/ jueves 12 de noviembre de 2020

Videocracia, el enemigo íntimo de la democracia

El libro de cabecera

Al momento de escribir esto, la última actualización del conteo de votos de las elecciones en Estados Unidos, ponía a Joe Biden con 238 votos y a Donald Trump con 213, de acuerdo con datos aportados por DIARIO DE QUERÉTARO en su versión electrónica. Pasamos de una elección cerrada a una eventual victoria de Biden.

Allá por 2001, en su participación dentro de la Cátedra Alfonso Reyes, espacio creado por el ITESM para el diálogo con la cultura y las humanidades, Giovanni Sartori (Florencia, 1924 – 2017) impartió una conferencia en la que analizó la relación de la democracia con los media, es decir, con los medios masivos de comunicación.

Sartori afirma que la democracia se relaciona con los medios de comunicación, aunque también se encuentra desafiada por estos. Para ilustrar este desafío Sartori acude al concepto de videopolítica, acuñado por él mismo en su Homo videns: la sociedad teledirigida (Taurus, 2002). Publicado originalmente en 1997, en el contexto del imperio mediático de Silvio Berlusconi, quien ocupó el cargo de primer ministro en dos ocasiones: de 1994 a 1995 y del 2001 al 2006, en Homo videns, Sartori define videopolítica como uno de los múltiples aspectos del poder del video: su incidencia en los procesos políticos, y con ello una radical transformación de cómo «ser políticos» y de cómo «gestionar la política» con la intervención estratégica de los medios de comunicación.

En este sentido, aunque entre las edades de los media y la democracia (tanto la democracia participativa como representativa) existe un anacronismo, la videopolítica se ha hecho presente por igual tanto en dictaduras como en sistemas liberales-democráticos. Es precisamente la democracia de los sistemas liberales el escenario idóneo para la videopolítica, ya que, al ser definida la democracia como un gobierno de opinión, ésta propicia la aparición de la videopolítica.

La gran división está entre los medios de palabra (la prensa y la radio) y los medios visuales (basados en imágenes), aunque para Sartori el medio predominante en ese contexto era la televisión por su proclividad a defenestrar a la opinión pública en nombre de la imagen.

La democracia supone un demos informado. En contraste, una democracia sin medios, una sociedad sin acceso a la información, es casi inconcebible. El nexo entre la opinión pública y democracia es determinante, ya que la opinión es el fundamento sustancial y operativo de la democracia. Resulta pertinente pues preguntarnos, cómo se forma la opinión pública y qué forma se le da en el contexto de la videopolítica. A decir de Sartori, la sociedad opina en función de cómo los medios la inducen a opinar. Asimismo, en el proceso de dirigir la opinión, el poder de la imagen se coloca en el centro de todos los procesos de la política contemporánea.

Es entonces cuando la distinción entre medios de palabra y medios visuales cobra relevancia en la formación y conducción de la opinión pública.

De acuerdo con Sartori, en las últimas décadas del siglo XX la autonomía de la opinión pública ha sido coaccionada por la televisión, medio que hasta entonces gozaba de todo el poder. Cuando afirmamos que en la sociedad los ciudadanos se forman una opinión propia de la cosa pública (res pública, en latín) es menester señalar que existía un equilibrio con la opinión plasmada en la prensa escrita y en la radio, lo que garantizaba la existencia sustancial y heterogénea de una prensa libre. El verdadero problema surgió con la televisión, su incursión a la arena pública significó la suplantación del acto de discurrir por el poder de la imagen.

Cuando la comunicación lingüística se privilegia, prevalece un diálogo de múltiples voces en un proceso de múltiples direcciones, es decir, un juego de suma positiva donde todos ganan. Pero cuando la fuerza de la imagen cobra poder, se implementa un mecanismo de construcción de opinión de arriba abajo, rompiendo el sistema de opiniones de la sociedad dando paso a la fuerza arrolladora de la opinión de las masas, o sea, un juego de suma negativa en donde todos pierden.

Mientras que en la democracia representativa bastaba la existencia de la opinión pública para que fuera verdaderamente emanada del público, la videopolítica, devenida en videocracia (el poder de la imagen), implantó la fabricación sistemática de opinión en apariencia sólida, pero con sustancia vacía: la videocracia como el gobierno de opinión.

Si bien con Berlusconi acudimos a la suplantación de la opinión de la palabra por la opinión teledirigida de un imperio mediático, es menester señalar que Sartori ya vaticinaba el advenimiento de Internet (específicamente de las redes sociales) como el gran sistema que impide la formulación de sistemas de opinión diferentes a los que la red impone. La sociedad, saturada de información, susceptible a las fake news y cooptada por la polarización en los ámbitos políticos, ideológicos y culturales, escapa y deslegitima la validez de la opinión pública, poniendo en riesgo a los sistemas culturales y educativos y recurriendo a la apatía o a la reacción hostil generalizada contra todo aquello que atente contra su opinión. Cuando Sartori señala que "los sondeos no revelan la voz del pueblo, solamente revelan la voz de los medios en el pueblo" no se refiere a que los medios reinan como soberanos, como una especie de cuarto poder. Es falso que la televisión, y en consecuencia las redes sociales, se limiten a reflejar los puntos de vista de los cambios que se están produciendo en la sociedad y en la cultura, como ocurría en su origen con Facebook y Twitter. En realidad los medios reflejan los cambios que ellos mismos promueven e inspiran a largo plazo. Prueba de ello están las elecciones estadunidenses, en donde las redes sociales han fungido como la plataforma predilecta del demagogo naranja quien, ante los resultados de Michigan, Arizona, Wisconsin, Georgia y Pensilvania, la joya de la corona, acusa de fraude electoral. Gane o pierda, mediante Twitter o donde se le ocurra, Trump estará aquí generando problemas.

Finalmente, es necesario acudir a dos cuestiones. La democracia postula una opinión pública que, a su vez, funda un gobierno condicionado por dicha opinión (piénsese en el caso de la elección de Trump en 2016). No obstante, para ser parte de una democracia auténtica el consenso entre la opinión pública y la democracia debería de corresponder con ciudadanos poseedores de opiniones autónomas, distanciadas de la opinión homogenea de la videocracia.

@doctorsimulacro

Al momento de escribir esto, la última actualización del conteo de votos de las elecciones en Estados Unidos, ponía a Joe Biden con 238 votos y a Donald Trump con 213, de acuerdo con datos aportados por DIARIO DE QUERÉTARO en su versión electrónica. Pasamos de una elección cerrada a una eventual victoria de Biden.

Allá por 2001, en su participación dentro de la Cátedra Alfonso Reyes, espacio creado por el ITESM para el diálogo con la cultura y las humanidades, Giovanni Sartori (Florencia, 1924 – 2017) impartió una conferencia en la que analizó la relación de la democracia con los media, es decir, con los medios masivos de comunicación.

Sartori afirma que la democracia se relaciona con los medios de comunicación, aunque también se encuentra desafiada por estos. Para ilustrar este desafío Sartori acude al concepto de videopolítica, acuñado por él mismo en su Homo videns: la sociedad teledirigida (Taurus, 2002). Publicado originalmente en 1997, en el contexto del imperio mediático de Silvio Berlusconi, quien ocupó el cargo de primer ministro en dos ocasiones: de 1994 a 1995 y del 2001 al 2006, en Homo videns, Sartori define videopolítica como uno de los múltiples aspectos del poder del video: su incidencia en los procesos políticos, y con ello una radical transformación de cómo «ser políticos» y de cómo «gestionar la política» con la intervención estratégica de los medios de comunicación.

En este sentido, aunque entre las edades de los media y la democracia (tanto la democracia participativa como representativa) existe un anacronismo, la videopolítica se ha hecho presente por igual tanto en dictaduras como en sistemas liberales-democráticos. Es precisamente la democracia de los sistemas liberales el escenario idóneo para la videopolítica, ya que, al ser definida la democracia como un gobierno de opinión, ésta propicia la aparición de la videopolítica.

La gran división está entre los medios de palabra (la prensa y la radio) y los medios visuales (basados en imágenes), aunque para Sartori el medio predominante en ese contexto era la televisión por su proclividad a defenestrar a la opinión pública en nombre de la imagen.

La democracia supone un demos informado. En contraste, una democracia sin medios, una sociedad sin acceso a la información, es casi inconcebible. El nexo entre la opinión pública y democracia es determinante, ya que la opinión es el fundamento sustancial y operativo de la democracia. Resulta pertinente pues preguntarnos, cómo se forma la opinión pública y qué forma se le da en el contexto de la videopolítica. A decir de Sartori, la sociedad opina en función de cómo los medios la inducen a opinar. Asimismo, en el proceso de dirigir la opinión, el poder de la imagen se coloca en el centro de todos los procesos de la política contemporánea.

Es entonces cuando la distinción entre medios de palabra y medios visuales cobra relevancia en la formación y conducción de la opinión pública.

De acuerdo con Sartori, en las últimas décadas del siglo XX la autonomía de la opinión pública ha sido coaccionada por la televisión, medio que hasta entonces gozaba de todo el poder. Cuando afirmamos que en la sociedad los ciudadanos se forman una opinión propia de la cosa pública (res pública, en latín) es menester señalar que existía un equilibrio con la opinión plasmada en la prensa escrita y en la radio, lo que garantizaba la existencia sustancial y heterogénea de una prensa libre. El verdadero problema surgió con la televisión, su incursión a la arena pública significó la suplantación del acto de discurrir por el poder de la imagen.

Cuando la comunicación lingüística se privilegia, prevalece un diálogo de múltiples voces en un proceso de múltiples direcciones, es decir, un juego de suma positiva donde todos ganan. Pero cuando la fuerza de la imagen cobra poder, se implementa un mecanismo de construcción de opinión de arriba abajo, rompiendo el sistema de opiniones de la sociedad dando paso a la fuerza arrolladora de la opinión de las masas, o sea, un juego de suma negativa en donde todos pierden.

Mientras que en la democracia representativa bastaba la existencia de la opinión pública para que fuera verdaderamente emanada del público, la videopolítica, devenida en videocracia (el poder de la imagen), implantó la fabricación sistemática de opinión en apariencia sólida, pero con sustancia vacía: la videocracia como el gobierno de opinión.

Si bien con Berlusconi acudimos a la suplantación de la opinión de la palabra por la opinión teledirigida de un imperio mediático, es menester señalar que Sartori ya vaticinaba el advenimiento de Internet (específicamente de las redes sociales) como el gran sistema que impide la formulación de sistemas de opinión diferentes a los que la red impone. La sociedad, saturada de información, susceptible a las fake news y cooptada por la polarización en los ámbitos políticos, ideológicos y culturales, escapa y deslegitima la validez de la opinión pública, poniendo en riesgo a los sistemas culturales y educativos y recurriendo a la apatía o a la reacción hostil generalizada contra todo aquello que atente contra su opinión. Cuando Sartori señala que "los sondeos no revelan la voz del pueblo, solamente revelan la voz de los medios en el pueblo" no se refiere a que los medios reinan como soberanos, como una especie de cuarto poder. Es falso que la televisión, y en consecuencia las redes sociales, se limiten a reflejar los puntos de vista de los cambios que se están produciendo en la sociedad y en la cultura, como ocurría en su origen con Facebook y Twitter. En realidad los medios reflejan los cambios que ellos mismos promueven e inspiran a largo plazo. Prueba de ello están las elecciones estadunidenses, en donde las redes sociales han fungido como la plataforma predilecta del demagogo naranja quien, ante los resultados de Michigan, Arizona, Wisconsin, Georgia y Pensilvania, la joya de la corona, acusa de fraude electoral. Gane o pierda, mediante Twitter o donde se le ocurra, Trump estará aquí generando problemas.

Finalmente, es necesario acudir a dos cuestiones. La democracia postula una opinión pública que, a su vez, funda un gobierno condicionado por dicha opinión (piénsese en el caso de la elección de Trump en 2016). No obstante, para ser parte de una democracia auténtica el consenso entre la opinión pública y la democracia debería de corresponder con ciudadanos poseedores de opiniones autónomas, distanciadas de la opinión homogenea de la videocracia.

@doctorsimulacro

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