/ jueves 6 de junio de 2024

La magia del actor

Tinta para un Atabal


La profesión teatral tiene grandes beneficios y regalos intangibles tanto para los creadores como para el público, docentes y gestores culturales, desde la idea primigenia de ponerse en los zapatos del otro, hasta la participación en grupos de teatro comunitario, escolar y todas sus variantes.

Como creador escénico he tenido la fortuna de ser arropado por este hermoso arte teatral y me ha dado la oportunidad de conocer los maravillosos detalles del mundo que nos rodea, visitar ciudades a lo largo y ancho del país, conocer su gastronomía, descubrir grandes teatros que forman parte de nuestra historia, actuar en foros escénicos, adoptar nuevos hábitos creativos, conocer grandes artistas o aprender de las distintas condiciones con que otros se suben al escenario.

Sin embargo, existe un común denominador en el que me centraré en este artículo: la fe escénica / la magia del actor. Hace algunos años, aún se tenía la creencia que “los actores son los más grandes mentirosos”. Afortunadamente esto quedó en el pasado pues no existe mentira más grande ya que son los actores y actrices quienes mejor se sumergen en la verdad como ningún otro individuo. Cada vez que vemos a un intérprete en escena está colocando toda su capacidad creativa, mente y cuerpo en seguir el camino de ese personaje para encontrarse nuevamente con la sorpresa de revivir la escena que está transcurriendo. Es decir, el trabajo del actor consiste en vivir cada escena como si estuviera sucediendo por primera vez. Y usted dirá, ¿qué difícil puede ser eso? En realidad, mucho, pero también agregaré que, así como es difícil es igual de divertido. Se dice también que “si te asomas a los ojos de un actor, verás un cuarto lleno de juguetes regados por doquier” y eso no es casualidad. Piense esto: a todos nos ha pasado (si a ti no, te compadezco) cuando un infante viene con un zapato o una piedra jugando a que es un celular y te pasa el objeto pidiéndote que respondas a esa llamada importante, uno no puede hacer más que atender al llamado y permitirse jugar. Después, uno se sorprende a sí mismo en una conversación ficticia mientras observas al infante para que, de alguna manera, te dé su aprobación y él o ella te mira con una convicción tan determinante que te permite comprender en ese momento que entendiste todo bien.

Este es el principio de la magia del actor que se encuentra en este ejemplo el niño que, sin saberlo, nos introduce a un mundo ficticio al que nadie puede negarse a ser parte, como observador o como participante, porque en el fondo uno desea ser parte, se muere por ser considerado, por saber quién es el que está al otro lado de la llamada con otro zapato jugando igual que tú.

Esto no tiene que ver con la calidad moral o estética del acto o la abstracción del pensamiento creativo en pro de una transformación del tejido social. Es más, ni siquiera con la capacidad del sujeto receptor que forma parte de esta acción, sino tiene que ver con la potencia de la fe escénica, de la magia del infante que nos permite imaginar con él lo que quiere que imaginemos. Podría ser un piso lleno de lava mientras caminas por la acera o una cita para tomar el té con las muñecas de tu sobrina, si el juego es planteado con tanta verdad, será imposible negarlo y es entonces cuando sucede la magia.

Ha sido fascinante ver a lo largo y ancho del país grandes artistas, actrices y actores que cada que suben a un escenario se permiten jugar, manteniendo siempre su profesionalismo, su entrenamiento y la maestría que solo les da la pasión por entregarse a este arte y que, sin embargo, se permiten divertir igual que con la magia que lo hacen los niños.

Ahora, no hace falta sentirse infante o comportarse de manera infantil como muchos han mal interpretado. La fe escénica consiste en otra cosa, así como el arquitecto primero imagina antes de diseñar, como el agricultor le pone empeño al cuidado de su siembra, como el doctor realiza su diagnóstico empatando el historial clínico con los síntomas y los estudios médicos, del mismo modo el artista, el creador escénico dispone y coloca los elementos teatrales (lumínicos, sonoros, visuales, etc.) que le servirán para que quien viene a verle pueda y se permita sumergirse en el océano de sensaciones y emociones, en esa montaña rusa que le lleve a experimentar a través del otro esa realidad-fantasía-ficción que sucede sobre el escenario.

En este punto quisiera hacerle una pregunta, querido lector, ¿ha estado en una obra donde no le cree al actor? ¿donde después de iniciada la tercera llamada se permite prestar toda su atención a la escena y cuando ve a los ojos del actor mientras camina por el escenario, no puede observar más que un vacío inmenso y grisáceo en su rostro? o ¿una cuenta de ochos mientras realiza su trazo?

En su defensa diré que no es tan sencillo, pero debe saber que para subirse al escenario, querido lector, “hace falta una poca de gracia, ay arriba y arriba”. Hoy, viendo en retrospectiva como docente y creador escénico, observo que he tenido la oportunidad de equivocarme, de aprender con las fallas e ir puliendo mis montajes, actuaciones y clases frente a otros creadores, por ello puedo asegurar lo siguiente: cualquiera puede hacer teatro, pero no cualquier teatro es interesante; cualquier historia puede contarse, pero no cualquier historia es interesante de ver.

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Además de ayudarse a construir la ficción con grandes escenografías, hermosos y ostentosos vestuarios, maquillajes detallados y musicalidad origina, existe algo que siempre me ha resultado imprescindible en una puesta en escena y es la fe escénica, la magia del actor.

Le invito a que la próxima vez que vaya al teatro, a una función de danza o acto circense, observe a los ojos del intérprete. Si tiene suerte podrá ver en esos ojos la ventana a todas las imágenes, pensamientos, sueños, ilusiones, miedos, metas y muchas cosas más que están sucediendo con la fuerza de un tifón dentro de aquel artista que se entrega por ese único y magnifico momento a la representación. Si eso pasa, le digo una cosa, habrá valido la pena.


La profesión teatral tiene grandes beneficios y regalos intangibles tanto para los creadores como para el público, docentes y gestores culturales, desde la idea primigenia de ponerse en los zapatos del otro, hasta la participación en grupos de teatro comunitario, escolar y todas sus variantes.

Como creador escénico he tenido la fortuna de ser arropado por este hermoso arte teatral y me ha dado la oportunidad de conocer los maravillosos detalles del mundo que nos rodea, visitar ciudades a lo largo y ancho del país, conocer su gastronomía, descubrir grandes teatros que forman parte de nuestra historia, actuar en foros escénicos, adoptar nuevos hábitos creativos, conocer grandes artistas o aprender de las distintas condiciones con que otros se suben al escenario.

Sin embargo, existe un común denominador en el que me centraré en este artículo: la fe escénica / la magia del actor. Hace algunos años, aún se tenía la creencia que “los actores son los más grandes mentirosos”. Afortunadamente esto quedó en el pasado pues no existe mentira más grande ya que son los actores y actrices quienes mejor se sumergen en la verdad como ningún otro individuo. Cada vez que vemos a un intérprete en escena está colocando toda su capacidad creativa, mente y cuerpo en seguir el camino de ese personaje para encontrarse nuevamente con la sorpresa de revivir la escena que está transcurriendo. Es decir, el trabajo del actor consiste en vivir cada escena como si estuviera sucediendo por primera vez. Y usted dirá, ¿qué difícil puede ser eso? En realidad, mucho, pero también agregaré que, así como es difícil es igual de divertido. Se dice también que “si te asomas a los ojos de un actor, verás un cuarto lleno de juguetes regados por doquier” y eso no es casualidad. Piense esto: a todos nos ha pasado (si a ti no, te compadezco) cuando un infante viene con un zapato o una piedra jugando a que es un celular y te pasa el objeto pidiéndote que respondas a esa llamada importante, uno no puede hacer más que atender al llamado y permitirse jugar. Después, uno se sorprende a sí mismo en una conversación ficticia mientras observas al infante para que, de alguna manera, te dé su aprobación y él o ella te mira con una convicción tan determinante que te permite comprender en ese momento que entendiste todo bien.

Este es el principio de la magia del actor que se encuentra en este ejemplo el niño que, sin saberlo, nos introduce a un mundo ficticio al que nadie puede negarse a ser parte, como observador o como participante, porque en el fondo uno desea ser parte, se muere por ser considerado, por saber quién es el que está al otro lado de la llamada con otro zapato jugando igual que tú.

Esto no tiene que ver con la calidad moral o estética del acto o la abstracción del pensamiento creativo en pro de una transformación del tejido social. Es más, ni siquiera con la capacidad del sujeto receptor que forma parte de esta acción, sino tiene que ver con la potencia de la fe escénica, de la magia del infante que nos permite imaginar con él lo que quiere que imaginemos. Podría ser un piso lleno de lava mientras caminas por la acera o una cita para tomar el té con las muñecas de tu sobrina, si el juego es planteado con tanta verdad, será imposible negarlo y es entonces cuando sucede la magia.

Ha sido fascinante ver a lo largo y ancho del país grandes artistas, actrices y actores que cada que suben a un escenario se permiten jugar, manteniendo siempre su profesionalismo, su entrenamiento y la maestría que solo les da la pasión por entregarse a este arte y que, sin embargo, se permiten divertir igual que con la magia que lo hacen los niños.

Ahora, no hace falta sentirse infante o comportarse de manera infantil como muchos han mal interpretado. La fe escénica consiste en otra cosa, así como el arquitecto primero imagina antes de diseñar, como el agricultor le pone empeño al cuidado de su siembra, como el doctor realiza su diagnóstico empatando el historial clínico con los síntomas y los estudios médicos, del mismo modo el artista, el creador escénico dispone y coloca los elementos teatrales (lumínicos, sonoros, visuales, etc.) que le servirán para que quien viene a verle pueda y se permita sumergirse en el océano de sensaciones y emociones, en esa montaña rusa que le lleve a experimentar a través del otro esa realidad-fantasía-ficción que sucede sobre el escenario.

En este punto quisiera hacerle una pregunta, querido lector, ¿ha estado en una obra donde no le cree al actor? ¿donde después de iniciada la tercera llamada se permite prestar toda su atención a la escena y cuando ve a los ojos del actor mientras camina por el escenario, no puede observar más que un vacío inmenso y grisáceo en su rostro? o ¿una cuenta de ochos mientras realiza su trazo?

En su defensa diré que no es tan sencillo, pero debe saber que para subirse al escenario, querido lector, “hace falta una poca de gracia, ay arriba y arriba”. Hoy, viendo en retrospectiva como docente y creador escénico, observo que he tenido la oportunidad de equivocarme, de aprender con las fallas e ir puliendo mis montajes, actuaciones y clases frente a otros creadores, por ello puedo asegurar lo siguiente: cualquiera puede hacer teatro, pero no cualquier teatro es interesante; cualquier historia puede contarse, pero no cualquier historia es interesante de ver.

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Además de ayudarse a construir la ficción con grandes escenografías, hermosos y ostentosos vestuarios, maquillajes detallados y musicalidad origina, existe algo que siempre me ha resultado imprescindible en una puesta en escena y es la fe escénica, la magia del actor.

Le invito a que la próxima vez que vaya al teatro, a una función de danza o acto circense, observe a los ojos del intérprete. Si tiene suerte podrá ver en esos ojos la ventana a todas las imágenes, pensamientos, sueños, ilusiones, miedos, metas y muchas cosas más que están sucediendo con la fuerza de un tifón dentro de aquel artista que se entrega por ese único y magnifico momento a la representación. Si eso pasa, le digo una cosa, habrá valido la pena.

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