/ viernes 10 de febrero de 2023

¿Y la pedagogía en la educación teatral?

Tinta para un Atabal


A lo largo de la historia, la educación ha tenido a muchísimas visiones y funciones, algunas muy nobles y al servicio de un verdadero proceso transformador, otras más bien como respuesta a intereses económicos y sociales que buscan mantener el status quo. Incluso hoy sabemos que existen muchas formas de educar, ya sea dentro de un contexto formal o informal. Sin embargo, sea cual sea la génesis del proceso educativo, el fin, a grandes rasgos, es el mismo: compartir o profundizar conocimientos partiendo de una relación desigual en donde una de las personas posee dicho conocimiento y la otra no. Justamente esto es lo que ha hecho que existan varios posicionamientos en donde se ubica a la educación como un proceso violento en cuanto a que se imponen experiencias externas a individuos determinados. Paulo Freire, el reconocido pedagogo y filósofo brasileño, menciona: Enseñar no es transferir conocimiento sino crear las posibilidades para su propia producción o construcción. En otras palabras, el objetivo es abrir espacios para que el conocimiento se genere mas no se imponga, que se cree en conjunto en vez de ser implantado.

Ahora bien, si los procesos de educación ya son complejos per se, ¿qué sucede con los procesos de educación en el arte y específicamente en el teatro? Me parece curioso observar el fenómeno de que muchas compañeras y compañeros del gremio toman la impartición clases de teatro como una primera salida para subsistir dentro del sistema. Aclaro que no satanizo el acto como tal, pero sí cuestiono si verdaderamente entendemos la complejidad del proceso educativo y formativo por sí mismo y si logramos ver la responsabilidad que conlleva instruir a otra persona dentro de una especialidad.

Debemos partir de un hecho básico y es que el teatro, al igual que otras muchas disciplinas, tiene un componente enactivo, es decir se aprende mientras se hace y, por lo tanto, cuando lo enseñamos; justamente se realiza sobre la práctica, la experiencia debe pasar por el cuerpo como tal. Quien se relaciona con el quehacer teatral se forma a través de la experiencia en el escenario gracias al peso innegable de la práctica que se genera en las tablas. Es importante señalar que una cosa es tener la experiencia para cumplir con x, y o z objetivo en un determinado montaje y otra muy diferente es tener la capacidad para explicarle a otra persona cuál fue el camino que se siguió para la consecución de determinadas metas y cuáles fueron las herramientas necesarias para lograrlas.

Justo como menciona la pedagoga teatral Debora Astrosky: “Es imprescindible pues, para todo buen docente teatral, el enunciado y la práctica prolongada de un enfoque pedagógico coherente, sistemático y no contradictorio en sus postulados que, por un lado enseñe al alumno el manejo de las herramientas y los procedimientos tendientes a crear un personaje en escena (“la técnica”) y que por el otro no ahogue su personalidad creadora e irrepetible en el estrecho corsé de una estética cualquiera, sea la que fuere”. En este sentido, entonces, no sólo se trata de brindar las herramientas necesarias sino también potenciar la capacidad creativa individual de cada estudiante, pero para poder brindar el acompañamiento preciso, se vuelve necesario comprender el proceso como algo mucho mas complejo que solamente impartir actividades de repetición o entrenamiento sin profundizar o llevar a el o la estudiante por improvisaciones en donde se le da énfasis al resultado final dejando de lado la compresión de lo que se está realizando.

El ejemplo perfecto de un proceso deficiente tendría relación con la figura del maestro o maestra vista como vaca sagrada que tiene la mirada absolutista del conocimiento, basado en su experiencia meramente anecdótica y personal y que muchas veces ignora las necesidades personales del estudiante por intentar cumplir con el resultado esperado. Con esto puede llegar a tener alumnas y alumnos que resuelvan una escena determinada pero que no comprendan el proceso que existe detrás para sostener dicha resolución. O también tenemos este maestro o maestra que no logra nombrar los elementos básicos de nuestro quehacer y que sigue manteniendo la idea de que el teatro depende solamente del talento o de qué tan expresivo o histriónico es un actor o actriz.

La experiencia personal no siempre es generalizable, es decir, no se relaciona inmediatamente con las necesidades o procesos que otra persona tiene, por lo que puede no congeniar con los requerimientos formativos del estudiante. Es justo aquí donde se hace necesario comprender la gran responsabilidad que conlleva educar y guiar un proceso de enseñanza, sea dentro o fuera de la academia. No busco idealizar los espacios institucionales como la panacea de la educación, reconozco que muchas veces no brindan lo que idealmente proponen pero, de igual forma, los ámbitos no académicos son válidos y pueden ofrecer herramientas eficaces para el quehacer teatral.

Hablando desde la experiencia personal, uno de los procesos formativos mas importantes que he vivido justamente parte de una maestra instruida en pedagogía teatral, quien tenía el conocimiento, las habilidades y las herramientas para potenciar la construcción del aprendizaje. Gracias a esto es que he podido nombrar y aplicar dichas herramientas y conocimientos en mis procesos y mi labor teatral.

Observando la realidad, un buen o mal proceso pedagógico puede marcar, no solamente la elección vocacional de un ser humano, sino incluso el acercamiento o distanciamiento que una persona pueda tener con el teatro y el arte. Por ello, es necesario que nos responsabilicemos de esta labor, no solamente como educadores sino también como artistas que buscan abrir espacios para la experiencia del público frente al arte.


A lo largo de la historia, la educación ha tenido a muchísimas visiones y funciones, algunas muy nobles y al servicio de un verdadero proceso transformador, otras más bien como respuesta a intereses económicos y sociales que buscan mantener el status quo. Incluso hoy sabemos que existen muchas formas de educar, ya sea dentro de un contexto formal o informal. Sin embargo, sea cual sea la génesis del proceso educativo, el fin, a grandes rasgos, es el mismo: compartir o profundizar conocimientos partiendo de una relación desigual en donde una de las personas posee dicho conocimiento y la otra no. Justamente esto es lo que ha hecho que existan varios posicionamientos en donde se ubica a la educación como un proceso violento en cuanto a que se imponen experiencias externas a individuos determinados. Paulo Freire, el reconocido pedagogo y filósofo brasileño, menciona: Enseñar no es transferir conocimiento sino crear las posibilidades para su propia producción o construcción. En otras palabras, el objetivo es abrir espacios para que el conocimiento se genere mas no se imponga, que se cree en conjunto en vez de ser implantado.

Ahora bien, si los procesos de educación ya son complejos per se, ¿qué sucede con los procesos de educación en el arte y específicamente en el teatro? Me parece curioso observar el fenómeno de que muchas compañeras y compañeros del gremio toman la impartición clases de teatro como una primera salida para subsistir dentro del sistema. Aclaro que no satanizo el acto como tal, pero sí cuestiono si verdaderamente entendemos la complejidad del proceso educativo y formativo por sí mismo y si logramos ver la responsabilidad que conlleva instruir a otra persona dentro de una especialidad.

Debemos partir de un hecho básico y es que el teatro, al igual que otras muchas disciplinas, tiene un componente enactivo, es decir se aprende mientras se hace y, por lo tanto, cuando lo enseñamos; justamente se realiza sobre la práctica, la experiencia debe pasar por el cuerpo como tal. Quien se relaciona con el quehacer teatral se forma a través de la experiencia en el escenario gracias al peso innegable de la práctica que se genera en las tablas. Es importante señalar que una cosa es tener la experiencia para cumplir con x, y o z objetivo en un determinado montaje y otra muy diferente es tener la capacidad para explicarle a otra persona cuál fue el camino que se siguió para la consecución de determinadas metas y cuáles fueron las herramientas necesarias para lograrlas.

Justo como menciona la pedagoga teatral Debora Astrosky: “Es imprescindible pues, para todo buen docente teatral, el enunciado y la práctica prolongada de un enfoque pedagógico coherente, sistemático y no contradictorio en sus postulados que, por un lado enseñe al alumno el manejo de las herramientas y los procedimientos tendientes a crear un personaje en escena (“la técnica”) y que por el otro no ahogue su personalidad creadora e irrepetible en el estrecho corsé de una estética cualquiera, sea la que fuere”. En este sentido, entonces, no sólo se trata de brindar las herramientas necesarias sino también potenciar la capacidad creativa individual de cada estudiante, pero para poder brindar el acompañamiento preciso, se vuelve necesario comprender el proceso como algo mucho mas complejo que solamente impartir actividades de repetición o entrenamiento sin profundizar o llevar a el o la estudiante por improvisaciones en donde se le da énfasis al resultado final dejando de lado la compresión de lo que se está realizando.

El ejemplo perfecto de un proceso deficiente tendría relación con la figura del maestro o maestra vista como vaca sagrada que tiene la mirada absolutista del conocimiento, basado en su experiencia meramente anecdótica y personal y que muchas veces ignora las necesidades personales del estudiante por intentar cumplir con el resultado esperado. Con esto puede llegar a tener alumnas y alumnos que resuelvan una escena determinada pero que no comprendan el proceso que existe detrás para sostener dicha resolución. O también tenemos este maestro o maestra que no logra nombrar los elementos básicos de nuestro quehacer y que sigue manteniendo la idea de que el teatro depende solamente del talento o de qué tan expresivo o histriónico es un actor o actriz.

La experiencia personal no siempre es generalizable, es decir, no se relaciona inmediatamente con las necesidades o procesos que otra persona tiene, por lo que puede no congeniar con los requerimientos formativos del estudiante. Es justo aquí donde se hace necesario comprender la gran responsabilidad que conlleva educar y guiar un proceso de enseñanza, sea dentro o fuera de la academia. No busco idealizar los espacios institucionales como la panacea de la educación, reconozco que muchas veces no brindan lo que idealmente proponen pero, de igual forma, los ámbitos no académicos son válidos y pueden ofrecer herramientas eficaces para el quehacer teatral.

Hablando desde la experiencia personal, uno de los procesos formativos mas importantes que he vivido justamente parte de una maestra instruida en pedagogía teatral, quien tenía el conocimiento, las habilidades y las herramientas para potenciar la construcción del aprendizaje. Gracias a esto es que he podido nombrar y aplicar dichas herramientas y conocimientos en mis procesos y mi labor teatral.

Observando la realidad, un buen o mal proceso pedagógico puede marcar, no solamente la elección vocacional de un ser humano, sino incluso el acercamiento o distanciamiento que una persona pueda tener con el teatro y el arte. Por ello, es necesario que nos responsabilicemos de esta labor, no solamente como educadores sino también como artistas que buscan abrir espacios para la experiencia del público frente al arte.

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