/ miércoles 30 de octubre de 2024

Un poco sobre cartografía histórica queretana

Recorrer el presente, re/imaginar el futuro

Al investigar sobre poblamiento y colonización en el centro norte de México durante los dos primeros siglos de dominio español, es fundamental la consulta y estudio de fuentes primarias documentales (mayoritariamente manuscritos), conservados en los archivos históricos nacionales, estatales, municipales y parroquiales. En este proceso suelen aparecer representaciones del espacio geográfico que estemos estudiando, unas veces dentro de esos antiguos expedientes y otras aisladas.

Resultan de gran utilidad cuando uno se acerca al estudio de la toponimia y la geografía para saber si las denominaciones de valles, poblaciones, ríos, montañas, etc., y sus significados han cambiado, si las demarcaciones o jurisdicciones territoriales se han desplazado, ya sea expandiéndose o reduciéndose y preguntarse e interpretar el porqué de las permanencias o modificaciones. Hay que sumar ir al campo, a esos sitios, a recorrer caminos, a preguntar a los habitantes sobre los nombres que les dan y contrastarlos con la nomenclatura oficial.

Esas representaciones de elementos del paisaje, señalando poblaciones, sitios para criar ganados o con fines agrícolas y los caminos que articulaban su comunicación, que llamamos mapas, eran designados genéricamente como pinturas durante el siglo XVI y parte del XVII. Efectivamente, eso son: sobre un lienzo o un trozo de papel se dibujó y pintó lo que se quería o requería dejar registrado.

Las piezas cartográficas más antiguas registradas y conservadas sobre el estado de Querétaro, se enmarcan temporalmente entre 1580 y 1620. Diecisiete comprenden áreas dentro de los actuales límites estatales, cuya centralidad está en San Juan del Río y Tequisquiapan (8), en Humilpan (3) y en Querétaro (6); en tanto que otras cuatro, donde predomina la representación del estado de Hidalgo (2) y de Guanajuato (2), tienen áreas de colindancia mostrándonos, respectivamente, la comunicación hacia Tlaxcalilla y Huichapan, y las otras con San Miguel, San Felipe y Celaya, localidades con las cuales desde el principio de la historia colonial hubo y ha habido una intensa y, podría decirse, orgánica relación.

Fueron producto de requerimientos muy precisos. Las de Guanajuato (elaboradas entre 1579 y 1580) son “Mapa de la villa de Selaya y de los pueblos de Acanbaro y Yurirapundaro y “Mapa de las villas de San Miguel y San Felipe de los Chichimecas”. Formaron parte de las respuestas al cuestionario Instrucción y memoria de las relaciones que se han de hazer para la descripción de las Indias […], que el rey Felipe II ordenó se aplicara en todos sus dominios americanos. Sus cincuenta preguntas buscaban obtener amplia información económica, histórica, geográfica y demográfica y particularmente ilustrar “El sitio y asiento donde los dichos pueblos estuvieren, si es en alto o en bajo, o llano; con la traza y designio, en pintura, de las calles y plazas y otros lugares […] que se pueda rasguñar fácilmente en un papel”. Las respuestas y sus pinturas integran una serie documental conocida como Relaciones geográficas del siglo XVI, siendo las autoridades locales (corregidores, alcaldes mayores y párrocos acompañados de escribanos) los encargados de esa tarea. Para el caso del pueblo de Querétaro existe la relación de respuestas, pero se desconoce el paradero del mapa que debió acompañarla. Existen numerosas ediciones y estudios sobre ellas, pero sigue siendo muy recomendable apreciar en conjunto las de Guatemala y Nueva España, en la edición realizada por René Acuña, Relaciones Geográficas del siglo XVI (1982-1988, UNAM), diez volúmenes con numerosas anotaciones, estudios introductorios y glosarios.

Las otras 19 piezas cartográficas del siglo XVI fueron realizadas para acompañar el otorgamiento de mercedes de tierras, documentos con que el virrey amparaba a un individuo (español y no pocas veces un indígena) o colectividad (villa, pueblo, ciudad) en el derecho a poseer y explotar como cosa propia, una extensión de terreno para crianza de animales (estancias de ganado mayor o menor), de producción agrícola (denominada “caballerías de tierra”) o instalar una venta para hospedar viajeros, entre otras. Así, el virrey expedía un “mandamiento” dirigido a la autoridad más cercana al sitio solicitado, para hacer una inspección, convocar a estancieros y pueblos circunvecinos, constatar si no afectaba a alguno de éstos o tierras reservadas al rey (realengas); recorría el terreno midiéndolo, identificando los elementos sobresalientes del entorno y, especialmente, se le encargaba: “haréis pintar el asiento del pueblo en cuyos términos […]” estuvieran las tierras solicitadas. Así el origen de estos otros mapas.

Durante esos primeros años no es identificable el autor concreto de la pintura ni hay certezas para atribuir plenamente a una mano indígena en las que aparece algún rasgo identificable con la antigua pictografía prehispánica (la apariencia de cerro o altépetl, las huellas de pie para señalar caminos o la forma del torrente para los ríos). La pintura acompañando la validación de la merced de tierras, solamente presenta las firmas del alcalde y la del escribano y se añade la frase “va cierta y verdadera esta pintura”.

Llamativamente, en el resto del siglo XVII siguen escaseando ejemplares de cartografía del estado de Querétaro. Hasta 1714 reinicia una consistente producción de estos materiales sobresaliendo un par de factores que los diferencia de los de la primera época. Muchas de las mercedes de tierra originales, se fueron concentrando en menos propietarios al sumar varias estancias o caballerías de tierra bajo su dominio, constituyendo grandes propiedades que se consolidaron como haciendas. Se necesitaron entonces nuevas mediciones y debieron elaborarse nuevos mapas para establecer con claridad el alcance de las tierras pertenecientes a cada particular o a los pueblos y sembradíos indígenas, derivado de los recurrentes conflictos por la cuestión de límites entre haciendas vecinas y comunidades. También cuando fue necesario actualizar su valor: unas veces por ocurrir operaciones de compraventa y otras, cuando por mandato de la autoridad, debía revisarse si era verdadera la superficie manifestada o se habían adueñado subrepticiamente de más tierras; en este último caso, llamado “composición de tierras”, era una regularización monetaria que ingresaba al erario real.

La autoría, otra diferencia notable. En pleno siglo XVIII, además de firmar las autoridades indicadas, lo hará el autor jurando haberlo “hecho a su leal saber y entender”. El especialista agrimensor, arquitecto o ingeniero encargado de la tarea, tiene un peso específico. Francisco Martínez Gudiño e Ignacio Mariano de las Casas, arquitectos y constructores de importantes retablos queretanos, firmaron algunos de esos mapas. Actualmente se cuenta con un registro de cerca de 70 mapas para el siglo XVIII.

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Con respecto al siglo XIX, señalaremos brevemente para cerrar que se puede establecer una gran diferencia con el conjunto de la cartografía colonial, cuya producción respondió más a necesidades muy particulares o muy localizadas, que a seguir un plan establecido, pues lograda la independencia surgió una intención sistemática de elaborar una cartografía general, consecuencia de asumir identidad propia como estado en la naciente Federación. Más de medio centenar de ejemplares son de esta temporalidad.

Estamos elaborando un inventario y catálogo con todo este acervo cartográfico para generar una herramienta de consulta para los estudiosos interesados. Los materiales del siglo XVI se han integrado en la exposición “E haréis pintar la tierra”, de donde saldrá la primera parte del catálogo, que desde febrero de 2023 se ha presentado en varias sedes: la zona arqueológica El Pueblito y en el Museo Panteón Santa Veracruz (San Juan del Rio). Actualmente en la exhacienda Tlacote El Bajo, entrada gratuita, horario acotado por tratarse de recinto particular. Para verificar horarios y hacer cita: 4426700230.

Al investigar sobre poblamiento y colonización en el centro norte de México durante los dos primeros siglos de dominio español, es fundamental la consulta y estudio de fuentes primarias documentales (mayoritariamente manuscritos), conservados en los archivos históricos nacionales, estatales, municipales y parroquiales. En este proceso suelen aparecer representaciones del espacio geográfico que estemos estudiando, unas veces dentro de esos antiguos expedientes y otras aisladas.

Resultan de gran utilidad cuando uno se acerca al estudio de la toponimia y la geografía para saber si las denominaciones de valles, poblaciones, ríos, montañas, etc., y sus significados han cambiado, si las demarcaciones o jurisdicciones territoriales se han desplazado, ya sea expandiéndose o reduciéndose y preguntarse e interpretar el porqué de las permanencias o modificaciones. Hay que sumar ir al campo, a esos sitios, a recorrer caminos, a preguntar a los habitantes sobre los nombres que les dan y contrastarlos con la nomenclatura oficial.

Esas representaciones de elementos del paisaje, señalando poblaciones, sitios para criar ganados o con fines agrícolas y los caminos que articulaban su comunicación, que llamamos mapas, eran designados genéricamente como pinturas durante el siglo XVI y parte del XVII. Efectivamente, eso son: sobre un lienzo o un trozo de papel se dibujó y pintó lo que se quería o requería dejar registrado.

Las piezas cartográficas más antiguas registradas y conservadas sobre el estado de Querétaro, se enmarcan temporalmente entre 1580 y 1620. Diecisiete comprenden áreas dentro de los actuales límites estatales, cuya centralidad está en San Juan del Río y Tequisquiapan (8), en Humilpan (3) y en Querétaro (6); en tanto que otras cuatro, donde predomina la representación del estado de Hidalgo (2) y de Guanajuato (2), tienen áreas de colindancia mostrándonos, respectivamente, la comunicación hacia Tlaxcalilla y Huichapan, y las otras con San Miguel, San Felipe y Celaya, localidades con las cuales desde el principio de la historia colonial hubo y ha habido una intensa y, podría decirse, orgánica relación.

Fueron producto de requerimientos muy precisos. Las de Guanajuato (elaboradas entre 1579 y 1580) son “Mapa de la villa de Selaya y de los pueblos de Acanbaro y Yurirapundaro y “Mapa de las villas de San Miguel y San Felipe de los Chichimecas”. Formaron parte de las respuestas al cuestionario Instrucción y memoria de las relaciones que se han de hazer para la descripción de las Indias […], que el rey Felipe II ordenó se aplicara en todos sus dominios americanos. Sus cincuenta preguntas buscaban obtener amplia información económica, histórica, geográfica y demográfica y particularmente ilustrar “El sitio y asiento donde los dichos pueblos estuvieren, si es en alto o en bajo, o llano; con la traza y designio, en pintura, de las calles y plazas y otros lugares […] que se pueda rasguñar fácilmente en un papel”. Las respuestas y sus pinturas integran una serie documental conocida como Relaciones geográficas del siglo XVI, siendo las autoridades locales (corregidores, alcaldes mayores y párrocos acompañados de escribanos) los encargados de esa tarea. Para el caso del pueblo de Querétaro existe la relación de respuestas, pero se desconoce el paradero del mapa que debió acompañarla. Existen numerosas ediciones y estudios sobre ellas, pero sigue siendo muy recomendable apreciar en conjunto las de Guatemala y Nueva España, en la edición realizada por René Acuña, Relaciones Geográficas del siglo XVI (1982-1988, UNAM), diez volúmenes con numerosas anotaciones, estudios introductorios y glosarios.

Las otras 19 piezas cartográficas del siglo XVI fueron realizadas para acompañar el otorgamiento de mercedes de tierras, documentos con que el virrey amparaba a un individuo (español y no pocas veces un indígena) o colectividad (villa, pueblo, ciudad) en el derecho a poseer y explotar como cosa propia, una extensión de terreno para crianza de animales (estancias de ganado mayor o menor), de producción agrícola (denominada “caballerías de tierra”) o instalar una venta para hospedar viajeros, entre otras. Así, el virrey expedía un “mandamiento” dirigido a la autoridad más cercana al sitio solicitado, para hacer una inspección, convocar a estancieros y pueblos circunvecinos, constatar si no afectaba a alguno de éstos o tierras reservadas al rey (realengas); recorría el terreno midiéndolo, identificando los elementos sobresalientes del entorno y, especialmente, se le encargaba: “haréis pintar el asiento del pueblo en cuyos términos […]” estuvieran las tierras solicitadas. Así el origen de estos otros mapas.

Durante esos primeros años no es identificable el autor concreto de la pintura ni hay certezas para atribuir plenamente a una mano indígena en las que aparece algún rasgo identificable con la antigua pictografía prehispánica (la apariencia de cerro o altépetl, las huellas de pie para señalar caminos o la forma del torrente para los ríos). La pintura acompañando la validación de la merced de tierras, solamente presenta las firmas del alcalde y la del escribano y se añade la frase “va cierta y verdadera esta pintura”.

Llamativamente, en el resto del siglo XVII siguen escaseando ejemplares de cartografía del estado de Querétaro. Hasta 1714 reinicia una consistente producción de estos materiales sobresaliendo un par de factores que los diferencia de los de la primera época. Muchas de las mercedes de tierra originales, se fueron concentrando en menos propietarios al sumar varias estancias o caballerías de tierra bajo su dominio, constituyendo grandes propiedades que se consolidaron como haciendas. Se necesitaron entonces nuevas mediciones y debieron elaborarse nuevos mapas para establecer con claridad el alcance de las tierras pertenecientes a cada particular o a los pueblos y sembradíos indígenas, derivado de los recurrentes conflictos por la cuestión de límites entre haciendas vecinas y comunidades. También cuando fue necesario actualizar su valor: unas veces por ocurrir operaciones de compraventa y otras, cuando por mandato de la autoridad, debía revisarse si era verdadera la superficie manifestada o se habían adueñado subrepticiamente de más tierras; en este último caso, llamado “composición de tierras”, era una regularización monetaria que ingresaba al erario real.

La autoría, otra diferencia notable. En pleno siglo XVIII, además de firmar las autoridades indicadas, lo hará el autor jurando haberlo “hecho a su leal saber y entender”. El especialista agrimensor, arquitecto o ingeniero encargado de la tarea, tiene un peso específico. Francisco Martínez Gudiño e Ignacio Mariano de las Casas, arquitectos y constructores de importantes retablos queretanos, firmaron algunos de esos mapas. Actualmente se cuenta con un registro de cerca de 70 mapas para el siglo XVIII.

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Con respecto al siglo XIX, señalaremos brevemente para cerrar que se puede establecer una gran diferencia con el conjunto de la cartografía colonial, cuya producción respondió más a necesidades muy particulares o muy localizadas, que a seguir un plan establecido, pues lograda la independencia surgió una intención sistemática de elaborar una cartografía general, consecuencia de asumir identidad propia como estado en la naciente Federación. Más de medio centenar de ejemplares son de esta temporalidad.

Estamos elaborando un inventario y catálogo con todo este acervo cartográfico para generar una herramienta de consulta para los estudiosos interesados. Los materiales del siglo XVI se han integrado en la exposición “E haréis pintar la tierra”, de donde saldrá la primera parte del catálogo, que desde febrero de 2023 se ha presentado en varias sedes: la zona arqueológica El Pueblito y en el Museo Panteón Santa Veracruz (San Juan del Rio). Actualmente en la exhacienda Tlacote El Bajo, entrada gratuita, horario acotado por tratarse de recinto particular. Para verificar horarios y hacer cita: 4426700230.

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