Me convertí en admiradora de Rogelio Salmona (1929-2007) hace pocos años, cuando vivía en Bogotá. Es verdad que conocía al arquitecto desde mis días en la universidad, pero debo admitir que fue hasta mi época en Colombia que pude apreciar de cerca su obra y asimilar la magnitud de su legado.
De padre español y madre francesa, Salmona llegó con su familia a Colombia, procedentes de Francia, con apenas dos años de edad. Tiempo más tarde, en 1948, regresa a París, su ciudad natal, para trabajar durante casi una década en el Atelier 35 rue de Sèvres*, liderado nada más y nada menos que por Charles-Édouard Jeanneret, mejor conocido como Le Corbusier. Al final de este ciclo, se instala de nuevo en Colombia, donde pasa el resto de su vida y realiza casi la totalidad de su obra.
La influencia de este pasaje por Francia se deja ver en los proyectos del arquitecto. Y la Biblioteca Virgilio Barco, una de sus realizaciones más representativas, no es la excepción: materiales aparentes, formas orgánicas, aplicación del concepto de «terraza-jardín» (donde la superficie de terreno ocupada por la construcción debe ser devuelta en forma de jardín en la cubierta o azotea del edificio), la relación entre exterior e interior. La primera vez que estuve ahí ha quedado bien grabada en mi memoria: agua, luz, concreto, ladrillo. Y las vistas: unas perspectivas de ensueño. Me alegré de haber llevado mi cámara.
« El paisaje es una fuerza generadora de metáforas », afirmaba su maestro, el gran Le Corbusier. Ubicada dentro del Parque Metropolitano Simón Bolívar, en el barrio bogotano de Teusaquillo, la biblioteca lleva el nombre de quien fuera presidente de Colombia de 1986 a 1990: Virgilio Barco Vargas. De lejos, la volumetría de ladrillo rojo parece fundirse con los cerros orientales de la ciudad que se perciben en el plano de atrás. El diseño del inmueble presenta una planta circular conformada por dos masas principales: una sólida, de ladrillo rojo y concreto aparente, y la otra líquida, constituída por un gran espejo de agua. Todo esto rodeado por un cinturón de taludes verdes que lo integran con el parque más grande e importante de Bogotá.
Con cuatro puntos de acceso diferentes, el proyecto fue concebido como una especie de «centro ceremonial» donde se buscan interacciones entre la ciudad, el parque y el edificio. La organización espacial de todo el conjunto permite al visitante explorar el lugar mientras encuentra a lo largo del camino jardines, canales y espejos de agua que juegan con su percepción a través de texturas y reflejos que duplican fragmentos de formas, cielo y paisaje.
Al interior, encontraremos toda una red de rampas y circulaciones verticales y horizontales que conectan los diversos espacios —interiores y exteriores— del edificio. Para conocer la biblioteca no habrá mejor experiencia que dejarse llevar por estos caminos y perderse entre salas de lectura, áreas de exposición y terrazas y cafeterías al aire libre con vistas memorables. Como visita imperdible, recomendaría entrar a la Sala Bogotá. Sus grandes ventanales y la calidez de las áreas de estudio y lectura nos hacen olvidar el estereotipo de biblioteca oscura y lúgubre. La concepción de este espacio, rodeado por una rampa que nos llevará hasta una terraza-jardín pensada como una extensión al aire libre de la zona de lectura, ha sido meticulosamente cuidada por el mismo arquitecto, quien se encargó del diseño de mesas, sillas y mobiliario fijo. El diseño de la rampa curva al interior de esta sala y su estantería integrada merece atención especial.
Finalmente, de postre, propongo culminar el recorrido en la azotea del edificio donde encontraremos senderos delimitados por taludes de ladrillo rojo y negro, escalinatas que conducen hacia jardines y puentes, y gradas polivalentes para representaciones al aire libre. Este circuito de sendas y pasarelas nos permitirá reconocer desde lo alto la extensión del parque y admirar las perspectivas sin igual hacia los cuatro puntos cardinales. Y desde ahí será fácil comprender por qué la Biblioteca Virgilio Barco se encuentra en la lista de espera de lugares a ser declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y por qué Rogelio Salmona es el arquitecto más grande de Colombia y una de las referencias más importantes de la arquitectura latinoamericana.
* A propósito del Atelier 35 rue de Sèvres, no quise dejar pasar esta cita del libro La consagración de la primavera de Alejo Carpentier:
« Al llegar a París, había ido directamente al taller de Le Corbusier, situado en el sexto piso de la Rue de Sèvres, donde el gran arquitecto trabajaba en un tremendo desorden de escuadras, reglas, lápices puestos en vasos, rollos de papel-calco parados en los rincones, copias de planos al ferroprusiato, fotografías recortadas, caballetes de pintura, telas arrimadas de cara a las paredes, revistas tiradas en arcaicas mesas de delineante. Todo lo contrario de lo que yo hubiese esperado de un hombre tan dado a la exactitud, el orden, el horror al “espacio perdido”. »
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