Muchas veces la vida puede ser tortuosa y amenazante como lo fue para el niño cuyos primeros pasos narré aquí. La diosa fortuna quiso que sobreviviera a la suerte que le tocó tanto al nacer, como en otros avatares que marcarían su vida. Cuánto trabajo requiere un niño para sobrevivir, cuánta dedicación, cuánta atención, pero sobre todo cuánto amor para sacarlo adelante. Por eso hago un símil entre el niño del que se habla en esta historia, y el origen del Moisés bíblico. Una especie de Moisés contemporáneo como muchos niños y niñas actuales en el mundo que son lanzados al río de la vida, a esa agua que según muchas tradiciones simboliza las emociones, y que con suerte -por un azar terrestre o por la mano de Dios- son rescatados para después cumplir con su destino siempre y cuando despierten y tomen conciencia de la necesidad de conducir su propia vida.
Por eso me pregunto, ¿por qué no le hice más preguntas a mi madre y a mi padre para entender mi origen? Mi papá quién sabe si me las hubiera contestado, pero mi mamá siempre estaba dispuesta a contar sus anécdotas, y la escuché muy poco. De joven uno es inexperto, egoísta, muchas veces arrogante y encerrado en sí mismo. Quizá sea parte del mismo desarrollo, de una mala educación o hasta de malos sentimientos incubados en el ser. De muy chamaquillo creo que sí pregunté y pregunté, pero uno va creciendo y va rompiendo estúpidamente la comunicación con sus padres. Y cuando ya no están contigo, y no hay forma alguna de que te contesten, te das cuenta del valor inmenso que tenían sus palabras. Por eso, la inteligencia emocional debería ser enseñada desde las primerísimas etapas del desarrollo de una persona, debería ser instaurada como asignatura desde la preprimaria, primaria, y con mucho más razón, en la secundaria y a nivel medio superior. Con ello se ahorraría a los individuos, las familias, las escuelas, al trabajo y a la sociedad en general, una enorme cantidad de problemas. Sería una labor preventiva mucho más redituable que después querer remediar males más complejos y difíciles de resolver. Pero bueno, mientras eso llega, si es que se instaura algún día, no podemos quedarnos con los brazos cruzados, tenemos que promover, buscar y llevar a la práctica los conceptos más importantes de la inteligencia emocional, cada quien de la manera que pueda.
Crecí, llegué a la adolescencia, y la conexión, la comunicación con mis padres se fue rompiendo, o mejor dicho, la fui dañando. Se generó un abismo que ya no pude superar. Abismo doloroso, lamentable, pernicioso. Sí, claro, de alguna forma es propio de la edad, pero muchos logran no fracturar esa relación, mis respetos y admiración profunda para ellos. Me llevaba bien con mi mamá, y la vacilaba mucho, pero ese no era todo el abanico comunicacional que podríamos haber tenido. Ella me contaba sus cosas y yo las veía como ese pasado que ya no vale nada, que ya es viejo, aburrido, que no importa, porque yo estaba en mi presente y en mis cosas. La escuchaba, creo, con poca atención, y esperando el momento para pasar a otra cosa. A mis temas. Una especie como de autismo, de ensimismamiento, de egolatría.
Si bien es válido a cierta edad fortalecer el propio yo para enfrentar el mundo, también es cierto que tanto ego se convierte en una burbuja que aísla. Quizá también sea verdad que uno ya es genéticamente solitario, pero eso no obsta para que conste, porque también es cierto que uno es medio buey, y además le falta al respeto a la palabra valiosa de sus padres. También de chavos hay una falta conciencia de lo que es la vida, y del valor del presente, del pasado y del futuro. Y como cada instante es único, muchos de estos momentos, si no es que todos, ya no tienen reposición, y pagas el pato tarde o temprano, pues ya no hay forma de recuperarlos.
Quizá sea un dilema propio de ser humano, pero vale la pena resquebrajarlo de algún modo, qué se yo, buscando la comunicación de cualquier forma. Sin pena, sin ataduras, sin prejuicios. No es tanto cosa del destino, sino resultado de situaciones dentro de la familia, en primer instancia, y de la sociedad, en segunda. El caso es que esa circunstancia se adhirió a mi ser, me costó trabajo comunicarme con ellos por una cuestión de ensimismamiento, de egoísmo, una deformación del yo, una falta de auto observación y de autocrítica.
Con un texto como este, abro un poco la cortinilla y me asomo a esa zona oscura y poco ventilada del pasado, y me gusta, me agrada. Hay situaciones que ya no puedo resolver, no está en mi mano, pero hay otras en las que puedo cambiar, transformarme ahora, en mi presente, y eso es verdaderamente extraordinario. Y a pesar de todo, si rasco en mi pasado con pasión de minero, y si pregunto por aquí y por ahí entre los que escucharon algo, recuerdo algunas de esas anécdotas valiosas que me contó mi madre y encuentro alimento vital para mi presente, nuestro presente. Armo rompecabezas, deconstruyo, rearmo, y de esos recuerdos reelaborados, aunque estuvieran mitificados, saco filones de oro, diamantes, piedras preciosas. No sin dolor, no sin arrepentimiento, pero ya ni llorar es bueno.
Aunque para algunos la vida aparentemente nos lanza al arroyo sin ninguna protección, es importante revisar algunas biografías de personajes importantes que admiremos, que nos muestren que siempre es posible reponerse, que siempre es posible, de una u otra forma, ser un Moisés rescatado de las aguas. Esas vidas de personajes ilustres nos servirán de ejemplo y guía, de inspiración, para levantarnos de cualquier circunstancia que nos haya tocado vivir. Y nunca es tarde. Mientras haya vida, habrá esperanza.