Un grito en la noche

Vitral

Alfonso Franco Tiscareño | Colaborador Diario de Querétaro

  · miércoles 24 de mayo de 2023

Retrato de la bailarina mexicana Rocío Sagaón. Ciudad de México. Nacho López, 1955. Foto: Cortesía | @mediateca.inah


Antaño, cuando yo derramaba amargas lágrimas; cuando, disuelto en dolor, se desvanecía mi esperanza.

Novalis

Y estabas ahí, a punto de parir al hijo de este tipo parado junto a ti hablando incoherencias, totalmente ajeno a tu dolor, sin la más mínima empatía. Sólo existía él, luego él, después él, y si quedaba algo, él. Mientras su mamá y tu hermana te ayudaban a subir al coche rumbo al hospital para dar vida a un ser que aún no sabían si era hombre o mujer porque no habías querido averiguarlo, querías que la vida te diera la sorpresa. Tu dolor aumentaba al sentir la frialdad y la lejanía de aquel hombre del cual no te explicabas porqué se comportaba así. Aunque esto no era nuevo, de hecho su historia de amor fue la triste historia en donde tú deseabas un amor porque sentías que ya te estabas haciendo vieja, te sentías grande a los 37, y no habías encontrado a nadie ni habías tenido hijos. Luego entraste a trabajar a ese lugar tan elegante, oficinas de lujo, hombres encorbatados, mujeres hermosas, alfombras, pisos de parquet, y aquel hombre guapo, joven, atractivo, amable, que se acercó a ti desde el primer momento.

David Alfaro Siqueiros sentado con un perro. Ciudad de México, 1960. Foto: Cortesía | @mediateca.inah

Tú de por sí eras amable, risueña, luego luego hiciste migas con él. Ya sabes, lo clásico, te invitó un café, a comer, pláticas buenísimas, simpatía, risas, anécdotas, después un buen hotel y ya eran amantes. Más que pronto saliste embarazada y más que pronto empezó la lejanía de aquel galanazo que ahora era un témpano de hielo y no te explicabas porqué si antes había sido tan atento. Fuiste ingenua, ¿a poco de veras no te diste cuenta de que lo único que quería era gozar tu cuerpo?, pero, bueno, después te dijo vámonos a vivir juntos a la casa de mi mamá, a ella no puedo dejarla sola, viviremos ahí. Dijiste que no, que él te había prometido otra cosa, pero fue inflexible, y tú embarazada, lejos de tu familia, ya grande, sola, con la ilusión a rastras y la esperanza de otra vida, aceptaste finalmente. No pasó por tu mente que luego podrías derramar lágrimas amargas.

Ahora vas rumbo al hospital en este automóvil que, aunque enorme, van todos amontonados: la suegra, la cuñada, tu hermana, él y tú. Ellas vienen a echarte porras, pero ahí, en el intersticio de tus dolores, te preguntas si su mamá no sabe cómo es su hijito. No puede ser que no lo sepa, si toda la vida ha vivido con él, o lo ha idealizado, como en la oficina, donde él es el galán, el ejecutivo moderno, el de la bella voz, pero todos tenemos una cara oscura, y no creo que muchos conocieran la de él, aunque parece que quien fuera un observador fino podría darse cuenta mirando a profundidad algunos detalles.

Este ejecutivo moderno te ha dicho muchas cosas insensatas y malvadas, para empezar te dijo que no quería tener hijos, te propuso abortar, te chantajeó diciendo que lo dejaba en tus manos. Durante el embarazo siempre te estaba machacando que él no quería tener hijos, que ese no era su plan, que la cuestión era que tuvieran una movida libre, sin compromisos. Y lo peor fue que cuando ya estabas con los dolores de parto te seguía diciendo lo mismo, se veía enojado al ver que te sentías tan mal. Si no fuera porque pronto hicieron presencia su mamá y su hermana, no hubiera parado de torturarte sin conmiseración.

Perro pastor Alemán. Ciudad de México, 1930. Cassasola Fotógrafo. Foto: Cortesía | @mediateca.inah

Tuvieron un niño precioso por el cual apostaste que su padre cambiaría y se portaría de otra forma, y así fue, cambió un poco, el niño lo había conquistado, estaba muy orgulloso de que fuera hombre, que llevara su nombre y su apellido, y de ver cómo crecía tan asombrosamente rápido, pero en el fondo nadie cambia nomás así de pronto. Cada vez le salía más lo autoritario y lo machín. Cuando apenas lo conociste y llegabas a la oficina, guapa, bella, con vestidos entallados, minifaldas, piernas sin medias, él enloquecía y decía que te veías fantástica. En cambio ahora, ya no quería ni siquiera que te pusieras pants porque decía que se te notaba mucho el cuerpo, no quería que salieras sola ni al súper, tenías que ir siempre acompañada y veías la mirada de odio que le echaba a cualquier individuo que se te quedara viendo tantito, y ya no digas si accidentalmente alguien te llegaba a sonreír porque luego, en la casa, no te la acababas con sus celos inauditos, desbocados, sin razón.

Resultó que el galancete de oficina, por el cual muchas chamacas enloquecían, era más inseguro que nada, aunque no cualquiera podía darse cuenta. A fin de cuentas qué son los celos sino una profunda inseguridad. Es verdad, a veces son fundados, pero en este caso no. Este oficinista se imaginaba que con cualquier tipo que te hiciera ojitos te ibas a enrolar de inmediato en una loca aventura. Eso era absurdo y no estaba en el horizonte de tus pensamientos ni de tus acciones. Un día de plano te la cantó derecho: ahí, en su casa mandaba él, y eso no estaba a discusión, era el hombre y no iba a soportar que nadie tuviera la misma autoridad y le compitiera. Increíble, así te lo dijo. Contestaste: cálmate, espérate, qué te pasa, y te gritó: tú y tus ideas de licenciada ya me tienen hasta la madre, no voy a soportar que quieras mandarme. No sabías ni a qué se refería, le preguntabas y se enojaba más, alzaba la voz, agitaba las manos, no te volteaba a ver a la cara y repetía y repetía lo mismo y lo mismo, que él mandaba y no iba a permitir retos a su autoridad. Tenías que ser la madre abnegada, ahora encadenada con un hijo, encerrada en la casa de su mamá. Ella, hasta eso, no era mala persona, pero también te aconsejaba que debías ser obediente, sumisa y debías irte olvidando de tu profesión. Él te decía que ganaba lo suficiente para mantenerlos, pero no era sólo cosa de manutención, sino de desarrollo profesional. Él se burlaba, o cuando mucho, si estaba tranquilo, te decía que el niño requería toda tu atención, y sí, en ese momento era verdad, pero, y después… Bonitos muebles, bonita casa, bonitos autos, bonita familia hacia el exterior, pero nadie sabía todo lo que pasaba ahí. Una enorme tristeza inundaba tu vida.

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Aquella noche, cuando llegaste al hospital, aullabas de dolor, pero tus gritos no eran solo por el parto, provenían de un dolor desde lo más profundo de tu alma.

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