/ martes 12 de noviembre de 2024

La reproducción social, un paradigma vigente y urgente para el teatro

Tinta para n Atabal

El sociólogo francés Pierre Bourdieu (1930-2002) ocupó gran parte de su teoría para evidenciar y reflexionar sobre las estructuras sociales atravesadas por las relaciones de fuerza entre clases; la reproducción social fue una de ellas y desarrolla un análisis de cómo producimos y reproducimos las relaciones sociales en una sociedad. Esta propuesta de noción marxista, tiene una importante vigencia para comprender las complejas relaciones sociales atravesadas por las fuerzas hegemónicas, en nuestras sociedades contemporáneas.

El propósito del presente texto es construir una reflexión de cómo esta propuesta, tejida con los diálogos y las búsquedas políticas del teatro, puede complejizar las miradas de los conflictos sociales que nos atraviesan, posibilitando reflexiones que nos hagan conectar con esas realidades con una mayor sensibilidad y humanidad. Desarrollaré el análisis a través de la investigación que realizó sobre las migraciones centroamericanas en Querétaro a través del teatro y la antropología.

¿De qué manera hemos construido nuestra relación con estas experiencias migrantes centroamericanas? ¿Desde dónde hemos construido la mirada y las percepciones que tenemos de estas migraciones? ¿Qué consecuencias atraviesan las relaciones que hemos logrado edificar en las experiencias migrantes centroamericanas?

Empezaría poniendo en el foco al Estado como un espacio hegemónico que nos dicta el rumbo de las percepciones y de las miradas que adquirimos de las migraciones, por lo tanto, deriva en una dimensión social y política. El Teatro del Oprimido del investigador brasileño Augusto Boal (1974) compartía esta noción estructuralista de Bourdieu, pues a través de sus obras y sus procesos escénicos lograba que las personas se cuestionaran sobre las fuerzas opresoras del poder que influían en sus relaciones sociales y cotidianas.

En Latinoamérica, la propuesta de Boal se fue extendiendo hasta llegar a Europa, pero en México, diez años antes, ya se había construido una propuesta similar en su enfoque y análisis: el Teatro Campesino fundado en 1964 por el director de cine y dramaturgo Luis Valdez que, aunque tuvo su origen en los viñedos californianos de Estados Unidos, sus protagonistas fueron hombres mexicanos y campesinos oprimidos a través de las desigualdades y la explotación de los grupos hegemónicos. El intercambio de paradigmas y propuestas entre la antropología, la sociología y el teatro, han permitido que este último se convierta en un espacio de investigación y de intervención social.

No es sorpresivo, y quizá sea un lugar común, iniciar esta propuesta con las reproducciones generadas por el Estado, pero para esta reflexión y para lo que corresponde a las relaciones migrantes entre México y Centroamérica, ha sido él quien ha decidido el origen y el desarrollo de estas reproducciones sociales. Desde sus inicios, con la llegada de guatemaltecos a las fincas de café en Chiapas, a principios del siglo pasado, se construyó una relación basada en lo laboral y, por lo tanto, se comenzó a establecer un orden pensado en los intereses económicos de quienes empleaban a estos migrantes. Las mujeres y los hombres que cruzaban la frontera sur de México, resultaban útiles para quienes los recibían y por lo tanto su presencia no significaba un “riesgo” social, ni un elemento que llevara a la desestabilización; al contrario, comenzaron a migrar familias completas desde Guatemala para establecerse en diversas zonas de Chiapas, fomentando un intercambio multicultural que generó diversos análisis pensados desde la familia y la economía. Muchos años después, en octubre de 1993 se crea el Instituto Nacional de Migración, como un órgano dependiente de la Secretaría de Gobernación (SEGOB). Este espacio institucional, a través de leyes federales y estatales, estableció una percepción que influyó en la mirada de las migraciones centroamericanas, es decir, a través de su discurso de salvaguardar el bienestar, la salud y la vida de quienes transitan por el territorio mexicano en sus desplazamientos, pusieron al centro del escenario y como un protagonista la noción de las migraciones irregulares. Queda establecida una división entre los que tienen permitido pasar y los que no. Esta noción de bienestar producida por el Estado, derivó en otra producción simbólica y social, la mirada de los ciudadanos mexicanos que dudaban entonces de la seguridad que podría significar el tránsito de personas “ilegales”.

Un ejemplo de esta idea sucede en CAMMI, el albergue de la ciudad de Querétaro que refugia familias centroamericanas. Esta organización vinculada al Estado a través de órganos como la ONU o la ACNUR, tiene dos enfoques que establecen la relación migratoria entre mexicanos y centroamericanos: por un lado, se centra en refugiar familias acompañadas de menores de edad; por el otro, una de sus misiones es la integración de estas familias a la sociedad queretana, estableciéndolas en colonias de la periferia de la ciudad, en espacios laborales limitados por su condición migratoria y en escuelas generalmente públicas para los menores.

Si para CAMMI las migraciones centroamericanas se centran en las experiencias migrantes en familia y con menores, ¿en dónde quedan las otras y los otros migrantes que no cumplen con estas características? Parece que el panorama tiene sus propios límites y sus propias fronteras, hay un cierto sesgo que nos va influyendo en la mirada social de estas migraciones. Además, las y los migrantes que logran establecerse en la ciudad de Querétaro ¿tienen una futura posibilidad de vivir en colonias que no pertenezcan a la periferia? ¿tendrán algún día la posibilidad de elegir empleos que no sean pensados para ellas y ellos? ¿Esta noción permea nuestras miradas y percepciones de las migraciones forzadas? ¿de qué manera lo hace y cómo se reproduce? Pienso, en primera instancia, en la discriminación, el racismo, la invisibilización, pero también hay otras posibilidades de relacionarnos con estas experiencias migrantes y es aquí donde las representaciones del teatro a través de sus estéticas y simbolismos nos brinda una oportunidad.

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El proceso que he ido construyendo con las y los migrantes centroamericanos, un espacio creativo pero también de investigación, está influenciado por las nociones de Boal, Valdez y Bourdieu, permitiendo que el análisis vaya enfocado a comprender y reflexionar sobre las relaciones sociales entre los centroamericanos y las personas que vivimos en la ciudad de Querétaro, una relación compleja, influenciada por las miradas hegemónicas del Estado y sus diversas vías, que fomentan la xenofobia y el racismo, pero que pueden ser destruidas a través de las representaciones y lenguajes estéticos de un teatro dispuesto a cuestionar las estructuras sociales atravesadas por las fuerzas de poder hegemónico, dispuesto a analizar los modos de relación social y reproducirlas en escena como una búsqueda de cambio en los paradigmas que nuestras miradas sociales producen.

El sociólogo francés Pierre Bourdieu (1930-2002) ocupó gran parte de su teoría para evidenciar y reflexionar sobre las estructuras sociales atravesadas por las relaciones de fuerza entre clases; la reproducción social fue una de ellas y desarrolla un análisis de cómo producimos y reproducimos las relaciones sociales en una sociedad. Esta propuesta de noción marxista, tiene una importante vigencia para comprender las complejas relaciones sociales atravesadas por las fuerzas hegemónicas, en nuestras sociedades contemporáneas.

El propósito del presente texto es construir una reflexión de cómo esta propuesta, tejida con los diálogos y las búsquedas políticas del teatro, puede complejizar las miradas de los conflictos sociales que nos atraviesan, posibilitando reflexiones que nos hagan conectar con esas realidades con una mayor sensibilidad y humanidad. Desarrollaré el análisis a través de la investigación que realizó sobre las migraciones centroamericanas en Querétaro a través del teatro y la antropología.

¿De qué manera hemos construido nuestra relación con estas experiencias migrantes centroamericanas? ¿Desde dónde hemos construido la mirada y las percepciones que tenemos de estas migraciones? ¿Qué consecuencias atraviesan las relaciones que hemos logrado edificar en las experiencias migrantes centroamericanas?

Empezaría poniendo en el foco al Estado como un espacio hegemónico que nos dicta el rumbo de las percepciones y de las miradas que adquirimos de las migraciones, por lo tanto, deriva en una dimensión social y política. El Teatro del Oprimido del investigador brasileño Augusto Boal (1974) compartía esta noción estructuralista de Bourdieu, pues a través de sus obras y sus procesos escénicos lograba que las personas se cuestionaran sobre las fuerzas opresoras del poder que influían en sus relaciones sociales y cotidianas.

En Latinoamérica, la propuesta de Boal se fue extendiendo hasta llegar a Europa, pero en México, diez años antes, ya se había construido una propuesta similar en su enfoque y análisis: el Teatro Campesino fundado en 1964 por el director de cine y dramaturgo Luis Valdez que, aunque tuvo su origen en los viñedos californianos de Estados Unidos, sus protagonistas fueron hombres mexicanos y campesinos oprimidos a través de las desigualdades y la explotación de los grupos hegemónicos. El intercambio de paradigmas y propuestas entre la antropología, la sociología y el teatro, han permitido que este último se convierta en un espacio de investigación y de intervención social.

No es sorpresivo, y quizá sea un lugar común, iniciar esta propuesta con las reproducciones generadas por el Estado, pero para esta reflexión y para lo que corresponde a las relaciones migrantes entre México y Centroamérica, ha sido él quien ha decidido el origen y el desarrollo de estas reproducciones sociales. Desde sus inicios, con la llegada de guatemaltecos a las fincas de café en Chiapas, a principios del siglo pasado, se construyó una relación basada en lo laboral y, por lo tanto, se comenzó a establecer un orden pensado en los intereses económicos de quienes empleaban a estos migrantes. Las mujeres y los hombres que cruzaban la frontera sur de México, resultaban útiles para quienes los recibían y por lo tanto su presencia no significaba un “riesgo” social, ni un elemento que llevara a la desestabilización; al contrario, comenzaron a migrar familias completas desde Guatemala para establecerse en diversas zonas de Chiapas, fomentando un intercambio multicultural que generó diversos análisis pensados desde la familia y la economía. Muchos años después, en octubre de 1993 se crea el Instituto Nacional de Migración, como un órgano dependiente de la Secretaría de Gobernación (SEGOB). Este espacio institucional, a través de leyes federales y estatales, estableció una percepción que influyó en la mirada de las migraciones centroamericanas, es decir, a través de su discurso de salvaguardar el bienestar, la salud y la vida de quienes transitan por el territorio mexicano en sus desplazamientos, pusieron al centro del escenario y como un protagonista la noción de las migraciones irregulares. Queda establecida una división entre los que tienen permitido pasar y los que no. Esta noción de bienestar producida por el Estado, derivó en otra producción simbólica y social, la mirada de los ciudadanos mexicanos que dudaban entonces de la seguridad que podría significar el tránsito de personas “ilegales”.

Un ejemplo de esta idea sucede en CAMMI, el albergue de la ciudad de Querétaro que refugia familias centroamericanas. Esta organización vinculada al Estado a través de órganos como la ONU o la ACNUR, tiene dos enfoques que establecen la relación migratoria entre mexicanos y centroamericanos: por un lado, se centra en refugiar familias acompañadas de menores de edad; por el otro, una de sus misiones es la integración de estas familias a la sociedad queretana, estableciéndolas en colonias de la periferia de la ciudad, en espacios laborales limitados por su condición migratoria y en escuelas generalmente públicas para los menores.

Si para CAMMI las migraciones centroamericanas se centran en las experiencias migrantes en familia y con menores, ¿en dónde quedan las otras y los otros migrantes que no cumplen con estas características? Parece que el panorama tiene sus propios límites y sus propias fronteras, hay un cierto sesgo que nos va influyendo en la mirada social de estas migraciones. Además, las y los migrantes que logran establecerse en la ciudad de Querétaro ¿tienen una futura posibilidad de vivir en colonias que no pertenezcan a la periferia? ¿tendrán algún día la posibilidad de elegir empleos que no sean pensados para ellas y ellos? ¿Esta noción permea nuestras miradas y percepciones de las migraciones forzadas? ¿de qué manera lo hace y cómo se reproduce? Pienso, en primera instancia, en la discriminación, el racismo, la invisibilización, pero también hay otras posibilidades de relacionarnos con estas experiencias migrantes y es aquí donde las representaciones del teatro a través de sus estéticas y simbolismos nos brinda una oportunidad.

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El proceso que he ido construyendo con las y los migrantes centroamericanos, un espacio creativo pero también de investigación, está influenciado por las nociones de Boal, Valdez y Bourdieu, permitiendo que el análisis vaya enfocado a comprender y reflexionar sobre las relaciones sociales entre los centroamericanos y las personas que vivimos en la ciudad de Querétaro, una relación compleja, influenciada por las miradas hegemónicas del Estado y sus diversas vías, que fomentan la xenofobia y el racismo, pero que pueden ser destruidas a través de las representaciones y lenguajes estéticos de un teatro dispuesto a cuestionar las estructuras sociales atravesadas por las fuerzas de poder hegemónico, dispuesto a analizar los modos de relación social y reproducirlas en escena como una búsqueda de cambio en los paradigmas que nuestras miradas sociales producen.

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