Un revés 'slice' de precisión milimétrica, maniobra relámpago de la silla de ruedas... Kgothatso Montjane, la tenista con discapacidad física mejor clasificada de Sudáfrica muestra en la mirada la determinación que le ha llevado a la élite en su deporte.
La jugadora de 34 años, con semblante decidido, se mueve por la zona alta de la clasificación mundial y ya ha participado en tres ediciones de los Juegos Paralímpicos, a la espera de la cita de Tokio de este año.
Instalada entre las llantas metálicas de su silla de ruedas especialmente diseñada, la tenista zurda (N.5 del mundo) sirve con tal precisión y agilidad que cuesta creer que su primera raqueta llegase a sus manos un poco por azar, y con 19 años ya cumplidos.
"No me preparé cuidadosamente para esto", reconoce con franqueza la deportista durante un entrenamiento en Pretoria. "Debo ponerme al día, dedico a ello muchas horas. Para llegar a ser la mejor hay que trabajar muy duro".
'KG', como es apodada, entró en la historia en 2018 al convertirse en la primera sudafricana negra en participar en Wimbledon.
Su próximo objetivo: los Juegos Paralímpicos de Tokio en agosto. "Poco importa el color de la medalla. Si puedo superarme para subir al podio, con eso será suficiente".
Al levantarse de su silla de titanio y fibra de carbono, esta estrella de la raqueta, de 1,54 metros de altura, muestra una prótesis en su pierna izquierda. Algunos de los dedos de su mano derecha no están completamente formados.
'Sin red'
Nacida con un problema congénito en la región rural de Limpopo, su familia nunca se sintió desgraciada por su discapacidad y contaba con ella para realizar las tareas de casa como el resto de chicas de la región. Pero en la calle estaba estigmatizada.
"Desgraciadamente, cuando eres niña, no entiendes por qué las personas te miran fijamente, te miran de forma diferente", afirma.
A los doce años de edad su familia logró matricularla en un internado adaptado, y su discapacidad comenzó a ser tenida en cuenta. A pesar de la falta de instalaciones deportivas, la adolescente se entusiasma por el básquet, el atletismo y el tenis de mesa.
Un día fue elegida por sus profesores para participar en un campamento de tenis, y allí jugó contra otros niños en situación parecida. "Ni siquiera teníamos una pista", recuerda. "Me dieron una raqueta y tuve que arreglármelas", añade sonriendo.
La joven siguió jugando a tenis, practicando en el hall del instituto. "Teníamos que dividir el espacio con sillas, no había red", confiesa.
Al ingresar en la universidad el tenis en silla de ruedas era entonces "el único" deporte propuesto para discapacitados.
"Y me encanta practicar deporte. En aquel entonces me uní al grupo, no tenía muchas más opciones", añade, precisando que sus compañeros le ayudaron a profesionalizar su estilo de juego.
Son las siete de la tarde. Aún se afana en practicar el servicio. Se mueve por la pista con la gracia de una bailarina, y su adversario, sin discapacidad, pide una pausa para hidratarse.
Fijada a la silla al nivel de los gemelos y de la cintura, toda su fuerza se concentra en el torso y en los brazos. Y que el reglamento permite dos botes de la pelota.