Invito a continuación a reflexionar sobre la importancia del teatro para la formación de los adolescentes a partir de dos experiencias: la primera, la oportunidad de ser espectadores de teatro y la segunda, la posibilidad de tener un espacio regular de formación en teatro y adquirir las herramientas expresivas y sensibles propias de la disciplina.
Ambas posibilidades enfrentan también un posible problema: el desinterés o disgusto que cada individuo pueda tener por esta expresión de arte. De ello se derivan dos preguntas: ¿Cómo combatirlo? y ¿conviene hacerlo? La segunda es quizá la primera a resolver. Y es que seguramente todas y todos nos reconocemos como víctimas de múltiples imposiciones durante nuestra etapa de adolescencia e incluso guardamos malos recuerdos de ellas, por lo que la respuesta inmediata sería “no debemos imponer”. Y sí, creo que la imposición no es un buen camino. Sin embargo, en una etapa de tantas búsquedas como lo es la adolescencia, sin duda conviene plantearles constantemente la pregunta acerca de sus intereses, pues quizá lo que parece un “hobbie” o una carga, se convierta en una herramienta indispensable en su futuro.
Echando mano de mis propios recuerdos, reconozco que ya tenía una claridad de lo que quería hacer profesionalmente en esa etapa – y que aún quiero a la fecha–; sin embargo, muchos son los casos de jóvenes que a un paso de la universidad no saben a qué carrera dirigirse o, en el mejor de los casos, se debaten entre medicina, matemáticas aplicadas o literatura, por poner un ejemplo de intereses sumamente disímiles en cuanto a las herramientas que utiliza cada disciplina. ¡Qué desafortunado es, por lo tanto –para los individuos en esta situación– privarlos de conocer y reconocer en sí mismos aptitudes y posibles caminos para su vida; incluso cuando en su presente les parezca inútil!.
Abro otra cuestión que responde al cómo combatir el desinterés. Aún quienes encuentran a temprana edad cierta claridad sobre su futuro profesional, convendría que combatieran el desinterés hacia muchas áreas de conocimiento y/o expresión no solo porque tienen que cursar esas materias en la escuela, enfrentarlas y vivirlas, sino porque, sin duda, conviene conocerlas como herramientas que nos ayudan a conectarnos con el mundo. Entonces, ¿cómo combatir el desinterés? Me hubiera gustado que muchas y muchos de mis docentes se hubieran preguntado eso pues no solo me hubieran hecho más llevadero mi proceso de formación sino que hoy en día seguiría disfrutando de conocer o aplicar conocimientos distintos al teatro, pero útiles a la vida misma. Por ejemplo, quisiera ser más ágil en mi pensamiento lógico para manejar mis finanzas; resolver aspectos técnicos del espacio y la iluminación escénicos; conocer un poco más de ciencias naturales… en fin, no hay herramienta alguna que podamos asegurar que es inútil. Sin duda, la manera en que se nos presentan estas disciplinas muchas veces las hace parecer una carga innecesaria.
En cuanto al tema específico del teatro, una de las circunstancias más comunes en la impartición de esta materia a nivel secundaria o preparatoria, es el uso de este espacio curricular para resolver los festivales y ceremonias escolares que, sabemos, no son pocos. Para quienes cursan gustosos la materia o el taller de teatro, casi cualquier obra es un motivo u oportunidad para disfrutar y brillar; sin embargo, quienes no encuentran motivo ni interés en ella se tropiezan con un proceso cuarteado por los objetivos del espectáculo y los procesos de interiorización, asimilación, puesta en cuestión, reflexión, desinhibición, expresión, entre muchas otras etapas del aprendizaje a través del teatro.
No hay manera de combatir el desinterés o indagar en el posible interés que los alumnos y alumnas puedan encontrar en una materia cuando lo más importante es entregar resultados visibles para los padres o las instituciones y no resultados para los estudiantes. La institución se convierte en una réplica del sistema capitalista, donde los intereses individuales quedan opacados ante las necesidades de producción; en la escuela, los docentes pierden espacios de exploración y comunicación con las y los alumnos en vista de construir lo que el exterior demanda como resultado.
En la mejor de las circunstancias, los grupos en las escuelas son de entre diez y veinte adolescentes; en los casos más complejos, de cuarenta o hasta cincuenta estudiantes, números que incluso en el teatro profesional son difíciles de trabajar. Laborar con estos grupos numerosos implica la organización de muchas personas además de que la participación que pueda tener cada uno es sumamente dispar y, por lo tanto, el nivel de experiencia para trabajar un personaje o quehacer escénico no es el mismo y tampoco es el nivel de aprendizaje y reflexión para todos los involucrados; añádase la premura para concluir un proceso de montaje para la diversidad de festejos y celebraciones escolares.
Por otro lado, regresando a las dos experiencias planteadas para conocer la expresión teatral en la adolescencia, el incentivar el consumo de teatro puede ser una imposición con la posibilidad de dar frutos sin vulnerar al adolescente, generándole experiencias que, aún partiendo de un desinterés, puede abrir puertas de sensibilidad y conciencia a futuro.
La actriz española Blanca Portillo tiene una interesante charla que podemos encontrar en YouTube que se titula El teatro y la cultura son escuelas para la vida. En ella relata su experiencia y encuentro con el teatro y manifiesta cómo uno de sus grandes hallazgos fue el encontrar en esta disciplina un vehículo para viajar y encarnar experiencias para vivirlas y transmitirlas a otras personas. Creo que esa es justamente la apuesta de adentrar a los adolescentes al teatro, para ofrecerles la posibilidad de viajar a distintos mundos donde puedan encontrarse y descubrir distintos gustos y realidades.
¿Cómo atraer a los desinteresados de las artes a estos espacios? Es una pregunta que requiere reformular respuestas constantemente, pero vaya que vale la gracia hacerlo y abrir posibilidades a un sector que mucho se juzga de imposible pero que, sin duda, no lo es y tiene mucho que ofrecer.