Una ocasión, en una entrevista que dimos sobre nuestro proyecto de teatro para la conservación, nos salió la frase: “Es como si el teatro fuera un traductor con el que podemos comunicarnos con diferentes personas, aunque quizá hablen otro idioma”, en referencia de que a través del teatro podríamos dialogar con distintos públicos y sobre distintos temas.
Esto lo traigo a colación, porque justo ayer fui con mi hijo de 5 años a ver una función que supuestamente hablaba sobre cuidar al planeta. Este hablar se redujo a un grupo de personas que bailaban y tiraban basura, mientras momentos después otras personas bailando la recogían.
En ese momento mi hijo me dijo: “Mira papá ellos recogen la basura, así como nosotros, porque saben que puede llegar al mar y lastimar a los animales que ahí viven”.
Es evidente que Laúd (mi cría) tiene una background detrás que le permite llegar a esta reflexión.
Él y yo recogemos basura cada que estamos en la playa, vamos con voluntarios a recoger basura, hemos participado en proyectos de reciclaje, entre otras actividades; pero los demás asiente ¿qué pensarán? Que, si tiro basura, ¿alguien más la va a recoger?, tal vez.
Todo esto lo ato a la reflexión que teníamos en la semana con el grupo de educación ambiental del simposium de tortugas en el que participo; ahí debatíamos si alguna herramienta es por sí misma una herramienta de educación ambiental. En ese debate llegamos a la conclusión de que no y la experiencia en el teatro me lo confirmó.
Para que algo se convierta en un instrumento pedagógico, es necesario que exista un proceso de reflexión y análisis, que posteriormente nos permita generar mecanismos que detonen en la gente una reflexión y si bien nos va y tenemos más tiempo para intervenir, un cambio a nivel de sus acciones diarias para con el medio ambiente.
El pensar que la gente cambiara sólo porque le presentamos un video juego donde el protagonista recoge basura, es como pensar que si le pongo un video a un niño en la escuela sobre los valores, él inmediatamente los entienda y actúe en consecuencia.
La educación, sea ambiental o no, no es un proceso sencillo de ejecutar y las personas que se dedican a esto, sean docentes o no, le dedican mucho tiempo, energía y corazón. Es hora de que la gente se responsabilice de a que le pone la etiqueta de “verde” y en particular creo que es tiempo de valorar más a los educadores ambientales y que se les apoye dentro de los mismos proyectos. Porque este desmadre que tenemos en el planeta no se va a arreglar solo, nos necesita a todos.