Maestro de teatro, maestro de vida

Tinta para un Atabal

Gustavo Silva | Colaborador Diario de Querétaro

  · miércoles 19 de julio de 2023

Gustavo Silva tiene una trayectoria de 30 años como docente de teatro. Foto: Cortesía | Atabal


Ahora que van a cumplirse cuatro años desde la última clase que di como maestro de Teatro, con la distancia que me permite el paso del tiempo, hago una profunda reflexión acerca de mi papel como educador teatral -realicé esta labor a lo largo de 30 años- y al hacerlo extiendo esta reflexión a todos los colegas que actualmente se desempeñan como docentes de esta disciplina, acerca de lo que implica tener como forma de vida la educación de otros seres dentro de este noble arte.

Resuena en mi corazón y en mi cabeza, porque como decían los antiguos mayas hay que pensar con ambos, el que todos los días 15 de mayo, cuando se celebra al maestro, aparece en las redes sociales la leyenda “Un maestro de teatro cambió mi vida” y la invitación a que si así fue lo manifiestes y pongas el nombre del mentor que lo hizo. De manera asombrosa he visto aparecer los nombres de muchos, muchísimos colegas, incluido el mío y el de mi compañera Ruth que también entregó 24 años a la docencia de este arte y, sin caer en un ataque de vanidad ni despreciando o demeritando a maestros de otras disciplinas, digo: sí es verdad, un maestro de teatro cambio mi vida y entonces trato de sacar conclusiones, ¿por qué?

Proyecto Reconstrucción. Colectivo La Otra Orilla. Foto: Cortesía | Atabal

El teatro es un laboratorio del alma, es un territorio de exploración de todo lo que somos, de lo que fuimos y de lo que queremos ser, y para poder habitar este territorio necesariamente el artista tiene que conocer los propios que son múltiples: su cuerpo, su voz, sus emociones, su energía vital; tiene que aprender a enfrentar sus miedos, romper sus limitaciones, descubrir sus talentos, saltar obstáculos, fracasar una y otra vez e intentarlo de nuevo; tiene que volver al asombro y al juego como cuando niño; tiene que “limpiarse” de muchas cosas que lo habitan que no siempre son lindas pero que forman parte de sus aprendizajes; tiene que descubrirlas primero y tiene que desarrollar su discernimiento para saber cuáles de estas le servirán en su carrera interpretativa; tiene que aprender a mirar dentro de sí para ver su sombra, para conocer su espalda psicológica, sus heridas…

Por otra parte, tiene que aprender el nosotros, el teatro es el arte colectivo por excelencia. La ideología capitalista, basada en la teoría darwiniana de la competencia, nos ha educado en el individualismo extremo; sin embargo, contemporáneamente la ciencia ha descubierto que el principio fundamental de la naturaleza no es la competencia sino la colaboración y esto es precisamente la base de la educación del teatro, formar un colectivo de individuos en el que se aproveche lo mejor de cada uno en pro de un objetivo mayor y para esto es necesario romper a la masa de individualistas en que nos ha convertido el sistema.

Y luego el espacio, el aprender a relacionarse con éste, entender la profunda relación de lo que somos, con el habitar el hábitat, estar ahí con todo nuestro ser para poder comunicarnos con él, con los otros y con los que nos ven.

Yo soy Bruno. Función en la bodega del CENADAC, 2020. Foto: Cortesía | Marcela Dovalí

El teatro es el arte del tú, del yo y de los otros. Las posibilidades que aparecen entonces son infinitas y la relación con el otro y los otros en ese territorio definitivamente es transformadora y ocurre entonces el milagro: tú ya no eres el mismo, hay un antes y un después, cuando has tenido la fortuna de encontrar en tu camino a un habitante de esos territorios que ha estado ahí y que sigue estando en todo momento. Él o ella te va enseñando desde su propio caminar, él o ella también cambian, también aprenden, también comparten tus logros y son empáticos con tus tropiezos y fracasos porque ellos saben que el teatro es como la vida.

Aquí es donde aparece el concepto que le da título a este escrito y es que el teatro y la vida son tan cercanos como nuestro reflejo o como nuestra sombra. No es la vida en el sentido estricto, pero se parece tanto. No es la realidad, pero se alimenta de ella. Se construye con leyes y reglas propias, pero estas están tan íntimamente conectadas a nuestros deseos y proyecciones que tiene un profundo sentido humano. El teatro toma su materia prima de la vida y se la devuelve transformada en un caleidoscopio de emociones, de movimientos, de luz, de aprecio que surge del hurgar en lo profundo de la naturaleza humana.

En mi experiencia, al hacer las reflexiones obligadas al término de cada sesión de entrenamiento, muchos de mis alumnos decían frases como: “esto me recordó una experiencia en mi niñez” o “hace poco estuve en una situación parecida a la del ejercicio”, o “igual que en la vida hay que encontrar estrategias para seguir adelante, como le hicimos en esta dinámica”, etc.

Entonces si hay una relación tan profunda, tan íntima, tan estrecha entre el teatro y la vida, el o la interprete escénica tiene que desarrollar un profundo conocimiento de nuestra naturaleza y este conocimiento comienza por él mismo, por ella misma, por su propia alma.

Es un proceso hermoso, sublime, muy enriquecedor, pero también doloroso, entonces qué mayor bendición que tener como guía a alguien que haya realizado este camino y que lo siga realizando y aún mejor si ese guía, ese educador, muestra con su propia experiencia de vida qué tan cerca está el teatro de esta y cómo lo que se encuentra en la experimentación escénica nos ayuda a transformar la experiencia vital y viceversa, cómo lo vivido afuera alimenta la creación dentro de la ficción que es el mundo donde habitan los personajes.

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¿Es entonces un maestro de teatro un maestro de vida? la respuesta es sí, siempre y cuando esté consciente de este papel, de este rol, al que la educación teatral lo invita; quizá esta consciencia llegue con el tiempo, después de los primeros años, pero si hay vocación por enseñar seguro llegará y la vida y el teatro le mostrarán los caminos.

Sí, definitivamente ¡un maestro de teatro cambió mi vida!