Vi a un hombre pararse muy temprano, a las 5.30 a.m., para irse a trabajar. Quizá era un carpintero, un albañil, un obrero, morral sobre sus hombros y firmeza al andar. Frisaba los sesenta años, toda una vida enriqueciendo a otros. Debía caminar como un kilómetro para llegar al microbús que lo transportaría, y luego a transbordar al metro. Ya arriba de estos transportes, sería amenazado por el miedo a los asaltos, sin remedio y cotidianos, contra los pasajeros. Se la juega también en la línea 12, disque “dorada”, esa que traquetea y se cimbra por todos lados. El otro día hasta los bajaron del tren para que se salieran caminando por el túnel. Y así, entre atracos y peligros, pasa un día sí y otro también en las mismas angustias.
Por ahí de las 6 de la mañana, muy temprano, desayuna un huevito con frijoles y tortillas, para tener fuerza. No tiene dinero para comer en la calle. Y luego, a viajar más de cuarenta kilómetros de ida, para ganar el sustento diario de la familia. Para gente como él no hay créditos, ni dádivas ni ofertas, y mejor -pensaba él-, “lo bueno que todavía puedo chambear, gracias a Dios.”
Apenas amanece, y ya camina a paso firme por la calle llena de baches y pintas de propaganda política. Todas prometen lo mejor, las ha visto desde que era niño, pero su vida de pobreza no ha cambiado nada. Camina con la nariz destapada, hay poca gente en la calle, no hay nadie cerca a quien moleste. Sólo pasan por la otra acera señoras que van por la leche para sus hijos y caminan adelante otros obreros igual de chambeadores a buena distancia. Vale más salir quince minutos antes, porque si no al rato el tráfico ya se pone hasta el queque. La Virgencita ha sido grande con él, por eso siempre le enciende su veladora, y al menos, por ahora, el covid no ha pasado por su casa.
Lleva dos tortas en su morral, para comer al rato y poder aguantar hasta la noche. Después de diez horas de trabajo y casi dos horas de camino, primero Dios, volverá a casa para poder descansar. Y así todos los días, todos los años. Quisiera jubilarse, pero ¿qué haría con tres mil pesos mensuales? Así que a dormir que mañana será otro día.