Y no es que me guste el engaño,
pero te sigo viendo joven
con estos ojos de abeja que apuntan a la
melosa flor.
Tu fuerza y tu presencia
son de montaña antigua
cabalgando la luna
desbocada.
Dos ceibas por brazos
un melocotón por boca
y un cenote sagrado
para mirarse en él.
Cuando el sol se oculta
no hay nada más que hacer
sólo queda esperar
que al otro día asome otra vez.
Estoy tratando de descubrir
tu esencia detrás de las cortinas
del teatro de la vida,
detrás del viento.
Encuentro tu ser verdadero
entre los bastidores de la nada,
ahí brilla con luz propia
puesto que no hay nada que hacer
ni a dónde ir
porque nunca naciste
y nunca te irás,
tu sonrisa preciosa es eterna.