Teatro: memoria viva de la historia

Tinta para un Atabal

Ana Bertha Cruces | Colaboradora Diario de Querétaro

  · jueves 27 de enero de 2022

Foto: Cortesía | Armando Arias

Yo nada sé. Pero pienso que no es justo que los que labran la tierra, siembran el grano y levantan la cosecha, tengan menos que comer que los que viven en continua fiesta sin hacer nada útil

Ricardo Flores Magón


El pasado 3 de enero de 2022, el presidente de México Andrés Manuel López Obrador, declaró que este año estará dedicado a una figura emblemática de la Revolución Mexicana, al fundador del Partido Liberal Mexicano y de los periódicos El Demócrata, El Hijo del Ahuizote y Regeneración: Ricardo Flores Magón, a 100 años de haber sido asesinado y quien, junto a sus hermanos Enrique y Jesús, así como también a otros seguidores del Magonismo, no claudica en su lucha por difundir sus ideas contra el régimen Porfirista, contra los privilegiados caciques, hacendados y latifundistas que oprimieron al pueblo mexicano durante los primeros años del siglo XX.

Partiendo de que “La cultura es un conjunto de creencias, tradiciones, folclore, moral, arte, instituciones y conocimientos sistematizados expresados en las capacidades del hombre como ser social, que integran a las comunidades y pueblos, distinguiéndolos entre sí” (Monsiváis, 2003), no podemos eximir al teatro, histórico o no, de ser una de las expresiones que conforman las identidades de los grupos humanos y que contribuye al rescate de la memoria, constantes que han privado en la conformación del repertorio de Atabal Teatro quien responde, mediante la selección de sus montajes, a uno de los objetivos trazados desde su fundación en 2006, a saber: “promover el sentido de identidad, mediante el acercamiento de obras que inviten al público a pensar en las conflictivas humanas, sociales y de implicaciones históricas que estamos viviendo y que en cierto sentido nos unifican como nación. De igual manera, pensamos que es asunto de todos los mexicanos: el rescate de nuestra historia y nuestro origen”.

Foto: Cortesía | @mediateca.inah

Independientemente de las intenciones políticas a las que responde la decisión del gobierno en retomar la figura del anarquista, activista, escritor y filósofo mexicano: Ricardo Flores Magón, este hecho ha provocado la necesidad de recordar una de las puestas en escena más significativas de esta agrupación, por su vigencia ideológica, histórica y su aportación artística al teatro mexicano.

Me refiero a Derrota luminosa, original de Estela Leñero, puesta en escena montada por primera vez en México, dirigida por Mauricio Jiménez y llevada a cabo por Atabal, gracias al apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, cuyo estreno se verificó en el mes de marzo de 2017 en el Foro Múltiple del Museo de la Ciudad y que fue presentada en diferentes foros nacionales durante ese año y la primera mitad de 2018, interpretada por un elenco integrado por un conjunto de actores seleccionados en audición, provenientes de diferentes agrupaciones del estado.

En Derrota luminosa, tres personajes, casi borrados de la historia, emergen de las sombras de La gracia o de El purgatorio, cárceles que fueron cuartel y tortura para los hermanos Flores Magón. Enrique, el menor, en un estado que va del delirio a la locura, viaja entre el pasado y el presente luchando por su vida, convenciéndose a sí mismo de que un pueblo puede llegar a ser libre, que no debe parar hasta encontrar su libertad total. En este montaje épico, los héroes se glorifican en la derrota, no los detiene ni la muerte, y el eco de sus voces apasionadas, guerreras, resuena para fundirse con la realidad áspera y cruda del momento actual. Cada sonido, cada palabra, cada movimiento es una voz del viaje interno por el que camina el protagonista; es también un discurso explícito desde sus deseos, inmersos en un vaivén entre la ensoñación y la locura.

Foto: Cortesía | Armando Arias

Pese a que constituye una mirada crítica desde el anarquismo, al cuerpo posrevolucionario que adoptó México tras el movimiento armado de 1910, plagado de caudillos voraces e instituciones corruptas, esta obra no se hunde en lo que conocemos como teatro histórico que es usualmente una repetición del cuento cívico institucionalizado; la obra se afianza en la indómita rebeldía de sus personajes. Asombra porque existen personas que no se doblegan ante las adversidades. Este tesón, encausado en una convicción política, podría ser el tema de la pieza de Leñero y no una simple y llana lección de historia.

“En el trabajo del dramaturgo que habla de la historia, intervienen dos subjetividades: la del historiador que juzga diversos discursos sobre los acontecimientos y toma partido acerca de su explicación; la del escritor que selecciona y ordena los materiales de su fábula” (Patrice Pavis, Diccionario del teatro, Paidós. España, 2002). Con su texto, el dramaturgo restituye una coherencia a la historia: “El trabajo silencioso del dramaturgo consiste en pensar la historia objetivamente; en saber pensar todo lo demás a continuación, en tejer los elementos aislados de un conjunto: y ello presuponiendo siempre que hay que introducir en los hechos un plan unitario, si no lo poseen ya”. (Sobre la utilización de los inconvenientes de la historia para la vida, Nietzshe).

Derrota luminosa ofrece al espectador un punto de vista humano sobre la Revolución Mexicana, le confiere un valor que nada tiene que ver con las armas, sino con el amor a nuestro país. Es una incitación al pensamiento libertario que, si bien es otra forma de rebeldía, mediante la dramaturgia de Leñero y en su momento la propuesta escénica de Jiménez, se traduce en la consciencia de que lo que necesitamos con urgencia es la acción desde las ideas para procurarnos una vida mejor, cuestionando la validez del uso de la violencia para lograr una paz que por el camino de las armas seguramente no llegará nunca.

¿Qué queda al ser humano después de derramar la sangre de sus compatriotas? ¿Queremos seguir pisando las huellas que otros dejan? Son interrogantes que enmarcan la historia contada con solamente cuatro elementos escenográficos, cuatro rejas que transforman el espacio en distintos mundos, siendo estas un símbolo de aprisionamiento que ejercen poderes invisibles que acallan voces, porque denuncian calamidades; pero también son un signo que demuestra que quienes están dentro de ellas, no son forzosamente los personajes, sino los espectadores quienes en la medida de sus anhelos procuran, a toda costa, continuar. Plantea un paralelismo con los movimientos revolucionarios actuales, alude a la intelectualidad del mexicano para que redefinamos y nos apropiemos, desde lo más profundo de la memoria y desde nuestros más íntimos deseos, de las palabras que, de tanto repetirlas se están volviendo cada vez más huecas y carentes de significado, ausentes de sentido: justicia y libertad.