mx/dia-de-muertos.html

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