Para Edmundo Pérez Plascencia
Tristan Tzara, fascinante y misterioso nombre que con el sólo tintinear de las letras me evoca la belleza, la sonoridad mágica, el abracadabra de la hechicería, del azar, del arte, del lenguaje, de los juegos del Da Da. Es el seudónimo de un hombre, claro, cómo podría existir en la realidad un nombre tan hermoso. Pero aunque no supiera su origen, estas palabras son para mí como un mantra que me transporta a lo excelso: el lenguaje humano con toda su carga mística, inexplicable, pitagórica, auténtico sonido originado en la música de las esferas, que me suena a mar, a media Europa, a gitanería. Tu nombre es una provocación.
Tristan por el héroe de la ópera de Wagner y Tzara que en rumano significa tierra. Tristan de etimología celta que significa el discípulo, el alumno. Luego entonces, es un nombre originario, del que aprende, terrestre, seminal, adámico, como aquel que puso nombre a todo. Aquí hay que recordar que Tristan, el de Wagner, arrastrado por el influjo de un brebaje, una poción de amor, traiciona a su rey, acto que mueve a reflexión, y que quizá, por eso, en Francia relacionen al nombre con la tristeza, o quizá sea tan sólo por la sonoridad equivalente entre ambas palabras. Tristan, Caballero de la célebre Mesa Redonda, su historia se pierde en el origen de los tiempos medievales. Fue así que el padre del Da Da, jugando con el lenguaje había creado el nombre para una revolución cultural, y ahora armonizaba dos palabras dando lugar a una combinación lúdica, producto del azar más objetivo, del que hablaba Breton: Tristan Tzara. Seguro también al joven Samuel Rosenstock, su nombre original, le sonó fantástico el seudónimo que había engendrado, con él se movería en el mundo para siempre, combinación sagrada cual diseño divino, revelado.
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He sembrado en tu cuerpo, amada, la flor...
He sembrado en tu cuerpo, amada, la flor
que esparcirá pétalos sobre tu cuello, mejillas y manos
y hará brotar mañana tus senos -primavera
Me gustan las cejas y tus ojos con destello de metales
y los brazos que ondulan como las serpientes, las olas, el mar
De tu cuerpo quisiera levantar palacios, arquitectónicos jardines
y terrenales paraísos monumentales
Quiero enterrarme en sus tierras cuando me muera
Quiero enterrarme en tu carne cuando me muera
En tu cabello siento el olor de los racimos de naranjas
En tus ojos anublados veo sol y en los labios ganas de comer
Con tus dientes querrás Cortar carne del alma
querrás cambiar las uñas en garras
Quisiera morder tus senos como muerden el pan
Los hambrientos que mendigan monedas en la calle
Quisiera que florecieran en tus miradas jardines arquitectónicos
Alinear tu pensar a los sueños terrenales, mamie.
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Desde que conozco el nombre de este poeta siempre me ha fascinado escucharlo y pronunciarlo. Es como el gozo que proporcionan las primeras palabras de un bebé, que aún con su escaso lenguaje nos da la impresión de ser el diccionario. Guarda también el placer que produce decir un trabalenguas, el reto, el juego de palabras, la alegría al destrabarlo. Es también la palabra mágica, la palabra secreta que contiene la clave de todos los poderes. Es la belleza que guarda la poesía al declamarla en voz alta, su musicalidad, la armonía del verso, de la rima. El delirio de la asonancia, la eufonía. O sencillamente, el gusto infinito de poder hablar, de pronunciar, de sentir que el lenguaje está vivo, que se mueve. Todo mi aparato foniátrico disfruta al hablarlo...Tristan Tzara. Siento uno a uno el movimiento de los músculos que mueven mis labios, su posición exacta, mi lengua, el papel que juegan los dientes en la pronunciación, mi inhalación, la cantidad de aire cúbicamente medida, la fuerza con la que debe ser expelido, mis glándulas salivales lubricándolo todo, la matemática perfecta y la mecánica mandibular. Y ya no digamos todos los recovecos de la inteligencia, de las sinapsis cerebrales, de lo que no sabemos, de las zonas más desconocidas y deslumbrantes del cerebro, del terreno de las neurociencias, de la maravilla de la evolución humana. ¿En dónde aprendí todo esto? Esta palabra es cumbre del lenguaje, de porqué es sabroso hablar, satisfactorio, emocionante. Babel, Chomsky, Saussure, el Golem, la Cábala, la guematría, los lenguajes sagrados forman parte del Dharma de este nombre: Tristan Tzara.
Aquí una pequeña muestra del genio poético del fundador del dadaísmo. Un poema titulado Inscripción sobre un sepulcro
Y sentía tu alma pulcra y triste
como sientes la luna que se desliza calladamente
detrás de los visillos corridos.
Y sentía tu alma pobre y encogida,
como un mendigo, con la mano tendida delante de la puerta,
sin atreverse a llamar y entrar,
y sentía tu alma frágil y humilde
como una lágrima vacilando en el borde de los párpados,
y sentía tu alma ceñida y húmeda por el dolor
como un pañuelo en la mano en el cual gotean lágrimas,
y hoy, cuando mi alma quiere perderse en la noche,
solamente tu recuerdo lo detiene
con invisibles dedos de fantasma
El mejor homenaje para Tristan Tzara será conocerlo y disfrutar su obra.
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