Sesenta y cinco años han transcurrido desde que cuatro queretanos iniciaron una aventura por entonces insospechada: la de dotar de un campo de golf a Querétaro, cuando ese deporte era aquí casi totalmente desconocido. Hoy, con cincuenta hectáreas con sistema de riego automático, treinta y dos disciplinas relacionadas con el deporte y 840 socios, el Club Campestre de Querétaro es uno de los espacios de este tipo más importantes del país.
Juan Manuel Urquiza Septién, Luis Álvarez Urquiza, Pedro Fernández Rubio y Francisco Pesquera García, motivados los dos últimos por los primeros, decidieron emprender aquella empresa difícilmente comprendida por la ciudad de los cincuenta, con un estrechísimo campo de golf y un espacio para el polo, en las inmediaciones de San Juanico, gracias al apoyo del entonces gobernador Octavio Mondragón, quien medió con la Secretaría de la Defensa Nacional para que se pudieran construir, en terrenos de la zona militar, el primer campo de golf queretano. Era un campo de tierra con nueve hoyos, donde se utilizó arena con aceite quemado para construir los “greens”, que se inauguró formalmente el 20 de enero de 1952, y donde, según recuerda Mario Pesquera, hijo de uno de los fundadores, se construyó una pequeña casa con bodega para los bastones y una expendedora del refresco Servamel, que por entonces distribuía don Roberto Ruiz Obregón.
Poco tiempo después, en la salida a Celaya, afuera ya de la ciudad, se definieron las tierras donde se desarrollaría el club en mejores condiciones. Se trataba de un ejido que Miguel Alemán, el presidente de la República, también golfista y, por tanto, amigo de proyectos de esta naturaleza, expropió los terrenos, principalmente cerriles, a cambio de que se le otorgaran a los ejidatarios otras de igual o mejor calidad; estas se ubicaron en el rancho “El Gachupín”, en las cercanías de Tlacote, donde un poco más de una decena de los iniciales socios del club compraron el terreno a don Manuel Urquiza para trocarlo por las del ejido de la salida a Celaya.
Cerca de siete años después de la inauguración del primer campo en aquellos terrenos de la Zona Militar, se inauguraron, el 12 de diciembre de 1958, las instalaciones del Club Campestre definitivo, en un principio con tan sólo nueve hoyos, en tierras donde hasta no hacía mucho tiempo pasaban las vías del ferrocarril a Acámbaro y donde, a decir de los ganaderos de antaño, habían sido enterradas muchas vacas sacrificadas por la llegada de la fiebre aftosa. El campo fue diseñado por Percy Clifford, y el maestro Edmundo Salas venía cada semana a impartir clases de ese tan desconocido deporte que era el golf.
La primera casa que se construyó a su interior fue la marcada con el número siete, cuyo propietario fue el Ing. Francisco Luque Gómez, el representante en Querétaro del Banco Nacional Hipotecario y Obras Públicas, y además del golf se fueron sumando las canchas para el tenis, el hípico y la alberca. Hoy son treinta y dos las disciplinas que se practican, o imparten, en este club dirigido por una asociación civil que ha tenido, a la fecha, veinte presidentes, siendo el actual Octavio García Alcocer.
Es el propio García Alcocer, acompañado por Mario Pesquera Pastor, que ha estudiado a fondo la historia del club, José Antonio Urquiza y Alfonso Soto, quienes opinan sobre las características que hacen único a este espacio social y deportivo: su queretanidad evidente, lo completo de sus servicios, las condiciones físicas de uno de los campos más importantes del país, la organización de uno de los torneos anuales también más importantes, con participación de 400 jugadores de diversos sitios de México y Estados Unidos; la eficacia en el tratado de su agua, proveniente de dos pozos que proveen aproximadamente treinta litros por segundo; y los reglamentos estrictos, en todas sus áreas, que mantienen un clima de tranquilidad y buena convivencia.
Mario Pesquera Pastor, con motivo de los primeros cincuenta años de existencia del actual club, realizó una interesante pesquisa sobre los datos, los documentos y las historias de las épocas iniciales, que él vivió de la mano de su padre y en carne propia, siendo entonces muy jovencito. Esta investigación se tradujo en una publicación que agotó rápidamente su tiraje, pero de ella se desprenden datos importantes para la historia del queretano Club Campestre, como la fecha de la escritura constitutiva de la asociación civil que la preside, el 26 de octubre de 1954, y los detalles de la inauguración, el día de la Virgen de Guadalupe de 1958, cuando se organizó un torneo al que asistieron golfistas de Guadalajara, Saltillo, Monterrey, Orizaba y la propia capital del país, y que se trasmitió por la radio con la voz del desaparecido Rafael Briseño.
La primera lista de socios alcanzó los treinta y tres integrantes y la inicial mesa directiva estuvo integrada por Francisco Pesquera, Manuel Herrera, José Ysita, y los norteamericanos Rubin Koch y Ralph Mc´Kenna, quienes eran directivos de la fábrica La Concordia.
“Aquí nadie sabía lo que era el golf”, recalca don Mario para evidenciar lo difícil que fue levantar aquel proyecto que idearon los primos Manuel Urquiza Septién y Luis Álvarez Urquiza, quienes descubrieron este deporte cuando estudiaban en la Universidad de Colorado, en los Estados Unidos. Luego se sumarían también Fernando Ysita e Ignacio Urquiza que ya lo jugaban en México y que propiciaron un largo y mítico intercambio de confrontaciones amistosas con el Club de Golf Chapultepec.
Para don Mario fue fundamental la participación de don Carlos Novoa, entonces director del Banco de México, en el proyecto, pues fue él quien, entre otras cosas, facilitó una cita con el secretario de Hacienda, Antonio Carrillo Flores, para conseguir un crédito inicial de quinientos mil pesos. Eso, y la solidaridad de los socios, que prestaron maquinaria, permitieron la plantación de doce mil árboles y la construcción de los primeros nueve hoyos, ya todos de pasto, a los que se sumarían los nueve restantes, inaugurados en junio de 1976. Hoy, las cincuenta hectáreas del club cuentan con un sistema de riego automático y con agua tratada.
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En la mesa afloran las anécdotas, como la de aquella ocasión que aterrizó de emergencia una avioneta en el hoyo dos, sin consecuencias fatales que lamentar, y desde luego, un par de ellas en las que, a querer o no, aparece un mismo protagonista: Abraham González. Don Alfonso Soto, amigo personal y compañero permanente en el golf de don Rafael Camacho Guzmán, exonera a González de aquella pérdida de zapatos del entonces gobernador. “La verdad es que el doctor Alcocer los tomó, creyendo que eran de alguno de sus hijos, y los guardó en su casillero, pero se lo achacaron a Abraham”. Don Rafael montó en cólera y amenazó con vengarse, mientras se fue del club en calcetines. Tras una larga búsqueda de un par de meses del calzado, finalmente Fausto, el encargado de los vestuarios, los rescató del casillero del doctor. La otra sí la protagonizó Abraham González, cuando se le ocurrió la broma de encerrar en el casillero del “Chango” Ugalde a un chango de verdad, que salió despavorido con el susto mayúsculo del infausto personaje escogido para ser víctima de la broma.
El Club Campestre de Querétaro, con sesenta y cinco años de existencia en sus actuales instalaciones, ya no cuenta con aquel famoso primer boliche de la ciudad, pero sí con tres albercas, nueve canchas de tenis, un club hípico creado en los setentas del pasado siglo, canchas de frontón y pádel, de futbol 7 y muchas otras posibilidades. Sus terrenos particulares, que se vendieron en sus inicios en cuatro mil pesos el metro cuadrado, están hoy mayoritariamente construidos. De alguna manera, el Campestre es un reflejo fiel del crecimiento de la ciudad de Querétaro.