Cosas pequeñas | Ser tortuguero volumen I

Antonio Trujillo | Colaborador Diario de Querétaro

  · lunes 19 de septiembre de 2022

Mientras viajo al Aeropuerto de la Ciudad de México, previa llamada a la estación de monitoreo de mi botón de pánico, no puedo dejar de pensar en lo afortunado que soy. Tengo por delante

un par de semanas de trabajo que, a diferencia de las oficinas tradicionales, la mía está bajo una palapa a medio construir y el aire acondicionado lo sustituye una pequeña brisa refrescante que el mar me regala por las tardes.

Esto puede sonar espectacular, pero la

verdadera razón de mi viaje es volverme a encontrar con esos seres milenarios, que a

diferencia de muchos de sus contemporáneos decidieron no abandonar el mar y seguir surcando sus aguas libremente.

Pero es precisamente el haberse quedado a habitar los grandes océanos del mundo lo que me permite poder disfrutarlas todas las noches, es ese pequeño espacio donde le rinden tributo a su pasado terrestre donde lentamente salen durante la noche para poder depositar sus huevos y seguir luchando de la mano de muchos como yo, para salir de ese estatus de especie en peligro de extinción en las que en gran medida las actividades humanas las han puesto desde hace muchos años. Como antes comentaba, el trabajo suena espectacular, pero la realidad es otra. Durante las próximas dos semanas caminaré un poco más de 20 km por noche, estaré seguramente en más de alguna ocasión todo mojado por alguna repentina e intempestiva lluvia, decenas de mosquitos se alimentarán de mi sangre y por supuesto dormiré algunas horas cuando el sol se esté asomando para poder recargar un poco de energía para la siguiente jornada.

Esa es la parte sustancial de ser tortuguero, pero como todo esfuerzo en la vida estas pequeñas incomodidades tienen su recompensa, a mi parecer una gran recompensa. Porque no hay nada

más mágico que ir caminando bajo un cielo lleno de estrellas y ver cómo del mar sale una línea oscura para adentrarse en la playa, ese rastro hace que el corazón lata rápido y empiece el pequeño ritual donde si tenemos suerte, nos permitirá ver como una tortuga marina después de recoger un lugar adecuado para hacer su nido usa sus aletas traseras para hacer un hueco

en la arena para depositar los más de 100 huevos que por nidada ponen. Es impresionante la dedicación que ponen a esto y como tortuguero hay que estar atentos ya que horas más tarde uno tendrá que simular esa fabulosa obra maestra de arquitectura que permite que todos los

huevos depositados tengan la misma humedad y temperatura para que después de 45 días las crías salgan de esa pequeña prisión de arena y empiecen su periplo hacia el mar. Es precisamente esa escena la culminación del trabajo de un tortuguero; es como dice un amigo, parecido a cuando mandas a la universidad a los hijos, ya uno no puede hacer nada más que esperar que la vida les trate bien y después de unos años vuelvan a seguir con el linaje.

Uno sin duda se siente orgulloso, así igual que cuando después de noches de desvelo y cansancio un puñado de tortugas crías son acompañadas de mi mirada mientras el mar ruge llamándolas. Esa es parte de la magia de ser tortuguero… continuará

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