El fútbol es de todos. De los futbolistas, de los entrenadores, de los medios de comunicación y sobre todo... de la afición.
La afición es la gran protagonista. Y el corazón que impulsa y alimenta la pasión por el mejor deporte del mundo. Cada fin de semana los estadios están abarrotados. Tenemos siempre una cita en el calendario. A menudo, apelando a sacrificios extremos para poder desplazarse o adquirir un abono.
La Bundesliga ha entrado en nuestras vidas con fuerza estos días. A través de la televisión hemos visto las gradas vacías. Es futbol sin alma. Sin pasión. No es lo mismo. Descafeinado. No hay costumbre de ver ese futbol.
Los futbolistas se emplean con contundencia en Alemania. Rindieron a buen nivel, pero al ritmo de juego le faltaban los acordes, las notas propias y únicas que pone la afición. El aficionado es la música del fútbol. En el estadio, en casa, en el bar, con amigos y nuestra gente cercana.
Desde la salida del hotel a la llegada al estadio. Un viaje repleto de sensaciones, un color inolvidable. Bufandas, cánticos, emociones que sirven de estímulo al equipo.
Se ha perdido el calor, el abrazo del gol, el aliento, el ánimo, tan deseado de los momentos críticos, esa palabra de incentivo de los aficionados y que tanto se echa de menos cuando se compite y fallan las fuerzas. El vacío es descomunal.
El factor más importante, la gente, el segmento que sujeta el espectáculo y el negocio, ese no ha podido asomarse. El futbol sin afición no es nada. Es preciso poner de relieve ese axioma y ponderar la fortaleza del público.