/ jueves 18 de enero de 2024

La experiencia en laboratorio

Tinta para un Atabal


Las festividades han quedado atrás; un año más se nos fue y otro ha llegado, uno que ya se vislumbra tumultuoso con el ajetreo de las campañas electorales, entre otras cosas, dentro de las cuales nos iremos abriendo paso y nos mantendremos al pie de la escena en la búsqueda de nuevos estímulos y experiencias que den forma a nuevas creaciones.

Nuevamente recuerdo a Peter Brook cuando menciona que el teatro es una máquina que rechina pero que nunca se detiene y esto es verdad en muchos sentidos tal como las ideas que no paran en busca de conexiones con algo determinado que comenzó siendo una sensación, una corazonada hacia la transformación y la creación de un algo escénico. Y así como van surgiendo conexiones, también se va dibujando un trazo identitario que las va unificando hacia la conformación de un todo más complejo y siempre en desarrollo porque, a su vez, las potencia a partir de las pruebas, los aciertos, los errores y los resultados.

Reafirmo mi necesidad de apelar a la experiencia del espectador actual que requiere de especial cuidado para captar su atención y la atracción de nuevas miradas. ¿Qué es lo que consume el espectador actual? ¿cuáles son sus gustos? ¿qué tipo de experiencias busca? Con estas preguntas y la consigna de acercar el teatro a la gente, busco dar forma a algo que lo mueva a querer ver más, a que se vea a sí mismo siendo parte del juego escénico para alejarlo de la categorización del teatro como una experiencia extraña o aislada.

Tampoco se trata de mimar al público con adornos y efectos; realmente cada proyecto tiene su propia forma de invitar al espectador a ser parte de él. Algunas son sutiles, aquellas que vienen desde dentro del ser, lo emotivo y la imaginación, como la obra del grupo Atabal El misterio del pizarrón que, a partir de la historia original de Emilio Carballido, y la concepción de la dirección de Haydeé Boetto, transporta inmediatamente al espectador a un terreno conocido: a la infancia, a la imaginación, al juego, a los recuerdos personales y emotivos de las experiencias que permanecen. Si hay obras que persisten en el tiempo es porque logran llevar la experiencia del espectador a algo que los mueva y los induzca al ritmo y sentido de la historia. Pueden llegar nuevos elementos para interpretar los personajes pero mientras no se olvide la esencia y se hacen los ajustes necesarios para no sacrificar el efecto y la forma por el contenido, siempre podrá conectar y permanecer en los corazones y la memoria del público.

Pero, ¿se puede tener un verdadero diálogo con el espectador? ¿se puede encontrar un equilibrio entre lo que se quiere como creador -es decir, tanto la propuesta artística y el mensaje o tema a comunicar- y lo que se busca que el público reciba?

Estos cuestionamientos e ideas se han estado desarrollando y como parte de mi proceso de investigación en cuanto a la experiencia del público, a finales del 2023 tuve como territorio de exploración la dirección de la propuesta: ¡Ah la Diabla! La pastorela, cuya creación surge de la experiencia del montaje pastoril Partamos a Belén, del grupo Serendipia Escénica en colaboración con la obra El actor en la montaña.

'¡Ah la Diabla! La pastorela'. Foto: Cortesía | Enrique Alanís

En dicha pastorela me enfoqué en crear una representación divertida pero con un diálogo un poco más realista, sin tantos arquetipos y situaciones que pudieran resultar en chistes fáciles e incluso discriminatorios o vulgares, buscando también dignificar a la mujer, la cultura y la tradición. Pude evidenciar que el público quería algo diferente, que fuera ad hoc a la fiesta y a la posada, a las risas y el entretenimiento. Comencé a pensar en que todos y todas buscamos algo “diferente”, desde nuestra propia perspectiva, entendimiento y experiencia. ¿Cómo llevar al público hacia lo distinto? Pero para encontrar lo desigual tenía que encontrar lo similar, es decir, si las posadas requieren de la participación activa para que sucedan y están llenas de risas, baile, comida y juegos, entonces necesitaba realizar una pastorela que apelara a la participación, no una participación pasiva donde solo se observe sino una en donde se pueda ser partícipe del desarrollo de la historia. Así, no sólo ayudaran a las pastoras a llegar a su destino sino que también fueran parte esencial para que el suceso escénico tuviera lugar, es decir, fueran parte de una pastorela, de una obra de teatro, gracias a la consigna de la interacción actrices-público.

En un principio, antes de la acción, el mayor cuestionamiento y preocupación era asegurar esta convención de juego entre las dos partes, pensar en lo arriesgado: ¿y si el espectador no quiere participar? ¿cómo lo ponemos de nuestra parte?

El terreno es amplio y para probarlo había que pensarlo desde diversos ángulos. Primero había que captar la atención del público con una diabla que abriera la escena de golpe luciéndose en su vestuario, para que con su esencia malhechora pero encantadora pudiera comunicar franca y claramente las reglas del juego, establecer la dinámica de que es necesaria la participación del público, cubriendo así una característica de las festividades y tradiciones que es la participación activa de quien las vive, ya sea con canto, bailes, comida típica o juegos de azar, como la tómbola que es la primera de las interacciones y se incentiva al público con un pequeño pero importante detalle de las tradiciones y costumbres: el aguinaldo y la colación.

Una vez establecido el puente, cualquier cosa podría suceder tomando en cuenta que al abrir la participación del público también se abre la puerta de la improvisación de los actores para poder manejar la situación y el desarrollo de la historia, pero sobre todo hay que estar siempre atento del público para animarlo, darle seguridad de participar y se sienta arropado por la escena y no ajena a ella.

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Por esto mismo, las dinámicas fueron sencillas y accesibles, apegadas a actividades cotidianas y/o afines a las festividades y celebraciones como unirse al canto de pedir posada, formarse en la fila de los tamales, el concurso de preguntas y -las más arriesgadas pero divertidas- el concurso de estatuas de nacimiento y el concurso de chambelanes. En la primera, a seis participantes se les colocaba un vestuario, bailaban al ritmo de El burrito sabanero y al pausar la música se congelaban formando así un nacimiento; en la segunda, a cuatro participantes se les colocaba un mandil con el diseño de un smoking y bailaban un alocado vals de diferentes ritmos. Poner al público en aprietos los hacía vivir la experiencia al máximo, mientras que el espectador que solo observaba pudo disfrutar y reír al ver al primo, a la amiga, a la pareja, la mamá, a los hijos, al barrio, a la comunidad participando en estos juegos y así todo juntos dar vida a las posadas.

En este terreno explorado pude observar que no es tan complicado generar la interacción, las personas buscan cosas diferentes y siempre habrá alguien que responda, solo es cuestión de observar y accionar.


Las festividades han quedado atrás; un año más se nos fue y otro ha llegado, uno que ya se vislumbra tumultuoso con el ajetreo de las campañas electorales, entre otras cosas, dentro de las cuales nos iremos abriendo paso y nos mantendremos al pie de la escena en la búsqueda de nuevos estímulos y experiencias que den forma a nuevas creaciones.

Nuevamente recuerdo a Peter Brook cuando menciona que el teatro es una máquina que rechina pero que nunca se detiene y esto es verdad en muchos sentidos tal como las ideas que no paran en busca de conexiones con algo determinado que comenzó siendo una sensación, una corazonada hacia la transformación y la creación de un algo escénico. Y así como van surgiendo conexiones, también se va dibujando un trazo identitario que las va unificando hacia la conformación de un todo más complejo y siempre en desarrollo porque, a su vez, las potencia a partir de las pruebas, los aciertos, los errores y los resultados.

Reafirmo mi necesidad de apelar a la experiencia del espectador actual que requiere de especial cuidado para captar su atención y la atracción de nuevas miradas. ¿Qué es lo que consume el espectador actual? ¿cuáles son sus gustos? ¿qué tipo de experiencias busca? Con estas preguntas y la consigna de acercar el teatro a la gente, busco dar forma a algo que lo mueva a querer ver más, a que se vea a sí mismo siendo parte del juego escénico para alejarlo de la categorización del teatro como una experiencia extraña o aislada.

Tampoco se trata de mimar al público con adornos y efectos; realmente cada proyecto tiene su propia forma de invitar al espectador a ser parte de él. Algunas son sutiles, aquellas que vienen desde dentro del ser, lo emotivo y la imaginación, como la obra del grupo Atabal El misterio del pizarrón que, a partir de la historia original de Emilio Carballido, y la concepción de la dirección de Haydeé Boetto, transporta inmediatamente al espectador a un terreno conocido: a la infancia, a la imaginación, al juego, a los recuerdos personales y emotivos de las experiencias que permanecen. Si hay obras que persisten en el tiempo es porque logran llevar la experiencia del espectador a algo que los mueva y los induzca al ritmo y sentido de la historia. Pueden llegar nuevos elementos para interpretar los personajes pero mientras no se olvide la esencia y se hacen los ajustes necesarios para no sacrificar el efecto y la forma por el contenido, siempre podrá conectar y permanecer en los corazones y la memoria del público.

Pero, ¿se puede tener un verdadero diálogo con el espectador? ¿se puede encontrar un equilibrio entre lo que se quiere como creador -es decir, tanto la propuesta artística y el mensaje o tema a comunicar- y lo que se busca que el público reciba?

Estos cuestionamientos e ideas se han estado desarrollando y como parte de mi proceso de investigación en cuanto a la experiencia del público, a finales del 2023 tuve como territorio de exploración la dirección de la propuesta: ¡Ah la Diabla! La pastorela, cuya creación surge de la experiencia del montaje pastoril Partamos a Belén, del grupo Serendipia Escénica en colaboración con la obra El actor en la montaña.

'¡Ah la Diabla! La pastorela'. Foto: Cortesía | Enrique Alanís

En dicha pastorela me enfoqué en crear una representación divertida pero con un diálogo un poco más realista, sin tantos arquetipos y situaciones que pudieran resultar en chistes fáciles e incluso discriminatorios o vulgares, buscando también dignificar a la mujer, la cultura y la tradición. Pude evidenciar que el público quería algo diferente, que fuera ad hoc a la fiesta y a la posada, a las risas y el entretenimiento. Comencé a pensar en que todos y todas buscamos algo “diferente”, desde nuestra propia perspectiva, entendimiento y experiencia. ¿Cómo llevar al público hacia lo distinto? Pero para encontrar lo desigual tenía que encontrar lo similar, es decir, si las posadas requieren de la participación activa para que sucedan y están llenas de risas, baile, comida y juegos, entonces necesitaba realizar una pastorela que apelara a la participación, no una participación pasiva donde solo se observe sino una en donde se pueda ser partícipe del desarrollo de la historia. Así, no sólo ayudaran a las pastoras a llegar a su destino sino que también fueran parte esencial para que el suceso escénico tuviera lugar, es decir, fueran parte de una pastorela, de una obra de teatro, gracias a la consigna de la interacción actrices-público.

En un principio, antes de la acción, el mayor cuestionamiento y preocupación era asegurar esta convención de juego entre las dos partes, pensar en lo arriesgado: ¿y si el espectador no quiere participar? ¿cómo lo ponemos de nuestra parte?

El terreno es amplio y para probarlo había que pensarlo desde diversos ángulos. Primero había que captar la atención del público con una diabla que abriera la escena de golpe luciéndose en su vestuario, para que con su esencia malhechora pero encantadora pudiera comunicar franca y claramente las reglas del juego, establecer la dinámica de que es necesaria la participación del público, cubriendo así una característica de las festividades y tradiciones que es la participación activa de quien las vive, ya sea con canto, bailes, comida típica o juegos de azar, como la tómbola que es la primera de las interacciones y se incentiva al público con un pequeño pero importante detalle de las tradiciones y costumbres: el aguinaldo y la colación.

Una vez establecido el puente, cualquier cosa podría suceder tomando en cuenta que al abrir la participación del público también se abre la puerta de la improvisación de los actores para poder manejar la situación y el desarrollo de la historia, pero sobre todo hay que estar siempre atento del público para animarlo, darle seguridad de participar y se sienta arropado por la escena y no ajena a ella.

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Por esto mismo, las dinámicas fueron sencillas y accesibles, apegadas a actividades cotidianas y/o afines a las festividades y celebraciones como unirse al canto de pedir posada, formarse en la fila de los tamales, el concurso de preguntas y -las más arriesgadas pero divertidas- el concurso de estatuas de nacimiento y el concurso de chambelanes. En la primera, a seis participantes se les colocaba un vestuario, bailaban al ritmo de El burrito sabanero y al pausar la música se congelaban formando así un nacimiento; en la segunda, a cuatro participantes se les colocaba un mandil con el diseño de un smoking y bailaban un alocado vals de diferentes ritmos. Poner al público en aprietos los hacía vivir la experiencia al máximo, mientras que el espectador que solo observaba pudo disfrutar y reír al ver al primo, a la amiga, a la pareja, la mamá, a los hijos, al barrio, a la comunidad participando en estos juegos y así todo juntos dar vida a las posadas.

En este terreno explorado pude observar que no es tan complicado generar la interacción, las personas buscan cosas diferentes y siempre habrá alguien que responda, solo es cuestión de observar y accionar.

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