Hace pocos días leí en esas publicaciones feisbukeras que se encuentra uno mientras procrastina: “Deja de ver Netflix, ve al teatro…es el único arte que se hace igual desde hace 5 mil años, es una fiesta”, y entonces me preocupé y me puse a escribir esta reflexión. Es cierto que el teatro ha estado en crisis desde la primera vez que apareció la teatralidad en las cavernas, aunque le hayamos puesto nombre hace algunos miles de años, allá donde comenzaba a existir el teatro para darle imagen, sonido y signo a aquello que unos histriónicos buscaban transmitir a otros observadores. El teatro ha tenido a lo largo de la evolución del hombre un registro de ese paso y es a través de las composiciones, creaciones ficcionales y momentos sobre la escena que el sujeto emisor ha podido plasmar la huella de nuestra humanidad, usando como medio para este fin los sentidos: gusto, olfato, oído y tacto. La crisis existe de la mano de este proceso casi natural del teatro y de la vida, influenciado en el tiempo por acontecimientos que los mismos humanos provocamos como las guerras mundiales, las crisis económicas y políticas, etcétera, etcétera. Aunque, dependiendo de la época, sus razones, motivaciones y objetivos se vayan movilizando. Pero si la primera aseveración tiene algo de cierto y, realmente creemos que el teatro se hace igual que hace 5 mil años, entonces, ¿algo deberíamos cambiarle? ¿no?
Actualmente el teatro se enfrenta a diversas problemáticas que hay que abordar desde distintos nichos para comprender mejor el fenómeno e intervenir en pro del mismo. No hace mucho tiempo el teatro utilizaba la confusión, el desencuentro y la falta de comunicación como uno de los medios principales para generar los conflictos en la escena: el mensaje de Julieta que no llega a tiempo a Romeo y les lleva a su fatal destino, las palabras a Macbeth por parte de las brujas que buscan provocarlo y este sin poder asistir por auxilio o explicación alguna o la tensión creada por la carta que Norma necesita que Torvaldo no encuentre. Todos estos ejemplos y otros más tienen como motor de este conflicto la falta de comunicación, el error o el tiempo de entrega de ese mensaje, que lleva al espectador a navegar en una tensión inmensa y perturbadora que, incapaz de resolver, observa cómo se acerca la tormenta que destruirá a esos personajes.
El espectador, por no decir el mundo, ha sido traspasado por la evolución de la tecnología, el internet y el movimiento masivo de la información sobre todo a través de las redes sociales; el correo postal es casi obsoleto, todos llevamos un teléfono móvil que permite comunicarnos casi con cualquier persona en el mundo y saber lo que está pasando en ese mismo momento en China, aunque estemos en Latinoamérica. Los conflictos mencionados anteriormente se resolverían hoy en día con una llamada, un mensaje de WhatsApp o pidiendo una sugerencia en Facebook, impidiendo la gran travesía que los personajes pudieran pasar y limitando las poderosísimas historias donde se pone a prueba el amor, la tenacidad o el deseo por perseverar.
No podemos ignorar que el teatro mismo se ha visto influenciado por la modernidad al grado de proponer plataformas de streaming con obras de teatro para que el espectador no salga de su casa y vea la escena desde la pantalla. Sin embargo, es posible que la afectación de estas tecnologías en el espectador vaya más allá de cambiar de plataforma u ofrecer otro tipo de espacio donde se pueda consumir el objeto de arte.
La vida diaria, sobre todo después de la pandemia, se ha vuelto multisensorial, multiestimulo; todo está al alcance de una pantalla, la compra de comida, de ropa, las películas, revisar las cuentas bancarias, los libros, etc. En un espacio donde los sentidos están siendo minimizados por las características de la era digital, condicionados a consumir material audiovisual de cinco segundos, publicidad sugerente que nos bombardea constantemente en todas las plataformas en la que el sujeto interactúa, es conveniente preguntarnos ¿desde dónde está evolucionando el teatro?
Es decir, existen plataformas digitales que nos permiten experimentar ofertas de documentales o películas donde el mismo espectador va definiendo el rumbo de la historia que quiere ver, involucrándolo desde otro sitio, volviéndolo cocreador, responsabilizándolo de lo que se está construyendo entre el que hace y el que observa. En el teatro tradicional el espectador suele encontrarse en el lado oscuro de la sala, reduciendo su actividad a la de un mero observador. Raniere plasma en sus escritos el concepto de Emancipación Intelectual donde se le reconoce al espectador las cualidades para participar de manera activa en el proceso de la generación del conocimiento, es decir, convertirlo en un participante activo que puede interpretar y dar sentido a lo que ve a través de su bagaje personal producto de su experiencia previa; que la obra de teatro se convierte en el acto único e irrepetible, lo que lo vuelve efímero, lo que lo vuelve auténtico.
Gracias a la inclusión de las tecnologías en nuestra vida diaria es que al espectador le ha nacido la necesidad de formar parte de la experiencia cultural, si bien el ser humano como ser social tiene la urgencia de pertenecer a un grupo o a un sitio para perpetuar su ser colectivo. El fenómeno social de involucrarse en la experiencia cultural surge también de la posibilidad de contribuir en la creación de significado. La cultura de la participación se manifiesta desde los años sesenta a través del happening y del performance, donde el creador/artista involucra al público en el proceso creativo. En ese sentido, el creador también ha tenido que cambiar su relación tanto con el objeto de arte como con el espectador, ya que no es solo éste quien se lleva el reconocimiento del resultado, sino que es también al espectador a quién se le reconoce su participación para contribuir en el resultado de la puesta en escena, no solo con su asistencia sino con su participación activa.
En ese sentido quisiera señalar algunas pocas dinámicas y posibilidades que he visto de creadores y creadoras queretanas que permiten acercar al público, involucrarlo y hacer de la obra teatral una experiencia que vaya acorde con nuestra época y su interacción con en el mundo:
1- Interacción y experiencias: el espectador tiene la necesidad de tener una experiencia que pueda compartir en redes sociales y que esta, a su vez, le dé estatus. Aquellas obras donde el espectador pueda registrar, subir, compartir en redes sociales que forma parte del evento no solo permite que se sientan parte del éxito obtenido, sino que ayudan a difundir y socializar la cartelera teatral.
2- Multimedia en el teatro: existen obras en las que se han involucrado elementos multimedia como proyecciones, transmisiones en vivo, interacciones desde algunas apps; esto permite que el espectador se mantenga conectado con un lenguaje cercano a lo que su ojo y tacto está acostumbrado.
3- Comprensión y observación constante del espectador: la tecnología, redes sociales, inteligencia artificial está evolucionando de una manera impresionantemente rápida por lo que resulta determinante, para la evolución de un teatro actual, tener conocimiento del espectador para utilizar herramientas legibles y cercanas que provoquen e inviten a nuevas experiencias para el público.
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Estas estrategias, dinámicas y observaciones no buscan imponer de manera arbitraria la participación del espectador, más bien se busca integrarlo de forma activa y consciente en la experiencia teatral, ampliando con ello las posibilidades de acción y de comunicación en la escena teatral contemporánea.
Si el cine, la música y las ciencias se han adaptado potencializado su impacto con el espectador/consumidor a la par que evoluciona la propia humanidad, ¿no deberíamos adaptarnos también los creadores teatrales? ¿seguimos manteniendo las tradiciones en el teatro? o ¿buscamos caminos que involucren al espectador en el verdadero acto colectivo que es el teatro?