/ viernes 8 de abril de 2022

La perfecta imperfección del teatro

Tinta para un Atabal

El teatro es un arte espacio-temporal. Sucede a través del tiempo o con el transcurrir de este y se desarrolla en un espacio determinado cuyas características influyen en el acto artístico. En consideración a esto, las y los creadores toman decisiones que determinan el rumbo que tomará la producción de una puesta en escena, encaminado a alcanzar los objetivos deseados.

En principio, decidir o saber las características del espacio donde se presentará la puesta en escena es indispensable para comenzar a crear. Las posibilidades pueden ser sobre un espacio abierto (calle, anfiteatro, plaza) o cerrado (teatro, foro, sala de museo), cada uno de los cuales conducirá a distintos objetivos y sensaciones; un espacio abierto implica que haya una diversidad mucho más amplia de público además de un trabajo actoral distinto: el cuerpo requerirá trabajar con más amplitud, así como la voz, para lograr alcanzar a todos los espectadores a pesar de las distracciones visuales y auditivas. Un espacio cerrado, por su parte, supone mayor intimidad.

Una vez decidido este aspecto conviene tomar en cuenta la disposición necesaria para el acomodo del público, puede ser a la italiana con los espectadores exactamente frente al escenario. Esta organización probablemente generará una sensación de distancia con el público y viceversa, es decir la separación entre ficción y realidad es tajante. Otra posibilidad en el acomodo del público es a la isabelina en donde se le dispone frente al escenario pero trazando una media luna; las y los artistas se encuentran más expuestos que en la disposición anterior pues el espectador tendrá una dimensión más amplia para la observación: Otra disposición es en rodeo, donde el escenario se vuelve el ombligo del círculo y hay mayor cercanía entre actores, actrices y el público, lo que posibilita una interacción entre ambas partes y, por lo tanto, una participación activa de la espectadora o espectador. Usualmente, en un espacio cerrado el público se dispone en las butacas pero también los creativos pueden decidir no utilizar las butacas y colocar al público arriba del escenario, haciendo evidente el interés por la cercanía con el espectador, un oasis de ficción en donde todos, actores y público son resguardados del oscuro vacío que se repliega alrededor, la realidad.

La elección del espacio supone, posteriormente, decisiones con relación a la iluminación que juega un papel importante; si la puesta en escena es en calle es indispensable buscar los elementos para iluminar, ya sea el mismo alumbrado público o recursos adicionales, pero si es a luz de día se puede prescindir de esto. Sin embargo, si la representación es en un teatro los recursos lumínicos serán indispensables y variados, se podrán lograr infinidad de ambientes con colores, delimitar espacios dentro del espacio ya delimitado de la escena, crear sombras, efectos de profundidad e incluso de pronto desnudar al público iluminando la intimidad de su zona de confort; en fin, las posibilidades son diversas e influyen fuertemente en la lectura que se ofrece al público de la puesta en escena así como se amplían las posibilidades de interpretación pues es un lenguaje más en combinación con la escena.

Está, por otra parte, el vestuario que, así como el cuerpo, conviene amplificarlo cuando se trabaja en un espacio abierto; los colores y las formas cobran una importancia distinta por el poco o mucho contraste que logran con el lugar en donde se están presentando además de que el ruido visual de la calle demanda una propuesta que se diferencie del resto de elementos alrededor. En un espacio cerrado, por ejemplo, la conjunción de la iluminación con el vestuario, sus colores y texturas, multiplica las posibilidades estéticas y conviene estudiarlas con atención pues una mala combinación de esas dos puede alterar los colores naturales del vestuario generando efectos distintos a los deseados.

Foto: Cortesía | Atabal Teatro

A todas estas características temporales, físicas, tangibles, se suma el elemento tiempo que implica muchas variables que se contraponen a la posible perfección de la previsión de todos los aspectos anteriores mas no se contraponen, le otorgan la emoción de lo impredecible que hace que cada función sea distinta tanto para las y los artistas como para el público que en el acto de interpretación de la escena se vale de experiencias propias que lo hacen involucrarse en mayor o menor medida con la escena.

En una ocasión, Atabal Teatro presentó un laboratorio escénico a partir de la obra Las amargas lágrimas de Petra Von Kant de R. W. Fassbinder que se desarrollaba en una habitación de hotel; el público se disponía en rodeo alrededor del escenario central que era la habitación y la cama. La sensación a la que invitaba el espacio y la disposición del público era un tanto voyerista, veinticinco personas con el poder de mirar lo que acontecía en la intimidad de un cuarto de hotel, las actrices en el centro desarmadas, o, visto de otra manera, armadas con todo el poder de la ficción pero al final expuestas ante la poca distancia entre el público y ellas. A diferencia de una puesta en escena convencional, el laboratorio proponía presentar o jugar con las posibles variaciones de una escena para lo cual no se determinaron acciones específicas que se repitieran función a función sino que las actrices tenían la posibilidad de proponer acciones distintas siempre y cuando se mantuviesen los diálogos del texto dramático, lo que desencadenaba muchas más variaciones de las comunes en una puesta en escena. Sumado a esto se planteó la posibilidad de que en cada función las actrices cambiaran de personaje lo cual se decidía en una suerte de volado antes de la representación: un jazz teatral.

En el teatro el tiempo es un elemento ante el que las y los artistas desarrollan cierta sensibilidad a través de la repetición, de esa manera podemos asegurar que una obra dura cuarenta y cinco, cincuenta minutos o una hora. Las acciones junto con los diálogos constituyen una especie de partitura que transcurre con cierta exactitud. En el caso del laboratorio mencionado era imposible determinar una duración de las escenas pues las acciones cambiaban cada función, los personajes eran representados por distintas actrices por lo que tenían un timing distinto para desenvolverse pero, además –y esto en cualquier tipo de experiencia escénica–, las emociones por las que transitan los personajes-actores son incalculables en relación con el tiempo en el que transcurren, suceden, crecen y decrecen orgánicamente. Desde luego el trabajo del actor/actriz está en controlar las emociones, y consecuentemente la escena, de manera que un llanto, una risa, una mirada de sorpresa no se prolonguen indefinidamente o sean tan breves que no se distingan, sino que sucedan en el tiempo ideal para los objetivos deseados para la escena.

A diferencia de un pintor que decide en algún punto de su proceso de creación que su obra está lista para presentarse y no vuelve a modificarse, en el teatro, aunque se decida que la puesta en escena está lista para presentarse y se hayan determinado todos los aspectos técnicos y espaciales a seguir, nunca será un producto acabado pues su modificación será inevitable y, por lo tanto, nunca alcanzará la perfección. El estado físico y emocional de las actrices/actores, las circunstancias externas, todo juega en el transcurrir de la escena y aunque podría verse como una desventaja es en realidad su belleza porque, como la vida misma, otorga la posibilidad de transitar una situación desde puntos de vista distintos y así la experiencia de la actriz/actor como del espectador/espectadora se multiplica en cientos de posibilidades para el diálogo, la emoción y la reflexión. De eso se trata el teatro.

Foto: Cortesía | Atabal Teatro

El teatro es un arte espacio-temporal. Sucede a través del tiempo o con el transcurrir de este y se desarrolla en un espacio determinado cuyas características influyen en el acto artístico. En consideración a esto, las y los creadores toman decisiones que determinan el rumbo que tomará la producción de una puesta en escena, encaminado a alcanzar los objetivos deseados.

En principio, decidir o saber las características del espacio donde se presentará la puesta en escena es indispensable para comenzar a crear. Las posibilidades pueden ser sobre un espacio abierto (calle, anfiteatro, plaza) o cerrado (teatro, foro, sala de museo), cada uno de los cuales conducirá a distintos objetivos y sensaciones; un espacio abierto implica que haya una diversidad mucho más amplia de público además de un trabajo actoral distinto: el cuerpo requerirá trabajar con más amplitud, así como la voz, para lograr alcanzar a todos los espectadores a pesar de las distracciones visuales y auditivas. Un espacio cerrado, por su parte, supone mayor intimidad.

Una vez decidido este aspecto conviene tomar en cuenta la disposición necesaria para el acomodo del público, puede ser a la italiana con los espectadores exactamente frente al escenario. Esta organización probablemente generará una sensación de distancia con el público y viceversa, es decir la separación entre ficción y realidad es tajante. Otra posibilidad en el acomodo del público es a la isabelina en donde se le dispone frente al escenario pero trazando una media luna; las y los artistas se encuentran más expuestos que en la disposición anterior pues el espectador tendrá una dimensión más amplia para la observación: Otra disposición es en rodeo, donde el escenario se vuelve el ombligo del círculo y hay mayor cercanía entre actores, actrices y el público, lo que posibilita una interacción entre ambas partes y, por lo tanto, una participación activa de la espectadora o espectador. Usualmente, en un espacio cerrado el público se dispone en las butacas pero también los creativos pueden decidir no utilizar las butacas y colocar al público arriba del escenario, haciendo evidente el interés por la cercanía con el espectador, un oasis de ficción en donde todos, actores y público son resguardados del oscuro vacío que se repliega alrededor, la realidad.

La elección del espacio supone, posteriormente, decisiones con relación a la iluminación que juega un papel importante; si la puesta en escena es en calle es indispensable buscar los elementos para iluminar, ya sea el mismo alumbrado público o recursos adicionales, pero si es a luz de día se puede prescindir de esto. Sin embargo, si la representación es en un teatro los recursos lumínicos serán indispensables y variados, se podrán lograr infinidad de ambientes con colores, delimitar espacios dentro del espacio ya delimitado de la escena, crear sombras, efectos de profundidad e incluso de pronto desnudar al público iluminando la intimidad de su zona de confort; en fin, las posibilidades son diversas e influyen fuertemente en la lectura que se ofrece al público de la puesta en escena así como se amplían las posibilidades de interpretación pues es un lenguaje más en combinación con la escena.

Está, por otra parte, el vestuario que, así como el cuerpo, conviene amplificarlo cuando se trabaja en un espacio abierto; los colores y las formas cobran una importancia distinta por el poco o mucho contraste que logran con el lugar en donde se están presentando además de que el ruido visual de la calle demanda una propuesta que se diferencie del resto de elementos alrededor. En un espacio cerrado, por ejemplo, la conjunción de la iluminación con el vestuario, sus colores y texturas, multiplica las posibilidades estéticas y conviene estudiarlas con atención pues una mala combinación de esas dos puede alterar los colores naturales del vestuario generando efectos distintos a los deseados.

Foto: Cortesía | Atabal Teatro

A todas estas características temporales, físicas, tangibles, se suma el elemento tiempo que implica muchas variables que se contraponen a la posible perfección de la previsión de todos los aspectos anteriores mas no se contraponen, le otorgan la emoción de lo impredecible que hace que cada función sea distinta tanto para las y los artistas como para el público que en el acto de interpretación de la escena se vale de experiencias propias que lo hacen involucrarse en mayor o menor medida con la escena.

En una ocasión, Atabal Teatro presentó un laboratorio escénico a partir de la obra Las amargas lágrimas de Petra Von Kant de R. W. Fassbinder que se desarrollaba en una habitación de hotel; el público se disponía en rodeo alrededor del escenario central que era la habitación y la cama. La sensación a la que invitaba el espacio y la disposición del público era un tanto voyerista, veinticinco personas con el poder de mirar lo que acontecía en la intimidad de un cuarto de hotel, las actrices en el centro desarmadas, o, visto de otra manera, armadas con todo el poder de la ficción pero al final expuestas ante la poca distancia entre el público y ellas. A diferencia de una puesta en escena convencional, el laboratorio proponía presentar o jugar con las posibles variaciones de una escena para lo cual no se determinaron acciones específicas que se repitieran función a función sino que las actrices tenían la posibilidad de proponer acciones distintas siempre y cuando se mantuviesen los diálogos del texto dramático, lo que desencadenaba muchas más variaciones de las comunes en una puesta en escena. Sumado a esto se planteó la posibilidad de que en cada función las actrices cambiaran de personaje lo cual se decidía en una suerte de volado antes de la representación: un jazz teatral.

En el teatro el tiempo es un elemento ante el que las y los artistas desarrollan cierta sensibilidad a través de la repetición, de esa manera podemos asegurar que una obra dura cuarenta y cinco, cincuenta minutos o una hora. Las acciones junto con los diálogos constituyen una especie de partitura que transcurre con cierta exactitud. En el caso del laboratorio mencionado era imposible determinar una duración de las escenas pues las acciones cambiaban cada función, los personajes eran representados por distintas actrices por lo que tenían un timing distinto para desenvolverse pero, además –y esto en cualquier tipo de experiencia escénica–, las emociones por las que transitan los personajes-actores son incalculables en relación con el tiempo en el que transcurren, suceden, crecen y decrecen orgánicamente. Desde luego el trabajo del actor/actriz está en controlar las emociones, y consecuentemente la escena, de manera que un llanto, una risa, una mirada de sorpresa no se prolonguen indefinidamente o sean tan breves que no se distingan, sino que sucedan en el tiempo ideal para los objetivos deseados para la escena.

A diferencia de un pintor que decide en algún punto de su proceso de creación que su obra está lista para presentarse y no vuelve a modificarse, en el teatro, aunque se decida que la puesta en escena está lista para presentarse y se hayan determinado todos los aspectos técnicos y espaciales a seguir, nunca será un producto acabado pues su modificación será inevitable y, por lo tanto, nunca alcanzará la perfección. El estado físico y emocional de las actrices/actores, las circunstancias externas, todo juega en el transcurrir de la escena y aunque podría verse como una desventaja es en realidad su belleza porque, como la vida misma, otorga la posibilidad de transitar una situación desde puntos de vista distintos y así la experiencia de la actriz/actor como del espectador/espectadora se multiplica en cientos de posibilidades para el diálogo, la emoción y la reflexión. De eso se trata el teatro.

Foto: Cortesía | Atabal Teatro

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