Alguna vez vi un documental acerca de un hombre que decidió llevar a cabo la casi imposible empresa de levantar, son sus propias manos, él solo, una catedral. Su convicción férrea, su empecinamiento desmedido, su fe desbordada provocaban reacciones variadas entre los vecinos y los curiosos, desde la burla y el escarnio hasta la admiración reverencial. ¿Qué puede llevar a un hombre a asumir una encomienda de ese calibre? ¿En qué momento alguien decide dedicar su vida a un propósito que le demandará un esfuerzo espiritual, mental y evidentemente físico de una magnitud excesiva? ¿Cuántos años pasará erigiendo ese monumento que, inmutable, verá pasar los siglos por venir? Una catedral. Cientos, miles de catedrales han sido erigidas en el mundo. Algunas de ellas han sido bombardeadas, otras, restauradas eclécticamente a lo largo del tiempo, algunas más, derrotadas por la imprevisibilidad de la catástrofe. Catedrales que nos obligan a levantar la mirada desde el suelo marmóreo para marearnos por nuestra pequeñez, de creyente o de simple turista incidental. Al ver a aquel hombre empecinado en su heroica o terca labor, no pude dejar de pensar en quienes hacemos teatro. Somos como él, no como los reyes o jerarcas eclesiásticos que mandan a construir, con miles de trabajadores anónimos, aquellas otras catedrales fastuosas.
Al hacer teatro levantamos catedrales efímeras que duran apenas unos días. Escribimos palabras como vigas, la memoria, la voz y el cuerpo de los intérpretes las apuntalan, pero, además de aquella simbólica “madera de actor”, también creamos escenografías con madera real. Taladramos, clavamos, pulimos, ensamblamos y construimos mundos que serán habitados por un cúmulo de creyentes de ocasión que se permitirán adentrarse en sucesos ficticios como si estos fueran enteramente verdaderos. Ese público desea ser convencido de que aquello que presenciará tendrá la innegable factura de algo real. Para lograrlo se requiere invertir en la edificación de aquellos universos imaginarios una cantidad considerable de tiempo. Aunque dedicamos a su construcción miles de horas de entrega física, mental y espiritual, nuestras catedrales deben desarmarse en un santiamén. Se desvanecen en cuanto concluyen las temporadas de las obras que cobijan. Las catedrales del mundo sostienen los relatos que se reiteran indefinidamente para brindarles asideros metafísicos a quienes se refugian en la religión, pero las nuestras están especialmente diseñadas para albergar una sola historia. Permanecen sólo en el recuerdo. Nuestro verdadero territorio está en esa zona difusa sin localización precisa: la memoria.
Hoy, especialmente, resuena en mí esta metáfora de las catedrales efímeras. Al ver a Fernando Flores, un escenógrafo excepcional que además es un queridísimo amigo, y a Ismael Gimate, el amor de mi vida, trabajar imparablemente, de sol a sol, a lo largo de semanas enteras, taladrando, serruchando, soldando, empotrando, barnizando, resanando y adecuando los dos espacios en los que se desarrollará la acción de nuestra nueva obra La noche de las alienadas, pienso en aquella hazaña colosal con la que abrí este texto. Las catorce mujeres del colectivo feminista Labios superiores me llenan también de asombro. Se han entregado a estudiar un cúmulo de padecimientos psiquiátricos a partir de los cuales se concibieron los personajes que habitarán el Hospital psiquiátrico de La Salpêtrière, en plena Revolución Francesa. El verdadero Hospital La Salpêtrière, el recinto histórico que aún funge como nosocomio, lleva cuatro siglos ocupando un lugar preeminente en París y en la historia de la psiquiatría. Alguna vez fue un depósito de pólvora, pero, en el siglo XVI comenzó a albergar a mujeres locas, prostitutas y vagabundas: Las rechazadas. Nuestro Hospital La Salpêtrière, a diferencia del emblemático edificio histórico, es ficticio y se ha construido en cuatro meses. Puede pensarse que cuatro siglos pesan muchísimo más que esos cuatro meses, pero ese es un terrible error. El tiempo del teatro tiene un peso psíquico y emocional muy superior al de la piedra y el concreto.
¿Qué serían las locas reales de La Salpêtrière sin las locas ficticias que les otorgaremos un lugar en el mundo, en la memoria de las y los espectadores actuales? ¿Cuántas personas queretanas saben que, en 1792, 25 reclusas de aquel hospital fueron asesinadas brutalmente por una horda enfurecida de revolucionarios que creyeron que las locas no podían convertirse en ciudadanas pensantes? ¿No son las catorce actrices y los tres actores quienes les devolverán algo de dignidad a esas vidas que atravesaron el mundo sin ser reconocidas ni respetadas? El doctor Pinel, el psiquiatra en jefe, será interpretado por Gabriel Hörner, el querido director del Museo de la Ciudad que ha abierto las puertas de ese recinto a los artistas de cualquier estrato y disciplina. Pinel existió, fue un médico eminente que, sin duda, ocupa un espacio indiscutible en la historia de la psiquiatría. Aunque el público queretano no lo conozca, basta con teclear su nombre en Google para ver aparecer miles de referencias a su labor. Los nombres de los hombres ilustres son recordados, pero los nombres de la mayor parte de las mujeres, particularmente de las que “perdieron la razón”, han sido borrados por completo.
Por eso el teatro construye sus catedrales efímeras, para que las vidas que no fueron nombradas, las que fueron silenciadas y ocultadas, reaparezcan en la memoria colectiva. ¿De qué nos sirven los monumentos del mundo, las inmensas edificaciones, si ellas se han tragado las voces de los derrotados, de los invisibles, de los insignificantes, de los indeseables? Las catedrales de piedra, cristal y madera son aparentemente eternas; si sobreviven a las guerras y a los cataclismos, son elocuentes testigos de la historia de los poderosos y reafirman las creencias de quienes las habitan con devoción. Las catedrales teatrales son efímeras, cuentan relatos pequeños, pero enuncian las palabras que han sido devoradas y silenciadas por las viejas edificaciones que sostienen los imaginarios históricos.
Y porque es importante que quede constancia de las hazañas, hay que mencionar los nombres de las heroínas y los héroes que han construido esta catedral efímera, La noche de las alienadas: Andrea Herrera, Mónica Durán, Roja Ibarra, Alexandra Mondragón, Azucena López, Dadá Salas, Nahim López Mancebo del Castillo, Claudio Irrera, Cecilia Navarro, Gabriel Hörner, Lucía Pink, Miriam Balderas, Luz Anguiano, Guadalupe Mora, Andrea Castañeda, Ismael Gimate, Fernando Flores, Addi Nahum Jacobo, Pako Granados, Daniel Velázquez y Arturo Velázquez.
Me siento honrada de formar parte de esta travesía que nació gracias al tesón y el corazón de un grupo de mujeres hacedoras de teatro que nos propusimos crear juntas una pieza colaborativa, armoniosa y única. Las grandiosas mujeres cuyos nombres escribí en este texto forman parte del colectivo feminista Labios Superiores, este es nuestro proyecto inicial, pero sabemos que después vendrán muchísimos otros. Crearemos otras catedrales efímeras. Se nos unieron en el camino miembros inigualables de la compañía de teatro independiente Sabandijas de Palacio como Addi Nahum Jacobo, Pako Granados y Claudio Irrera. Lo que ustedes verán, damas y caballeros, será una obra original, divertida, extravagante, de inmersión, en la que podrán degustar una historia inusual acerca de la locura femenina.
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Si alguna vez te nombraron loca y te sentiste marginada, esta obra es para ti. Si alguna vez llamaste loca a una mujer cuando ella expresó su opinión con vehemencia, debes acompañarnos. Si estás cansada de que a las mujeres se nos considere emocionalmente inestables, racionalmente limitadas e intelectualmente inferiores, asiste a La noche de las alienadas. Si crees que estos prejuicios misóginos son reales, definitivamente, es momento de que vayas al teatro para reconsiderar tus ideas. Dividiremos al público para que los hombres se conviertan en psiquiatras y las mujeres en locas o viceversa. Podrás experimenta la obra desde la perspectiva del poder médico o desde la fragilidad de las alienadas. Visita nuestra página www.sabandijasdepalacio.com. Si encuentras esta publicación y escribes al correo sabandijasteatro@gmail.com puedes obtener un 2x1.
Tendremos presentaciones el 19, 20, 25 y 26 de septiembre; 2, 3 y 4 de octubre en el Museo de la Ciudad.
¿Vas a dejar pasar una experiencia sin precedentes? Nuestra catedral efímera está abierta para ti.