En el contexto contemporáneo, ¿hacia dónde se dirige la literatura latinoamericana? En el caso de México la narrativa escrita y audiovisual se ha decantado por los temas relacionados directa o indirectamente con el narcotráfico y la violencia generalizada, dando paso a una literatura de vocación periodística-narrativa condenándose a sí misma a la caducidad, porque la realidad y la violencia de nuestro país conforman un entramado fluctuante, fugaz, en donde todo cambia. La literatura de este tipo se enfrenta a una dicotomía: la trascendencia por la exploración o la opción comercial legitimada por la desmemoria colectiva atractiva para el lector morboso y ocasional.
Algunos referentes de la literatura mexicana contemporánea están en deuda directa con las letras latinoamericanas de generaciones anteriores. Por su aparentemente involuntaria o directamente ingenua actualización de los temas, nos encontramos ante la imperiosa necesidad de establecer un diálogo intertextual entre, digamos, por ejemplo, Temporada de Huracanes (Random House, 2017) de Fernanda Melchor y Un lugar sin límites de José Donoso.
Hoy hablaremos, caro lector, precisamente de Un lugar sin límites, obra que le dio a José Donoso el mayor reconocimiento de toda su carrera. Nacido en Santiago de Chile en 1924, Donoso creció en una familia de médicos y abogados, en la cual se abrió paso a partir de su carácter rebelde y desordenado. Después de iniciar sus estudios superiores en la Universidad de Chile, tuvo oportunidad de culminar dichos estudios en Princeton. En vida, Donoso fue docente de literatura inglesa en la Universidad Católica de Chile, por cuatro años redactor de la revista Ercilla, y profesor en el Writers Workshop de la Universidad de Iowa, Darthmouth y la misma Princeton.
El contexto fue para Donoso un capital simbólico que atrajo poderosamente su atención por la época de grandes crisis sociales y políticas a nivel nacional e internacional. Como dice Estela Marta Saint-André: “Los múltiples temas que acucian a la humanidad están planteados en la obra total del escritor chileno: el exilio, la escritura, el oficio del escritor, la historia de su pueblo, los mitos, lo inconsciente como puro significante, la postmodernidad, las realidades virtuales, etc.”[i].
Si en el epicentro del huracán narrativo de Temporada de huracanes se yergue el personaje de La Bruja, símbolo arraigadísimo en nuestra mitología tradicional que ya de por sí cobra relevancia en el texto, en la novela corta de Donoso la historia se centra en la Manuela quien, al igual que La Bruja melchoriana, comparte la condición de trasvestido. La Manuela es socia de un prostíbulo del pequeño pueblo conocido como Estación El Olivo, ubicado en las cercanías de la ciudad de Talca, compartiendo la propiedad del lugar con el personaje de La Japonesita.
No, caro lector, poner en el centro de la narración a un trasvestido y mostrar desde una mirada cruda a través de una novela la miseria de los pueblos olvidados y la cotidianidad de la prostitución y la violencia, no es original ni mucho menos innovador.
Tanto en el Veracruz narrado por Melchor como en la Talca de Donoso, el mundo rural sucumbe al paso implacable de la modernidad tardía, manifestando el pauperismo que supone la postergación y el hundimiento de la miseria. Obviamente, en la antípoda de este escenario se encuentra el poder, enfundado por el personaje de Don Alejo Cruz en la novela de Donoso. Don Alejo, diputado y latifundista, es la representación del poder y la fortuna vigentes en nuestro escenario político: célebre y reconocido por todo el pueblo, dueño de propiedades, portador de la intransigencia que otorga el poder y benefactor del prostíbulo, cuyo detalle de la adjudicación por parte de La Japonesita y la Manuela serán plenamente identificados por el lector en el contexto actual. Por cierto, el apellido Cruz no es gratuito. Desde un enfoque especulativo, de acuerdo a Saint-André, don Alejo se coloca en sentido contrario a la cruz, es decir, a su apellido, desde una concepción cristiana: configura el dar hasta la vida para el logro de la vida eterna de los demás. No obstante, por su parte, don Alejo se apropia de la vida física y psíquica del espacio abierto del pueblo y del espacio cerrado del burdel. Una efectiva inversión de la cruz hacia la definición del mal.
A través de un juego de máscaras que oculta identidades pero que fomenta nuestras propias representaciones, Donoso apuesta por encontrar la posibilidad de que esos seres existan. Tan existen que siguen vigentes, no por la moda, sino porque son una representación constante y universal. En el capítulo IV sabemos que La Japonesita más que socia de la Manuela quien, tras la unión con la Japonesa Grande (recordemos que la Manuela es un homosexual trasvestido) procrearon a la Japonesita, es hija de la Manuela. Pero además representa la cara del poder: la propietaria del lupanar que goza de poder y dinero, pero con la eterna imposibilidad de gozarlo para sí misma.
El orden cotidiano del pueblo pobre, corrupto, al contentillo del diputado, se ve perturbado por la llegada de Pancho Vega quien ha llegado al pueblo tras haber desaparecido por más de un año tras haber contraído nupcias. Antes de casarse, Pancho Vega y la Manuela habían entablado una relación amorosa extraña de vaivenes y exabruptos que resultaron en una noche de excesos en donde la Manuela fue golpeada y humillada por Pancho y sus amigos en el burdel, es decir, en la propia casa de Manuela. Paradójicamente, el único que puede mantener el orden de las cosas, una especie de paz animada por la indiferencia y la impunidad es don Alejo.
Es en el capítulo IX en donde, colocando en el centro simbólico al miedo, el narrador da cuenta de la angustia de La Japonesita y de la Manuela ante la inminente llegada de Pancho Vega. En el juego temporal que maneja virtuosamente Donoso, para colocarnos en el centro junto al miedo el autor elige narrar en presente. La tensión se plasma a su vez en el simbolismo dual que establece el miedo y el deseo. En ambas vertientes, los personajes cobran una irreverente condición ante el miedo, es decir, ante la llegada de Pancho Vega, algo que se viene gestando y sugiriendo mediante guiños narrativos desde el primer capítulo. Acaso esta tensión sea la que pugna por una tracción narrativa presente prácticamente a lo largo de la narración.
El infierno del prostíbulo asentado en el paraíso de un pueblo paupérrimo. El juego de las pasiones eróticas en compenetración con el juego del poder y la dominación del territorio, de las vidas y de las muertes de los habitantes, Un lugar sin límites es una expresión unívoca de la metáfora de la postergación y el claustro, expresado en el choque cósmico entre el doble filo de las apariencias y la marginalidad. Melchor actualiza lo que Donoso ya había pactado con la muerte en su propia tinta.
@doctorsimulacro
[i] Estela Marta Saint-André (2002), Leer la novela hispanoamericana del siglo XX. Editorial effha.