/ lunes 3 de junio de 2024

Voto, mandón y “milagroso”

Hasta las monjas reniegan del proverbio del César y salen a ejercer la democracia, justo donde se bordó la Constitución

Doña Rosita vivió otra vez, como miles más, la experiencia de sufragar en una casilla del Centro Histórico queretano. “Es por mi país”, dice con la voz débil que le permite su edad, mientras su nieto conduce la silla de ruedas que la traslada. Es una de las habitantes de ese centro citadino que en cada jornada electoral siguen saliendo a la calle con la esperanza a cuestas. “Se levantó a las seis de la mañana, porque quería venir a votar”, dice una de sus hijas, que también la acompaña.

En el histórico edificio donde se inauguró, en 1808, la Academia de San Fernando, y donde se discutieron acaloradamente algunos de los artículos que, a la postre, conformaron la Constitución que aún nos rige, se instaló una de las varias casillas de la zona. El edificio, desde hace años universitario, sirvió no solo para recibir a los votantes, a escasos pasos de la Plaza Constitución, sino también aportó la sombra necesaria para que, sobre la acera oriente de Juárez, los muchos ciudadanos dispuestos a cumplir con su obligación cívica se resguardaran del intenso sol.

Entre el variopinto paisaje de la fila, que llega a alcanzar algunos metros, destacan grupos de monjas, preponderantemente mayores, que esperan, sin prisa, la oportunidad de ingresar al añejo edificio histórico. Gloria es una de ellas. Sostiene un bastón en la mano con el que se apoya para avanzar, de a poco, durante la espera. Su rostro refleja el paso del tiempo. “No, no vengo por mí”, dice segura, aunque quedamente; “vengo por todos, por el país”, y luego cuando se le recuerda el dicho bíblico de “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, confirma sin dudas: “Es importante saber de todo, tanto del convento como de afuera”.

Otra religiosa, ésta de las Esclavas de la Inmaculada Niña, a diferencia de Gloria que pertenece a las Misioneras Marianas, también espera su turno en la fila, en silencio como el resto de sus compañeras. Se llama María de Jesús y, serena, reflexiona: “Queremos que haya democracia; tenemos nuestros derechos y nuestros deberes, y estamos trabajando, ayudando a los demás a crear conciencia de que es importante nuestro voto, no importa porqué partido, pero el voto es importante”.

A Pepe, director de un hotel boutique del mismo centro, le ha tocado ser funcionario de casilla por tercera ocasión, va y viene del interior al exterior del inmueble, atiende a los que tienen dudas y va dirigiendo el ingreso y orientando a los muchos que llegan preguntando por una casilla especial para votar. Recibe, incluso, algún reclamo, como el de un joven que, molesto por que se apoya el ingreso prioritario de los más viejos, pregunta cuál es el incentivo a los jóvenes para votar, si se saltan el orden de la fila. Su molestia crece al grado de espetarle a la cara de Pepe que lo va a denunciar porque él es funcionario, y se va sin votar, cruzando la calle adoquinada y dejando atrás el Oxxo que un día fue la famosa tienda “La Villa de Paris”.

“Es la obligación mínima que tenemos los ciudadanos de participar”, asegura Pepe sobre su labor activa en la casilla y mientras le da pequeños tragos a un café que, en un instante, fue a servirse de una máquina en la tienda de la esquina. “Estoy contento, espero que votemos muchos, que haya una participación nutrida y que lo hagamos en orden”.

Es el mismo deseo de Ricardo, propietario de una emblemática librería del centro, quien ha permanecido en la cola por largos minutos y que no se ha perdido ninguna cita ciudadana para votar desde que cumplió los dieciocho años, sólo que él va más allá cuando externa sus deseos: “Espero que los queretanos seamos punta de lanza y logremos vencer al abstencionismo, que tengamos la mayor votación del país, porque así somos los queretanos: chingones”.

Con su espeso bigote tradicional, ahora ya cano, Arturo, con una larga trayectoria en el servicio judicial, sostiene con contundencia: “Hay que respetar la Constitución, y eso es un motivo más para venir a votar; cumplir con esa obligación, y que así se cumpla la ley”. A unos pasos de su casa, la que no ha abandonado a pesar de las muchas dificultades que suele acarrear el vivir en el Centro Histórico queretano, agrega: “La Constitución es vital para el pueblo mexicano y hay que respetarla en términos generales”, no sin dejar de aceptar que es perfectible y que seguramente habrá de tener adecuaciones en el futuro.

Su esposa Cecilia, a su lado, también muestra su gusto por ejercer el sufragio en un espacio histórico como el de la antigua Academia de Dibujo de San Fernando, que fuese fundada por el Conde de Sierra Gorda, edificio al que cataloga como “muy bonito”. “Es una responsabilidad que tenemos como mexicanos”, dice: “el ejercer nuestros derechos, para que tengamos un país con libertad y seguridad en beneficio del pueblo, porque finalmente el gobierno trabaja para el pueblo”.

Jesús, otro de los integrantes de la cola, es abogado, vivió su niñez y juventud en su casa familiar, apenas a una calle de donde este caluroso domingo vota. “Aparte de ser una obligación, es para mí un gran orgullo y placer estar aquí formado para sufragar”, sostiene convencido. “Es un deber, lo ejerzo con toda libertad, con todo gusto, y cuanto más temprano, mejor. Quiero cumplir y que mi voto valga para poder definir la paz y la tranquilidad que la mayoría de los mexicanos queremos”, asegura con una sonrisa.

Y en efecto, en la fila no hay caras largas, ni mucho menos al salir del lugar donde, en 1848, Luis de la Rosa y Nathan Clifford firmaran el tratado Guadalupe-Hidalgo, justo cuando nuestra ciudad se había convertido temporalmente en capital del país. Uno de los que sale es Enrique; ha permanecido muchos años en el extranjero y sabe bien lo que representa no tener que votar por paquetería desde Barcelona: “Quienes creemos en la democracia, tenemos ese sentimiento festivo”, afirma debajo de un sombrero que no ha necesitado dada la protectora sombra del edificio; “de que nuestra voz cuente, aunque sea con todas las críticas que haya, porque uno siempre tiene que tener la esperanza de que tu voz cuenta, porque eres parte de la sociedad; estamos interrelacionados unos con otros, y todo lo que hacemos personalmente repercute en esa sociedad”.

Así, cientos de individualidades, como la del propio Enrique, o la de Gloria, María de Jesús o doña Rosita, pusieron en la jornada dominical de ayer un grano de arena para solidificar la democracia, y lo hicieron en un edificio emblemático, de portada neoclásica y cúpula, que tantas cosas podría contar en ese siempre intrincado camino hacia la democracia.

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Un hombre se pierde en la esquina de Independencia llevando de la mano a su pequeña hija. “Eso quiere decir que votamos, hija”, le dice con dulzura mientras le muestra el pulgar de la mano derecha. El futuro no tardará en llegar, aderezado de esperanza.


Doña Rosita vivió otra vez, como miles más, la experiencia de sufragar en una casilla del Centro Histórico queretano. “Es por mi país”, dice con la voz débil que le permite su edad, mientras su nieto conduce la silla de ruedas que la traslada. Es una de las habitantes de ese centro citadino que en cada jornada electoral siguen saliendo a la calle con la esperanza a cuestas. “Se levantó a las seis de la mañana, porque quería venir a votar”, dice una de sus hijas, que también la acompaña.

En el histórico edificio donde se inauguró, en 1808, la Academia de San Fernando, y donde se discutieron acaloradamente algunos de los artículos que, a la postre, conformaron la Constitución que aún nos rige, se instaló una de las varias casillas de la zona. El edificio, desde hace años universitario, sirvió no solo para recibir a los votantes, a escasos pasos de la Plaza Constitución, sino también aportó la sombra necesaria para que, sobre la acera oriente de Juárez, los muchos ciudadanos dispuestos a cumplir con su obligación cívica se resguardaran del intenso sol.

Entre el variopinto paisaje de la fila, que llega a alcanzar algunos metros, destacan grupos de monjas, preponderantemente mayores, que esperan, sin prisa, la oportunidad de ingresar al añejo edificio histórico. Gloria es una de ellas. Sostiene un bastón en la mano con el que se apoya para avanzar, de a poco, durante la espera. Su rostro refleja el paso del tiempo. “No, no vengo por mí”, dice segura, aunque quedamente; “vengo por todos, por el país”, y luego cuando se le recuerda el dicho bíblico de “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, confirma sin dudas: “Es importante saber de todo, tanto del convento como de afuera”.

Otra religiosa, ésta de las Esclavas de la Inmaculada Niña, a diferencia de Gloria que pertenece a las Misioneras Marianas, también espera su turno en la fila, en silencio como el resto de sus compañeras. Se llama María de Jesús y, serena, reflexiona: “Queremos que haya democracia; tenemos nuestros derechos y nuestros deberes, y estamos trabajando, ayudando a los demás a crear conciencia de que es importante nuestro voto, no importa porqué partido, pero el voto es importante”.

A Pepe, director de un hotel boutique del mismo centro, le ha tocado ser funcionario de casilla por tercera ocasión, va y viene del interior al exterior del inmueble, atiende a los que tienen dudas y va dirigiendo el ingreso y orientando a los muchos que llegan preguntando por una casilla especial para votar. Recibe, incluso, algún reclamo, como el de un joven que, molesto por que se apoya el ingreso prioritario de los más viejos, pregunta cuál es el incentivo a los jóvenes para votar, si se saltan el orden de la fila. Su molestia crece al grado de espetarle a la cara de Pepe que lo va a denunciar porque él es funcionario, y se va sin votar, cruzando la calle adoquinada y dejando atrás el Oxxo que un día fue la famosa tienda “La Villa de Paris”.

“Es la obligación mínima que tenemos los ciudadanos de participar”, asegura Pepe sobre su labor activa en la casilla y mientras le da pequeños tragos a un café que, en un instante, fue a servirse de una máquina en la tienda de la esquina. “Estoy contento, espero que votemos muchos, que haya una participación nutrida y que lo hagamos en orden”.

Es el mismo deseo de Ricardo, propietario de una emblemática librería del centro, quien ha permanecido en la cola por largos minutos y que no se ha perdido ninguna cita ciudadana para votar desde que cumplió los dieciocho años, sólo que él va más allá cuando externa sus deseos: “Espero que los queretanos seamos punta de lanza y logremos vencer al abstencionismo, que tengamos la mayor votación del país, porque así somos los queretanos: chingones”.

Con su espeso bigote tradicional, ahora ya cano, Arturo, con una larga trayectoria en el servicio judicial, sostiene con contundencia: “Hay que respetar la Constitución, y eso es un motivo más para venir a votar; cumplir con esa obligación, y que así se cumpla la ley”. A unos pasos de su casa, la que no ha abandonado a pesar de las muchas dificultades que suele acarrear el vivir en el Centro Histórico queretano, agrega: “La Constitución es vital para el pueblo mexicano y hay que respetarla en términos generales”, no sin dejar de aceptar que es perfectible y que seguramente habrá de tener adecuaciones en el futuro.

Su esposa Cecilia, a su lado, también muestra su gusto por ejercer el sufragio en un espacio histórico como el de la antigua Academia de Dibujo de San Fernando, que fuese fundada por el Conde de Sierra Gorda, edificio al que cataloga como “muy bonito”. “Es una responsabilidad que tenemos como mexicanos”, dice: “el ejercer nuestros derechos, para que tengamos un país con libertad y seguridad en beneficio del pueblo, porque finalmente el gobierno trabaja para el pueblo”.

Jesús, otro de los integrantes de la cola, es abogado, vivió su niñez y juventud en su casa familiar, apenas a una calle de donde este caluroso domingo vota. “Aparte de ser una obligación, es para mí un gran orgullo y placer estar aquí formado para sufragar”, sostiene convencido. “Es un deber, lo ejerzo con toda libertad, con todo gusto, y cuanto más temprano, mejor. Quiero cumplir y que mi voto valga para poder definir la paz y la tranquilidad que la mayoría de los mexicanos queremos”, asegura con una sonrisa.

Y en efecto, en la fila no hay caras largas, ni mucho menos al salir del lugar donde, en 1848, Luis de la Rosa y Nathan Clifford firmaran el tratado Guadalupe-Hidalgo, justo cuando nuestra ciudad se había convertido temporalmente en capital del país. Uno de los que sale es Enrique; ha permanecido muchos años en el extranjero y sabe bien lo que representa no tener que votar por paquetería desde Barcelona: “Quienes creemos en la democracia, tenemos ese sentimiento festivo”, afirma debajo de un sombrero que no ha necesitado dada la protectora sombra del edificio; “de que nuestra voz cuente, aunque sea con todas las críticas que haya, porque uno siempre tiene que tener la esperanza de que tu voz cuenta, porque eres parte de la sociedad; estamos interrelacionados unos con otros, y todo lo que hacemos personalmente repercute en esa sociedad”.

Así, cientos de individualidades, como la del propio Enrique, o la de Gloria, María de Jesús o doña Rosita, pusieron en la jornada dominical de ayer un grano de arena para solidificar la democracia, y lo hicieron en un edificio emblemático, de portada neoclásica y cúpula, que tantas cosas podría contar en ese siempre intrincado camino hacia la democracia.

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Un hombre se pierde en la esquina de Independencia llevando de la mano a su pequeña hija. “Eso quiere decir que votamos, hija”, le dice con dulzura mientras le muestra el pulgar de la mano derecha. El futuro no tardará en llegar, aderezado de esperanza.


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