Mi relación con la tradición de las pastorelas ha sido distante, como espectador y como intérprete. Tenía poco de haber cumplido 10 años cuando me subí al escenario del Teatro Fidel Velázquez en Escobedo, Nuevo León para interpretar al hijo del diablo, en la pieza Pastores a Belén de la Compañía de Teatro de Escobedo. No tengo muchos recuerdos al respecto, no puedo citar algún texto ni tampoco sé cuántas funciones dimos. Recuerdo que mi vestuario era un overol rojo y que fue una experiencia divertida en convivencia con todos mis compañeros, un grupo de niños y adolescentes.
Once años más tarde tuve mi segunda y última experiencia en torno a las pastorelas, en aquel entonces fui invitado por un grupo de amigos de diferentes generaciones de la licenciatura en Arte Teatral de la Facultad de Artes Escénicas de la Universidad Autónoma de Nuevo León. En esta ocasión me tocó jugar el papel de Lucifer. Del título no me acuerdo y he de confesar que mi participación dejó mucho que desear debido a que desde hacía tiempo sentía cierta resistencia a las pastorelas por el hecho de haber sido creadas con fines religiosos y evangelizadores y esto no llamaba mi atención.
Es a San Francisco de Asís a quien se le atribuye la primera representación de la Navidad en 1223, en Italia. Se creó con fines didácticos para transmitir la fe católica entre el pueblo y el sector analfabeta de la sociedad. Posteriormente, en la época de la colonización española, nuevamente se recurre a esta estrategia para evangelizar a los pueblos originarios y es en 1530 cuando Fray Andrés de Olmos crea la obra La adoración de los Reyes Magos que escribió en náhuatl y es considerada como la primera pastorela mexicana.
Con el paso del tiempo y la transformación de la civilización, se ha sostenido la misma trama: los pastores viajan para adorar al niño Dios y en su camino enfrentan diversos obstáculos que provocan reflexiones sobre el bien y el mal. Sin embargo, alrededor de la anécdota poco a poco comienzan a confluir bosquejos de una sociedad más compleja, los estratos sociales y el sistema político entran en juego, muy al estilo de la comedia del arte o de las geniales obras de Molière, las cuales estaban dirigidas a las clases populares haciendo uso también de personajes arquetipos.
Es con esta vuelta de tuerca que el ambiente se torna interesante. La pastorela comenzó a moldearse con las voces del pueblo, sus necesidades, su cotidiano y se adaptó a un drama pastoril que ahora es reflejo de la sociedad actual que se permite tocar la crítica política y social para hablar del México en que vivimos.
Todo lo anterior representa una puerta que invita a la exploración, una oportunidad de vivir las tradiciones y la fiesta mexicana. Lamentablemente ese entusiasmo se ha diluido porque en algún momento dicha transición sufrió una alteración, una especie de mutación que desembocó en lo que ahora conocemos como pastorela, es decir, la trama original y la farsa se siguen preservando pero en medio de un embrollo, un sinsentido superficial de situaciones y personajes de la cultura pop mundial, dialogando con excesivo uso de chismes y escándalos de la farándula, perdiendo de vista completamente la tradición y el origen, dejando muy en claro que lo único mexicano es el lugar común del pastor ridiculizado al extremo.
Este tipo de comedia gusta a gran parte del público mexicano y en esto basan su éxito muchas las producciones pastoriles que año con año representan la explotación de caracteres estereotipados y una falta de respeto a las diferencias sociales y de género, algunas también recrean situaciones de violencia y contenido sexual en doble sentido.
Hay una línea muy fina entre la comedia, la farsa y el mal gusto; sobre todo, cuando no existe una conciencia de lo que se dice en escena, la carcajada suele ser tan estruendosa que al llegar a los oídos el discurso puede confundirse con espectáculos aptos para toda la familia con funciones en espacios públicos aptos para toda la familia, incluso promovidos y contratados por los organismos culturales del municipio y el estado.
Nunca me ha gustado la burla que humilla, la risa fácil y exhibicionista. El humor y la picardía mexicana pueden replicar y victimizarse alegando censura, podrán acusar a una “generación de cristal”. Tales circunstancias me motivan para la creación y la producción.
La reflexión anterior es solo el pretexto y una pequeña síntesis del proceso que me llevó a decidirme a dirigir, por segunda vez, la pastorela Partamos a Belén y así compartir la historia de dos parteras que emprenden camino para asistir el alumbramiento de María, quien junto a José han tenido que migrar. Una aventura llena peripecias al son de la intervención musical del huapango regional y cuatro actrices en escena: Yadira San Legaria, Mariela León, Cecilia Navarro y Yadira Bárcenas.
Se trata de una creación colectiva fresca y dinámica que emerge del deseo por el rescate de la tradición, el humor fino y una visión crítica de la realidad actual. Buscamos honrar la tradición, evitando entremezclar culturas ajenas a las mexicanas; apelar a la teatralidad en la plástica escénica y el uso de la máscara y atender la dignidad social sin estereotipos hirientes de género ni de raza.
Esta propuesta de Serendipia Escénica en coproducción con El actor en la montaña, busca la cercanía con el público familiar a través de la mirada aristotélica de la comedia, apelando a la inteligencia del espectador y pueda reírse de sus propios vicios por medio de la identificación, logrando así un efecto de reflejo hilarante de la sociedad actual.
El trabajo vocal y físico de las actrices; la triangulación casi coreográfica entre personajes; la animalidad y la importancia de la mirada a través de la máscara son nuestros elementos de partida para dar vida a pastores, ángeles y diablos, arquetipos pastoriles enaltecidos en su naturaleza satírica.
El público podrá saborear una narrativa irónica, astuta y cómica. En cada función de Partamos a Belén nuestro objetivo será construir un puente entre la tradicional trama pastoril, el humor, la picardía mexicana y la mirada del México actual. El acompañamiento musical inspirado en el huapango será el hilo conductor, una especie de narrador, que toque una de las fibras más sensibles de la mexicanidad: los ritmos del son.
Y porque la fiesta y la alegría también entran por los ojos, nuestra escenografía, decorado y utilería está inspirado en el arte del papel picado y los maravillosos trabajos de cartonería mexicana y sus brillantes colores.
En Serendipia Escénica y El Actor en la Montaña estamos comprometidas y comprometidos con el discurso de Partamos a Belén y la entrega que haremos al público. Confiamos en la teatralidad, en nuestra experiencia y en el trabajo arduo para que funcione, para que año con año pueda convertirse en una tradición que nos reúna a seguir compartiendo y festejando. De ser así, con cada actualización continuaremos reforzando nuestra propuesta y postura para avivar la tradición y lograr una afinidad estética que dé luces de mexicanidad y belleza.