Hace algunos meses el Instituto de Políticas para el Transporte y el Desarrollo dictaminó que Querétaro era la segunda ciudad de México, de las que evaluaron, en la cantidad de kilómetros con ciclovías. Esto puede resultar bastante alentador si eres uno de esos ciclistas que se mueve dentro del primer cuadro de la ciudad, pero ¿qué sucede si necesitas moverte dentro de un rango más amplio?
Ahí es cuando usar la bicicleta se convierte en un pequeño calvario. Por ejemplo, pensemos que queremos ir del Jardín Zenea a Plaza Patio que está relativamente cerca; quien lo haya intentado sabe que si no eres un conocedor de los recovecos de Carrillo, El Tintero y zonas aledañas se vuelve una feroz carrera para evitar que ya sea el auto familiar que ya va tarde para entregar a las crías, o un camionero -en esas unidades flamantes y de primer mundo- que está compitiendo con otra por el pasaje, o un peatón distraído con los muchos puestos ambulantes que en día de tianguis se ponen sobre la calle Espuela de Ferrocarril te hagan perder el equilibrio en el mejor de los casos y saludes a las hormigas de esas zonas o de plano termines como una bicicleta blanca más en la larga lista que tenemos en Querétaro.
Pero, volviendo al tema que hoy no atañe, sí, hay un montón de ciclovías, pero todas desarticuladas, la mayoría en desuso en colonias donde por supuesto les importa más dónde estacionar su carro que el que un ciclista tenga por donde pasar.
En mi caso recorro la ciudad casi en su totalidad en bici, muchas veces acompañado de mí cría de 5 años ¿cuántas veces creen que me he aventurado más allá del primer cuadro de la ciudad con él? Bueno y ya que estamos en eso, aprovecharé el viaje para introducir el tema de la próxima semana. ¿qué tal andar en bici en esta ciudad con una gran infraestructura pluvial? Ufff quieren conocer el nivel de cultura vial en una ciudad, salgan en bici mientras Tlaloc se pone enérgico. Una chulada: automovilistas corteses en un grado superlativo, el transporte público ordenado y puntual, los peatones cruzando en las esquinas y respetando a los demás, los repartidores buscando donde resguardarse, aunque esto implique subir la moto a la banqueta, en fin, el paraíso de cordialidad.
Claro, pero quién puede ser cortés en una ciudad que se inunda en 10 minutos de lluvia y se corre el riesgo de quedarse varado en medio de un lago artificial compuesto de una mezcla de aguas negras, heces de perros ferales, orines de fiesteros trasnochados, basura y una pizca de agua de lluvia.
En resumen, después de esta pequeña catarsis por llegar el lunes empapado a mi curso, les puedo decir que a veces, mejor dicho, la mayoría de las veces es mejor no querer salvar el planeta a cada pedaleada y tratar de llegar sano y salvo a nuestro destino; aun con todos los kilómetros de ciclovía que hay y que vienen en camino.