Una beata otomí en Querétaro del siglo XVIII

Cartografía del tiempo y la memoria

  · sábado 3 de septiembre de 2022

Foto: Cortesía | Edgardo Moreno

Construir una memoria. Las hagiografías, historias, relatos, biografías de monjas, novicias y beatas, representan una fuente valiosa para atisbar la vida cotidiana intramuros; pero también nos reflejan el imaginario colectivo, el tejido social y sus juicios de valor respecto a los espacios monacales. Esta vida claustral en ocasiones se convertía en ejemplo para las demás congregantas o para inspirar a otras al ingreso al claustro. Determinaba la manipulación y perpetuación de un estado de cosas muy conveniente a la clase empoderada. El jesuita Antonio Paredes escribe la CARTA EDIFICANTE, alrededor de 1763. Da “noticia de la Ejemplar Vida Sólidas Virtudes y santa muerte de la Hermana Salvadora de los Santos, India Otomí, Donada del Beaterio de las carmelitas de la Ciudad de Querétaro”.

Una india en el paisaje urbano. Imaginemos a una mujer otomí, deambulando por las calles de la ciudad de Querétaro en el segundo tercio del siglo XVIII. Cargando una cruz durante la cuaresma hasta la Semana Mayor como penitencia. Recorría plazas, mercados, barrios, pueblos y haciendas circunvecinas “en demanda de caridad”. Colectaba limosnas para las beatas carmelitas. Siempre con las manos ocupadas, con un tejido, o con el Rosario. Paso grave y los ojos clavados en el suelo. Su vestido consistía en una “capita de sayal pardo raído”, cubría su cabeza con una toca de lienzo burdo, sucia y desgastada por los soles y lluvias de muchos años. En ocasiones protegida con un sombrero blanco de peregrino y en otras con el sombrero a las espaldas. Debajo del brazo el inseparable cesto de mimbre donde trasladaba las limosnas obtenidas en la jornada.

La figura era extraña, y no podía menos que provocar la risa ver una India con una grande mesura en aquel hábito, que parecía de mojiganga. A los principios fue el objeto de los escarnios; pero así que fue conocida, se convirtieron los escarnios en veneraciones. Aún los muchachos, que con menos motivo se burlan de lo que ven exótico en las calles, acercándose a ella la saludaban afables.

Pionera del Beaterio y Colegio de Real Enseñanza. Salvadora de los Santos arribó a la ciudad desde 1736, cuando recién María Magdalena del Espíritu Santo, formaba una congregación de beatas observando la Regla de la Seráfica Madre Santa Teresa de Jesús. Una vez que fueron “echadas” del primer domicilio, las beatas se instalaron en una “casita” proporcionada por el Clérigo Br. Diego Colchado. Cuyas sobrinas pasaron a formar parte de la comunidad. Según Zelaá: […] “el Colegio; dispúsose en forma de Claustro religioso con zaguán, Capilla, Coro, Portería y Locutorio, como ahora se ve. [1802] El 19 de marzo de 1740 se bendijo la primera piedra del Beaterio consagrado a su Soberano Titular el Gloriosísimo Patriarca Señor San Joseph. Compuesta por 18 personas en principios del siglo XIX.” […] “En noviembre de 1768 se estableció la Enseñanza de niñas. El 7 de junio de 1791 y 16 de febrero de 1800 expidió S. M. Dos Reales Cédulas en las que se digna erigir este Beaterio en Colegio Real de Enseñanza, bajo su protección, dando licencia para que se fabrique un templo nuevo. 20 de julio de 1802 se estrenó la iglesia con toda solemnidad.”

Cambio y permanencia. El jesuita Paredes desde su cultura dominante consigna sus prejuicios y sistema de valores, para fortalecer la imagen de Salvadora de los Santos:

Los Indios de este Reyno, después de los muchos años de su Conquista, todavía conservan, mucho de su nativa rudeza; á excepción de algunos que avecindados en las Ciudades, comunican con los españoles, aprenden la lengua Castellana, y se reducen á la vida política. Pero aquellos que viven en Rancherías distantes del poblado, atendiendo solamente á la labor de la tierra, cuyos groseros frutos son el sustento de sus vidas, perseveran agrestes, quasi bárbaros y como brutos. Los de peor condición son los de la nación Otomí, cuya lengua dificilísima aun de pronunciar, es causa de que vivan escasos de doctrina, y mantengan resabios de su gentilidad.

Relación con el poder de facto. Salvadora de los Santos, en calidad de “donada”, realizaba las labores de limpieza, de cocinera, de enfermera, jardinera y lo que hubiese menester. En las madrugadas se le veía conducir en sus hombros el agua, a veces traída desde una fuente pública. Se hizo cargo de buscar limosna por la ciudad para manutención de sus compañeras”. Pronto corrió entre las beatas carmelitas su habilidad o “don”, para encontrar cosas perdidas, domar briosos caballos, atraer a las aves, conseguir grandes limosnas en dinero y especies, en preparar remedios “milagrosos”. Compartía las ropas usadas que le daban con los que necesitaban abrigo, en los barrios se le requería para dirigir rezos y amortajar a los difuntos. Todo esto propició que algunas familias acaudaladas le solicitaran sus servicios a cambio de donaciones al Colegio. -La transcripción es literal, respetando la ortografía original -.

“Hizolo así la Esposa del Capitán Don Joseph Velázquez de Lorea, sugeto [sic] bien conocido en todo el Reyno, por su integridad y zelo con que exercía el empleo de Alcalde de la Santa hermandad, y Juez de la Real Acordada, contra los salteadores de caminos. Hallábase esta Señora de paseo en Querétaro, y habiéndose las criadas descuidado con unos candeleros de plata, no faltó uno de los entrantes y salientes, que logrando la ocasión se los llevara. luego que la Señora advirtió el hurto, comenzó á afligirse, temiendo tener una gran pesadumbre con su Consorte, Quando [sic] a éste llegara noticia.”

Después de que varios comisarios se dieron a la tarea de buscarlos por la ciudad, entre los vecinos, Salvadora prometió que ella los encontraría a cambio de una arroba de cera, “para que ardiese en su Capilla al Divinísimo”. Al pasar una semana a través de un Religioso Apostólico, Salvadora envió los candeleros a su dueña. Otros que buscaron sus servicios para recuperarse de un malestar físico o una dolencia son los herederos del Marques de la Villa del Villar y los del Conde de la Sierra Gorda. La sociedad virreinal del siglo XVIII, jerarquizada según la adscripción étnica y las diferencias de fortuna, la familia de la nobleza era el foco de una sociabilidad congruentemente dirigida a la perpetuación y el reciclamiento de tales diferencias.

En la próxima entrega, concluiremos esta breve relación de la beata otomí.


Desde Anbanica - Teocalhueyacan.

Agosto de MMXXII.