Vanilla Sky, “don’t blow it away…”

Alfonso Franco Tiscareño

  · miércoles 22 de agosto de 2018

Para Ticha Jiménez y Pepe Gomar

Retomo lo olvidado, porque todo va quedando atrás, empolvado, guardado en cajas viejas, en cajones que rechinan. Pero lo olvidado puede aún conservar mucho brillo, todo es cuestión de darle una sacudida, de pulirlo, y entonces nos vuelve a entregar su belleza aparentemente perdida. Y hablo no sólo de objetos, sino también de esos párrafos que han quedado guardados entre las apretadas páginas de los libros en el estante, en los libreros, o peor, en las cajas. Esos párrafos que algún día fueron palabras deslumbrantes. Abres los libros subrayados y ahí están marcados los conceptos, los nombres olvidados. Señalados con tintas de colores, encerrados en círculos, apuntados con flechas, palomeados con emoción.

Y vuelvo a coser con esmero frases de aquí de allá para dar forma a un nuevo ser, o a un Frankenstein, según se quiera ver. Pero no, sin duda es nuevo ser articulado de entre muchos orígenes, todos bellos porque mis libros son todos hermosos, y en lo subrayado ha quedado lo más sutil y sabio de los tiempos, y de ahí recojo los manojos de flores que tejen los canastos de mis nuevos textos. Mi trabajo es así, quitas de aquí, tomas de allá, vuelves a lijar, desatornillas esto, vuelves a clavar aquello, despintas y barnizas otra vez, haces agregados o cortas madera nueva. Bendito trabajo, que como cualquiera requiere de paciencia y entrega.

Ahora me encuentro recogiendo materiales respecto al impresionismo, Claude Monet, la luz, McCartney. Y todo a propósito de la película Vanilla Sky, protagonizada por Penélope Cruz y Tom Cruise, dirigidos por Cameron Crowe. Al verla pienso en un sueño, una cruz para cargar, el karma, ¿qué determina la manera como nos va a ir en la vida? Un paso mal dado, una equivocación, una decisión mal tomada guiada por la inconsciencia y el ego, y a partir de ahí se abren infinidad de puertas y caminos. De algunos hay retorno, de otros no. Por eso Don Juan Matus, el de Carlos Castaneda, aconseja sólo seguir caminos que tengan corazón, guiados por la pura intuición, lo cual puede ser bien engañoso si no estás preparado, entrenado, porque te puedes auto engañar fácilmente.

O bien puedes tener todo el billete del mundo y aún así seguir cometiendo un montón de estupideces. Tal como David Aames, el personaje principal de la película. Él tiene todo, todo, y quizá por eso no tiene nada y está tan vacío. Y es por ese vacío angustiante, el vacío de la muerte, que decide venderle su alma al diablo disfrazado de posmodernidad: una vida futura nueva y plena, mientras se pasa un rato criogenizado (congelado), viviendo en algo que se supone un sueño lúcido, tremendamente vívido que resulta ser una pesadilla.

Y es Claude Monet (1840-1926) el que da lugar a todo este alucine dado que el nombre de la película hace alusión a un cuadro impresionista del pintor titulado El Sena en Argenteuil
(1873, Óleo sobre lienzo). De hecho la pintura aparece después de la escena del cumpleaños de David, cuando él y Sofía Serrano -la española guapísima que le presenta su mejor amigo Brian- huyen de la acosadora que persigue a David. Esta perseguidora es, según Sofía, “…la chica más infeliz que ha sostenido un Martini”

Respeto mucho el trabajo de la gente y de hecho la película me gustó, pero lo que más me conmovió fue la referencia a Monet y que uno de sus cuadros fuera la inspiración de todo. El personaje David, en su sueño lúcido ve las nubes y el cielo con ese color vainilla tan de Monet. Éste perteneció al movimiento pictórico impresionista, casi nada, una de las revoluciones más importantes en el campo del arte. Transformó absolutamente todas las nociones de pintura existentes, y todo a partir de un principio: retratar la luz desde de las impresiones, ¡vaya hazaña más lúcida! , y tan difícil. Pero sacando la pintura de los estudios y llevándola a las fuentes primordiales de la naturaleza, se dieron los impresionistas el lujo de perseguir la luz, buscarla, pintarla, admirarla, amarla. Es un reencuentro extraordinario, porque es volver a encontrarse con el origen, con el hombre desnudo ante la inmensidad de la naturaleza, y de frente ante nuestro padre el Sol. La luz, la metáfora de todos los poetas, de todos los artistas. Luz, más luz, dijo Goethe en su lecho de muerte para que le siguiera alumbrando el camino. Luz , metáfora de la sabiduría y lo espiritual. Así que esa fue la ruta que asumieron, con todos sus costos, los pintores impresionistas, seguir a la luz, gozarla, retratarla.

De todo ese alucine vino el cielo vainilla de Monet, y ese es el que viene a sacudir todo el mundo millonario y guango de David Aames. Y la Beatriz de su pesadilla es la hermosa española Sofía con toda su inocencia y cabulez. Niña corrida y recorrida, niña que no existe más que como una sombra cambiante de formas que revela las zonas más oscuras, incluso criminales, producto del tedio, de la falta de iniciativa y de testículos del nene consentido, que huyendo de la muerte se entrega a otra muerte congelado hasta los huesos y el cerebro.

Quizá los cielos vainilla de Monet puedan aportarle luz a este tránsfuga de la vida. Entonces, ¿la riqueza no es todo? Los lujos, el carrazo, las mujeres, la herencia de papi, ¿no aportan toneladas de felicidad? A David no. Lo único que le revela un atisbo de felicidad es la persona de Sofía, quizá su ánima -en el sentido junguiano- consejera, la parte femenina de su propio ser que guarda la verdad, que desde el “subconsciente” -como subtitularon en la película-, lo guía en esa búsqueda de su verdad.

Somos seres de luz, sin ella no habría vida en nuestro planeta. En nuestro mundo se dieron las condiciones para que surgiera la vida: distancia del sol, tamaño del planeta, atmósfera, agua, calor. Muchos pueblos, desde el origen de los tiempos, estuvieron conscientes del valor de la luz, de su importancia. Las culturas en el México antiguo fueron solares. Francia fue bautizada como la ciudad luz desde que la noche fue hecha a un lado para dar paso a la luz eléctrica que transformó la vida de las ciudades totalmente. Somos seres de luz.

Esa intuición maravillosa les quedó clara a los pintores impresionistas, a los cuales perteneció Claude Monet. Si bien las escuelas pictóricas se habían interesado en la luz desde hacía siglos, fue el impresionismo el que le dio gran relevancia y sacó los caballetes a las calles, los jardines y al mar para captar la luz, y Monet fue un gran maestro en esa labor. Los objetos, los ambientes, las atmósferas, los cielos y las nubes fueron captados, mediante poderosas pinceladas, en toda su luminosa dimensión y con todos sus efectos, y nunca volvieron a ser los mismos en las pinturas subsecuentes. Fue precisamente a propósito de un cuadro de Monet titulado Impresión, sol naciente, que le vino el nombre a esta escuela pictórica. De ahí vienen los cielos y nubes vainilla de Monet que inspiraron esta película titulada Vanilla Sky, dirigida por Cameron Crowe. La cinta es un remake de la española Abre los ojos, de 1997, dirigida por Alejandro Amenábar. En la obra de Crowe, los cielos y nubes vainilla son llevados al terreno de lo onírico, ya que es el mundo del sueño lúcido de David Aames, el personaje que interpreta Cruise, donde se presenta este fenómeno, sólo ahí, para diferenciar el sueño de la realidad. Aunque la película, por momentos, nos llega a confundir acerca de cuál es en verdad la realidad.

Mención aparte merece el soundtrack de la película compuesto por una serie de piezas que lo han convertido en objeto de culto. Una de las canciones, Vanilla Sky, es el tema principal, compuesta por Paul McCartney, el Mozart contemporáneo. Una verdadera joya, producto del genio del ex beatle. Vale la pena zambullirse en estos sueños para -como el personaje- volver fortalecidos a la realidad.

Vanilla Sky. Director Cameron Crowe. 2001. Estados Unidos.

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