/ lunes 25 de marzo de 2019

Utøya o la poética de la tragedia

El libro de cabecera

El viernes 22 de julio del 2011, a las 15:25 horas, una camioneta estacionada a la entrada de la oficina del primer ministro noruego estalla en lo que, con toda certeza, se trataba de un atentado terrorista. En ese hecho murieron setenta y ocho personas. Ese sería el primero de dos atentados terroristas que ejecutó Anders Behring Breivik quien posteriormente, ataviado con un disfraz paramilitar similar al que utilizan los cuerpos especiles, se dirigió a la isla de Utøya para asesinar a los miembros de las ligas juveniles del Partido Laborista.

En Utøya, mientras tanto, decenas de estudiantes atestiguaban en televisión lo ocurrido en la capital noruega. Algunos especularon respecto a que se trataba de un ataque de extremistas islámicos; otros lo atribuyeron a un fatídico accidente. Nadie se imaginó que se trataba del plan macabro de Breivik, uno de los nuestros, autor de la peor tragedia perpetrada en Noruega desde la Segunda Guerra Mundial.

Precisamente con la frase Uno de los nuestros (Crítica, 2015), Åsne Seierstad, escritora y periodista freelance noruega, tituló a su crónica de largo aliento. En ella, la autora describe a detalle y con rigor periodístico el retrato de Breivik, un chico que proviene de una familia rota (no sé en qué casos se aplique el eufemismo disfuncional), en donde el divorcio de sus padres y el estigma de ser hijo único redundaron en una soledad apabullante, el caldo de cultivo para un misántropo que siempre se esforzó inútilemnte por pertenecer a algo, a alguien.

En su infancia tuvo dos amistades con las que rompió intempestivamente cuando el asomo de su egolatría y su pensamiento autodesctructivo se topó con los valores predominantes de una Noruega libre, trasncultural, plural y cosmopolita. En la adolescencia, su necesidad crónica por pertenecer encarnó en el estereotipo del quien todos huyen. Su estancia en la escuela no fue más que una acumulación de rechazos del sistema social, incluyendo rechazos de carácter amoroso.

Es precisamente en la adolescencia en la que Breivik decide abandonar sus estudios para iniciar una frenética búsqueda de hacer dinero rápido. Aunque en algún momento logró materializar su ambición, más temprano que tarde lo perdió todo. En esta vez la vida lo rechazaba.

Fue tal su apego al rechazo que hasta el Partido Progresista, adalid de la extrema derecha noruega, le negó su ingreso al partido considerando que se trataba de un fanático con ideas extremas que no encajaban con la agenda política del organismo.

A lo largo de 39 capítulos, Seisterstad desgrana la vida del protagonista con una precisión abrumante. El grado de intimidad con el que se presentan los datos, si bien obedecen a una rigorosa investigación periodística de largo alcance, acuden también al llamado de una vocación literaria puesta al servicio de la realidad. La autora recurre a la construcción de escenarios e interacciones en donde se inserta su personaje principal, sin que se decante por la victimización frívola, la agiografía o, en el peor de los casos, la apología del delito. Seierstad toma distancia a través de una voz narrativa que acude a los hechos desde los testimonios a base de una aguda observación completamente participante, pero sin colocarse jamás en el centro de la historia.

El nudo nos llega hasta el capítulo 27, un vertiginoso retrato narrativo de un viernes que se ha quedado perpetuamente prendido de la historia contemporánea de los asesinos seriales. El uso sobrio de la prosografía de carácter periodístico y la etopeya a través de la mirada de Brievik generan un equilibrio crónico periodístico y narrativo que despliega paradójicamente la poética del crimen: el mal puesto al servicio de la literatura, pero jamás a la inversa.

En la nota introductoria, la misma autora advierte que se trata de un libro basado en testimonios, en donde todas las escenas se recrearon a partir de relatos de testigos. Quizás por eso la lectura del texto cobra una vivacidad tan elocuente que reactualiza cada uno de los referentes, entendidos en perpectiva gracias al paso del tiempo.

Recientemente, Netflix ha estrenado 22 de julio, una película que revive la masacre de Breivik en Utøya, a partir del texto de Seierstad. Aunque ocurrió hace siete años –afirma Paul Greengrass, director de la cinta– lo ocurrido está más de actualidad que nunca: "Ningún político populista en Europa o América tendría problemas para usar las palabras de Breivik, no sus acciones, sino sus palabras, no tendría ningún problema y eso te cuenta la historia de cómo ha cambiado la política, que los argumentos de Breivik están ahora en la corriente principal".

La semana pasada, a las salas de Querétaro, llegó la cinta Utoya, 22 de julio, ésta dirigida por Erik Poppe. Y como ésta se pueden encontrar otro par de adaptaciones y documentales referentes al hecho. Porque nunca será suficiente de hacer justicia a la memoria para retrotraer a aquello que nos dé certeza que lo que seremos: una poética de la tragedia.

@doctorsimulacro

El viernes 22 de julio del 2011, a las 15:25 horas, una camioneta estacionada a la entrada de la oficina del primer ministro noruego estalla en lo que, con toda certeza, se trataba de un atentado terrorista. En ese hecho murieron setenta y ocho personas. Ese sería el primero de dos atentados terroristas que ejecutó Anders Behring Breivik quien posteriormente, ataviado con un disfraz paramilitar similar al que utilizan los cuerpos especiles, se dirigió a la isla de Utøya para asesinar a los miembros de las ligas juveniles del Partido Laborista.

En Utøya, mientras tanto, decenas de estudiantes atestiguaban en televisión lo ocurrido en la capital noruega. Algunos especularon respecto a que se trataba de un ataque de extremistas islámicos; otros lo atribuyeron a un fatídico accidente. Nadie se imaginó que se trataba del plan macabro de Breivik, uno de los nuestros, autor de la peor tragedia perpetrada en Noruega desde la Segunda Guerra Mundial.

Precisamente con la frase Uno de los nuestros (Crítica, 2015), Åsne Seierstad, escritora y periodista freelance noruega, tituló a su crónica de largo aliento. En ella, la autora describe a detalle y con rigor periodístico el retrato de Breivik, un chico que proviene de una familia rota (no sé en qué casos se aplique el eufemismo disfuncional), en donde el divorcio de sus padres y el estigma de ser hijo único redundaron en una soledad apabullante, el caldo de cultivo para un misántropo que siempre se esforzó inútilemnte por pertenecer a algo, a alguien.

En su infancia tuvo dos amistades con las que rompió intempestivamente cuando el asomo de su egolatría y su pensamiento autodesctructivo se topó con los valores predominantes de una Noruega libre, trasncultural, plural y cosmopolita. En la adolescencia, su necesidad crónica por pertenecer encarnó en el estereotipo del quien todos huyen. Su estancia en la escuela no fue más que una acumulación de rechazos del sistema social, incluyendo rechazos de carácter amoroso.

Es precisamente en la adolescencia en la que Breivik decide abandonar sus estudios para iniciar una frenética búsqueda de hacer dinero rápido. Aunque en algún momento logró materializar su ambición, más temprano que tarde lo perdió todo. En esta vez la vida lo rechazaba.

Fue tal su apego al rechazo que hasta el Partido Progresista, adalid de la extrema derecha noruega, le negó su ingreso al partido considerando que se trataba de un fanático con ideas extremas que no encajaban con la agenda política del organismo.

A lo largo de 39 capítulos, Seisterstad desgrana la vida del protagonista con una precisión abrumante. El grado de intimidad con el que se presentan los datos, si bien obedecen a una rigorosa investigación periodística de largo alcance, acuden también al llamado de una vocación literaria puesta al servicio de la realidad. La autora recurre a la construcción de escenarios e interacciones en donde se inserta su personaje principal, sin que se decante por la victimización frívola, la agiografía o, en el peor de los casos, la apología del delito. Seierstad toma distancia a través de una voz narrativa que acude a los hechos desde los testimonios a base de una aguda observación completamente participante, pero sin colocarse jamás en el centro de la historia.

El nudo nos llega hasta el capítulo 27, un vertiginoso retrato narrativo de un viernes que se ha quedado perpetuamente prendido de la historia contemporánea de los asesinos seriales. El uso sobrio de la prosografía de carácter periodístico y la etopeya a través de la mirada de Brievik generan un equilibrio crónico periodístico y narrativo que despliega paradójicamente la poética del crimen: el mal puesto al servicio de la literatura, pero jamás a la inversa.

En la nota introductoria, la misma autora advierte que se trata de un libro basado en testimonios, en donde todas las escenas se recrearon a partir de relatos de testigos. Quizás por eso la lectura del texto cobra una vivacidad tan elocuente que reactualiza cada uno de los referentes, entendidos en perpectiva gracias al paso del tiempo.

Recientemente, Netflix ha estrenado 22 de julio, una película que revive la masacre de Breivik en Utøya, a partir del texto de Seierstad. Aunque ocurrió hace siete años –afirma Paul Greengrass, director de la cinta– lo ocurrido está más de actualidad que nunca: "Ningún político populista en Europa o América tendría problemas para usar las palabras de Breivik, no sus acciones, sino sus palabras, no tendría ningún problema y eso te cuenta la historia de cómo ha cambiado la política, que los argumentos de Breivik están ahora en la corriente principal".

La semana pasada, a las salas de Querétaro, llegó la cinta Utoya, 22 de julio, ésta dirigida por Erik Poppe. Y como ésta se pueden encontrar otro par de adaptaciones y documentales referentes al hecho. Porque nunca será suficiente de hacer justicia a la memoria para retrotraer a aquello que nos dé certeza que lo que seremos: una poética de la tragedia.

@doctorsimulacro

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