La mejor impresión que me dejó “Soledad” por parte de la compañía artística y teatral Barón Negro, fue ver el enorme crecimiento de Carlos Casas, autor y director escénico de este puesta en escena.
Mi más remoto recuerdo de este artista escénico se instala en el teatrino de la Exprepa Centro, en el Patio Barroco del antiguo claustro del Colegio de San Ignacio, de la orden católica de los sacerdotes jesuitas. Se trataba de una presentación dentro del Festival de Teatro Estudiantil que se dejó morir durante la administración estatal de José Eduardo Calzada Rovirosa. A contracorriente de la galanura convencional, Casas interpretó al galán, o lo más similar a éste según el dramaturgo potosino Antonio González Caballero, de dos mujeres con ilusiones románticas igualmente disparatadas y estrambóticas. Carlos Casas también se antojaba un histrión a contracorriente del actor formal, con una vocecilla tipluda y una locución de correcaminos. Con estas características, más la pequeña talla y nerviosa gestualidad de ojos fuertemente negros, se antojaba un muñeco de ventrílocuo.
Pero desde entonces su versatilidad interpretativa y de caracterizaciones no ha conocido límites, ni parece que lo vaya a haber, ni que haya director para quien no resulte maleable y camaleónico hasta la asunción femenina caricaturesca o provocativa y sensual. La explotación de sí mismo aparece extraordinaria al punto de la hilaridad incontenible o el desconcierto de no encontrarlo más que por eliminación leyendo los créditos de un reparto. Un colmo y una exageración muy acertada fue versionar aquel personaje de “Amorosos Amorales” —lo trasladó a una situación punk—, por lo menos un lustro más tarde, en el Mesón de los Cómicos de la Legua cuando estos artistas universitarios andaban apagando sesenta velitas o más. Es muy fácil apostar las horas que habría revisado y estudiado a los actores fílmicos Buster Keaton, Harold Lloyd y Charles Chaplin, con un agregado personal impagable: imposible dudar de la espontaneidad y la improvisación ante la respuesta y reacción del público de todas las edades, ampliando hasta la platea el foro, metiendo, alegres y entusiasmados, a los espectadores en la trama y el suceder escénico. Cualquiera que le lleve un antagónico a Casas debe estar alerta y presto para improvisar o de plano, acusar extrañeza con el guion.
Poco a poco Juan Carlos empezó a tomar inspiración dramática, a versionar y a adaptar clásicos de todos los tiempos, desde el Prometeo encadenado de la mitología griega, dador del fuego y el arte de la metalurgia a los hombres desobedeciendo a Zeus y por tal penando hasta el fin de los tiempos, pasando por Samuel Beckett — “Esperando a Godot”—, Molière y Eugène Ionesco. Del padre de la comedia francesa tomó “Escuela para mujeres” con una enorme carga expresiva mediante la mima gestual a cara-blanca y corporal, respaldando esta sencillez escenográficamente mediante la iluminación y el vestuario, ambos recursos utilizados con un criterio minimalista abstracto, es decir, sin significación per se pero, fondeando favorablemente el desempeño histriónico y el transcurso de la trama. El éxito trascendió municipio y estado representando a Querétaro en eventos concursales artísticos nacionales.
Del dramaturgo franco-rumano rebautizó “El rey se muere” poniendo el acento en el ocaso del protagónico real con un triunfal desbancamiento autocrático con cierta transpiración del Bardo de Stratford (“Hamlet”). Para los tiempos que corren en México, la remisión a la actualidad nacional no resulta sesgable: un gobernante engreído, apegado irracionalmente a sus verdades, que se desmorona abandonado, mimado por la sumisión y consumido por avaricias egoístas. Parte del acierto en la adaptación y dirección escénica de Casas está nuevamente en la utilización de la mima y en la repetición del elenco exitoso de “Escuela para mujeres”, o sea, Víctor Eduardo Sasia Farías, María Fernanda Monroy Gómez, Leonardo Cabrera, Alex Navarrete, Harlem Tapia y Alfred Pérez Hernández en la iluminación escenográfica. Muy destacable el diseño y realización de vestuario por parte de Lilián Moysén Romero. No extrañaría una trascendencia similar a la ya apuntada.
Con “Soledad” podría firmar como dramaturgo y consagrarse el egresado de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Autónoma de Querétaro. La truculencia y el misterio barren con la eterna pregunta ‘¿quién fue?’ hasta la escena y minuto final. Bien nos engaña Casas con el título del texto al filosofar acerca de la necesidad y pertinencia de la soledad para la creación literaria, y sus inconvenientes sociales. Bien echa mano de la actualidad del sufrimiento de las mujeres, particularmente por el machismo violento, por un lado y por otro la opción por una independencia económica y creativa. Pero la víctima en busca de auxilio y refugio pasa de fanática iletrada perseguida y acosada a posible fantasiosa desequilibrada, pues no se decide por ninguna reacción propuesta en su protección y defensa, ni aparece atacante alguno. La realidad empieza a dejar de superar a la ficción, ésta decrece en la racional creatividad de la ilustrada literata, pero sugiriéndonos ser personaje de la propia obra en proceso de creación. Ambas mujeres personajes parecen reas atemorizadas de muerte por el fantasma o ánima del inmueble desierto y abandonado. Al final éste es el único personaje real o ¿qué sucedió en el foro del Museo de la Ciudad? No los toqué ni saludé pero apostaría que vi actuar a Lupita Pizano, Quetzallín Torres y Christian Ferreira, y quien puso la lluvia que no mojó a nadie fue Alfred Pérez Hernández.
La obra podrá verse el próximo 30 de septiembre a las 20:00 horas, en el Museo de la Ciudad, como parte de la XII Cruzada Central por el Teatro.