In Memoriam Peter Brook
No nos consideramos ajenos o insensibles a la gran pérdida que el teatro mundial experimentó con el reciente deceso de Peter Brook, sin embargo, desde esta tribuna pudimos, en por lo menos un par de publicaciones anteriores, valorar sus valiosas contribuciones, como genial creador, al teatro en el mundo, por lo que sirva la presente explicación como justificación para argumentar el por qué en esta ocasión no nos ocupamos de un evento de tal magnitud.
En esta ocasión abordaremos un asunto bastante peculiar en el que se relaciona a Henrik Ibsen y su obra Un enemigo del pueblo con Arthur Miller y la versión que de la misma obra escribió, con un corte altamente político.
Ibsen nos muestra el proceso de descomposición social al que se somete una comunidad a través de la corrupción, por intereses personales, de los personajes influyentes de una pequeña población: un pueblo costero del sur de Noruega intenta constituir su prosperidad (de hecho lo va logrando) a partir de un balneario de aguas termales terapéuticas que va creando gran atractivo para los turistas que lo visitan cada vez en grupos mayores de individuos.
El Doctor Stockmann, el médico residente del balneario, descubre por iniciativa propia que las aguas del balneario están contaminadas por una fuente que lo nutre con desechos, lo que ha provocado casos aislados, que van cada vez más numerosos, de enfermedades infecciosas entre turistas y habitantes de la población, por lo que el doctor decide dar la voz de alarma al exponer el problema a la comunidad, en especial a su hermano Pedro Stockmann, el alcalde del pueblo.
Todo parece ir viento en popa hasta que se hace evidente que hacer las modificaciones pertinentes para solucionar dicho problema implicaría un dinero y un tiempo con los que no se cuenta… y entonces se desata el conflicto de intereses. Por una parte, el doctor Stockmann, preocupado legítimamente por la salud de los visitantes al balneario, insiste en que éste se cierre hasta que se puedan asegurar las mínimas condiciones sanitarias requeridas, mientras que su hermano, el alcalde, vislumbra la catástrofe financiera que se avecina para una población cuya economía completa se genera con el balneario. Como era de esperarse, muchos integrantes del pueblo se ponen de lado del doctor, por ejemplo los editores de La Voz del Pueblo, el periódico local. Pero poco a poco y luego del manejo político de la situación por parte del alcalde y su indudable instinto como operador político para convencer, logra atraerse a prácticamente la gran mayoría del pueblo que comienzan a ver al doctor Stockman y su familia como los enemigos del pueblo.
Ibsen se esmera en el dibujo de los caracteres mientras éstos nos son presentados en el proceso de descomposición/corrupción por el que tienen que atravesar. Proceso que no es maniqueo de forma alguna ya que uno puede comprender los motivos que llevaron a tal o cual personaje a comportarse de determinada manera… que se deje convencer por sus justificaciones es otro asunto. Y es que el conflicto en que descansan las circunstancias está admirablemente sostenido: uno comprende la actitud idealista de Stockman pero no podemos olvidar que si el balneario cierra, esa pequeña población la va a pasar muy mal. En este sentido, se observa en Stockman una actitud arrebatada que en nada contribuye a solucionar su problemática, muy por el contrario, el doctor no parece percatarse de que el ser el heroico poseedor de la verdad no es razón suficiente para que todos los caminos se le abran y las cosas se le faciliten.
Lógicamente, el doctor será presa fácil de su hermano Pedro, el alcalde, un viejo lobo de la política para quien su hermano no representa ni la sombra de un adversario. Sin embargo, el doctor Stockmann no se deja amilanar y recibe golpe tras golpe con actitud gallarda y heroica y va aprendiendo, precisamente, a través de esta golpiza, por el camino duro y difícil. No obstante, hacia el final de la obra, Stockman recibe un último golpe: su suegro lo pone a prueba al comprar a su nombre (de Stockman) muchas acciones del balneario, comprometiendo con ello su reputación frente a la opinión pública que ya de por sí mira su imagen con bastante recelo. Stockman, que ya planeaba mudarse, de inmediato toma la decisión, en ese mismo momento, de quedarse a luchar mientras el pueblo arroja piedras a su casa. Con este final abierto, Ibsen genera una de sus conclusiones más controversiales.
No hace falta detenernos en los detalles técnicos: la adaptación de Arthur Miller es un admirable trabajo de condensación de un material dramático previo, de cinco a tres actos; respetando en términos generales trama, parlamentos, caracteres. Los cambios son mínimos y cuidadosos. Con todo, es obvio que Miller debe mucho a Ibsen, de otra forma es poco probable que el dramaturgo norteamericano haya aceptado meterse con el material del dramaturgo noruego a quien considera un mentor.
Si no se trata de una prosaica disminución de dimensiones de la monumental obra de Ibsen, ¿qué es lo que hace Miller en su adaptación? Al optar por respetar, el conflicto, los caracteres, la anécdota e incluso la trama, Miller nos da a entender que el material recibido de Ibsen le parece básicamente funcional, y al trabajar dicho material a través de un proceso de condensación, nos deja ver que la obra original le inspira el respeto suficiente como para no alterarla radicalmente.
A nuestro parecer, Miller perfila y ajusta elementos que en Ibsen quedan un tanto sueltos como parte de su propia concepción, por ejemplo: Ibsen necesita y hace uso del tiempo suficiente en el desarrollo para dejarnos claro quién es cada uno de sus personajes. En largos parlamentos los personajes hacen pasarela para que tengamos el tiempo suficiente de conocerlos y observar sus cambios lenta y parsimoniosamente. Miller los utiliza no tanto como caracteres con psicología sino como unidades que traen a cuento información para el público, que es de primera importancia para la justa progresión de la acción dramática.
En otras palabras, para Miller es imprescindible que comprendamos las ideas que los personajes representan, sin hacer demasiado enfoque en su carácter y por lo tanto en su composición psicológica; para Ibsen es imprescindible que comprendamos quiénes son estos personajes (carácter y psicología) porque solo así aceptaremos o rechazaremos sus ideas. ¿Para qué hace esto Miller? Es parte de cómo está concibiendo el material con el que trabaja que, por cierto, tiene un sentido que afecta incluso a la estructura; no es un capricho el que haya decidido trabajar su versión en tres actos, porque si tal fuera el criterio cabría preguntarnos el por qué si de disminuir se trataba, no lo hizo en un solo acto y es importante decir que nadie duda de la capacidad de Miller para haberlo logrado.
La estructura en tres actos que Miller nos presenta, establece una distribución homogénea del material que permite al espectador, al menos en este caso particular, la recepción del material en un orden dosificado para lograr un fin. En Ibsen lo importante es la anécdota, en Miller la anécdota sirve como mecanismo para demostrar una idea, una reflexión, utiliza la historia como parábola que nos demuestra la validez de una tesis ideológica.