/ lunes 9 de octubre de 2023

La repentina expansión queretana

De ciudad de paso a metrópoli; de vocación agrícola a industrial

En 1980, apenas un lustro antes de que el terremoto de 1985 acabara con desbordar la migración capitalina a Querétaro, nuestra ciudad había dejado ya de ser un territorio rodeado de tierras de cultivo y viejas haciendas, una población de simple paso entre la antigua Tenochtitlán y el norte del país, y había trocado su vocación agrícola por la industrial. De la mano de la llegada de nuevas fábricas, la oferta de vivienda y la ocupación de tierras otrora de sembradío, empezaron a distinguir a una ciudad que nunca volvería a ser la misma.

Ese 1980, en plena segunda mitad del siglo XX, Querétaro había cambiado su tendencia de crecimiento poblacional menor a la del resto del país y había sufrido, en una década, un aumento poblacional del 148 por ciento, algo totalmente inesperado para una sociedad acostumbrada a la paz y el sosiego. Por entonces, Banamex había comprado en 1,275 millones de pesos al fraccionamiento campestre Jurica, con la intención adicional de instalar ahí su centro nacional de operaciones; Ingenieros Civiles Asociados, ICA, había desarrollado, a la par de sus industrias, sus ochenta empresas y sus más de ochenta mil empleados, todo un proyecto de compra de tierras y urbanización; y una empresa totalmente queretana: Casas Modernas de Querétaro, había construido más de dos mil viviendas y puesto en funcionamiento casi veinte colonias y fraccionamientos. En ese año, 1980, se compraron trece millones de metros cuadrados de tierra con el propósito de destinarlos a zonas habitacionales.

Fue en la década de los cincuenta cuando Querétaro inicia su proceso de industrialización, mismo que tuvo un auge importante en la década siguiente y que en los setentas alcanzó una mayor expresión. Cabe tan sólo mencionar que las 743 industrias manufactureras que existían en la ciudad en 1960, se incrementaron en número, para 1975, en más de 1,300, lo que representaba un incremento del 77 por ciento, mientras que el resto del país creció, en el mismo periodo, un 17.2 por ciento. Este fenómeno necesariamente se vinculó a la transformación de tierras de cultivo en nuevos fraccionamientos, tanto residenciales, como campestres y de carácter popular.

En la antigua carretera a San Miguel de Allende (en la prolongación de lo que conocemos como Avenida Tecnológico) se instalaron industrias que marcarían el paso del Querétaro de entonces; “La Concordia”, fábrica textil; el Molino El Fénix, una harinera; Singer, donde se elaboraban las máquinas de coser; Purina, de alimentos para animales; y Nextlé, de carácter alimenticio, entre otras. Con la construcción de la Carretera Constitución, el antecedente de lo que hoy llamamos Avenida 5 de Febrero, la zona empezó a ser arropada por la mancha urbana, y se sumaron a ésta algunos de los pueblos tradicionales de las inmediaciones citadinas, como fue el caso de Carrillo.

Cuando esa mancha urbana de la ciudad, en 1950, era de 440 hectáreas, el mercado inmobiliario, constituido casi en su totalidad por inversionistas locales, inició la construcción de diversos espacios para vivienda, aprovechando las tierras agrícolas del entorno. Así fue como nacieron colonias como la Niños Héroes, en el poniente de la ciudad, la Cimatario, en el sur, o Jardines de Querétaro, al oriente. Esa década dio paso también a la aparición de las colonias España y Casa Blanca, además del proyecto del Club Campestre, en la salida a Celaya y fuera ya totalmente de la ciudad.

Algunos años más tarde, a mediados de los sesenta del siglo pasado, se dio la toma masiva de tierras ejidales, principalmente en lo que hoy se conoce como Lomas de Casa Blanca, que ya contaba desde años atrás con asentamientos irregulares, lo mismo que en San Pablo, Menchaca y Bolaños.

Una de las empresas fundamentales para el desarrollo urbano de Querétaro fue, sin duda, Ingenieros Civiles Asociados, la sociedad conocida por sus siglas de ICA. La empresa, fundada en 1947 y teniendo como líder a don Bernardo Quintana Arrioja, no sólo se responsabilizó de los trabajos de la nueva carretera a México y de la fundación de parques industriales, sino que se dedicó con especial interés a la administración inmobiliaria, vertiente que sólo desarrolló en la capital queretana. ICA adquirió un volumen muy grande de tierras, otrora agrícolas, y las urbanizó. Los datos sobre el particular arrojan que la empresa habría adquirido en Querétaro algo así como 6 y medio millones de metros cuadrados de tierra con ese propósito.

Pero pese a su intención inicial de construir vivienda, ICA acabó por establecer como su eje principal de acción en la materia la venta de tierra, pues sólo construyó 28 casas en los diversos fraccionamientos que ofertó desde 1966.

Mientras tanto, Juan José Torres Landa, quien acabó su encomienda como gobernador del vecino estado de Guanajuato en 1967, cerraba, apenas un año más tarde, la compra de tres millones de metros cuadrados de tierras de la ex hacienda de Jurica, propiedad de la familia Urquiza. La intención era, desde luego, convertir ese importante espacio en las cercanías de la capital queretana en un fraccionamiento campestre, pero la propiedad estaba gravada con un decreto de inafectabilidad. Seis años tardó la regularización jurídica y el cambio de uso de suelo, y fue entonces cuando Torres Landa formalizó la venta del proyecto a Alberto Bustamante, de la empresa Incobusa.

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En Jurica se estableció la idea de vender lotes de 2,500 metros cuadrados, y para movilizar el mercado, se edificaron 16 casas de 200 metros cuadrados; a estas se sumaron otros ochenta inmuebles que se fueron construyendo tras la compra de los lotes. Acaso por ello, entre los queretanos podía decirse a los lampiños que tenían pelos en la barba como casas en Jurica: uno por aquí y otro por allá.

Por entonces, casi a la mitad de la década de los setenta, el metro cuadrado en Jurica podía venderse entre 150 o 200 pesos. Por cuatro años, y ya con el proyecto de Comercial Bustamante y la urbanización de Ocimex, la empresa realizó la compra de varios predios colindantes, como el Mesón del Prado y Juriquilla, sumando hasta trece millones de metros cuadrados con lotes de mil y 500 metros cuadrados.

Tras la posesión de todo ello por el Fideicomiso Liquidador de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Banamex adquiere la propiedad en 1980 y enriquece el proyecto inmobiliario con la intención de establecer su corporativo en Jurica. La intención del banco pronto hizo mella entre la sociedad queretana, pero apenas dos años más tarde, el presidente de la República, José López Portillo, anuncia en su último informe de gobierno la nacionalización de la banca. Aquel plan de Banamex, como muchos otros, tendría que ser olvidado.

Más tarde, los descendientes del exgobernador guanajuatense Juan José Torres Landa regresaron por sus fueros y le devolvieron la idea original a esas tierras, principalmente en Juriquilla, donde desarrollaron un ambicioso proyecto que, más temprano que tarde, alcanzó un evidente éxito comercial, transformando la zona norponiente de un Querétaro que, para entonces, había dejado de ser la tranquila ciudad de “tierra adentro” de otrora.


En 1980, apenas un lustro antes de que el terremoto de 1985 acabara con desbordar la migración capitalina a Querétaro, nuestra ciudad había dejado ya de ser un territorio rodeado de tierras de cultivo y viejas haciendas, una población de simple paso entre la antigua Tenochtitlán y el norte del país, y había trocado su vocación agrícola por la industrial. De la mano de la llegada de nuevas fábricas, la oferta de vivienda y la ocupación de tierras otrora de sembradío, empezaron a distinguir a una ciudad que nunca volvería a ser la misma.

Ese 1980, en plena segunda mitad del siglo XX, Querétaro había cambiado su tendencia de crecimiento poblacional menor a la del resto del país y había sufrido, en una década, un aumento poblacional del 148 por ciento, algo totalmente inesperado para una sociedad acostumbrada a la paz y el sosiego. Por entonces, Banamex había comprado en 1,275 millones de pesos al fraccionamiento campestre Jurica, con la intención adicional de instalar ahí su centro nacional de operaciones; Ingenieros Civiles Asociados, ICA, había desarrollado, a la par de sus industrias, sus ochenta empresas y sus más de ochenta mil empleados, todo un proyecto de compra de tierras y urbanización; y una empresa totalmente queretana: Casas Modernas de Querétaro, había construido más de dos mil viviendas y puesto en funcionamiento casi veinte colonias y fraccionamientos. En ese año, 1980, se compraron trece millones de metros cuadrados de tierra con el propósito de destinarlos a zonas habitacionales.

Fue en la década de los cincuenta cuando Querétaro inicia su proceso de industrialización, mismo que tuvo un auge importante en la década siguiente y que en los setentas alcanzó una mayor expresión. Cabe tan sólo mencionar que las 743 industrias manufactureras que existían en la ciudad en 1960, se incrementaron en número, para 1975, en más de 1,300, lo que representaba un incremento del 77 por ciento, mientras que el resto del país creció, en el mismo periodo, un 17.2 por ciento. Este fenómeno necesariamente se vinculó a la transformación de tierras de cultivo en nuevos fraccionamientos, tanto residenciales, como campestres y de carácter popular.

En la antigua carretera a San Miguel de Allende (en la prolongación de lo que conocemos como Avenida Tecnológico) se instalaron industrias que marcarían el paso del Querétaro de entonces; “La Concordia”, fábrica textil; el Molino El Fénix, una harinera; Singer, donde se elaboraban las máquinas de coser; Purina, de alimentos para animales; y Nextlé, de carácter alimenticio, entre otras. Con la construcción de la Carretera Constitución, el antecedente de lo que hoy llamamos Avenida 5 de Febrero, la zona empezó a ser arropada por la mancha urbana, y se sumaron a ésta algunos de los pueblos tradicionales de las inmediaciones citadinas, como fue el caso de Carrillo.

Cuando esa mancha urbana de la ciudad, en 1950, era de 440 hectáreas, el mercado inmobiliario, constituido casi en su totalidad por inversionistas locales, inició la construcción de diversos espacios para vivienda, aprovechando las tierras agrícolas del entorno. Así fue como nacieron colonias como la Niños Héroes, en el poniente de la ciudad, la Cimatario, en el sur, o Jardines de Querétaro, al oriente. Esa década dio paso también a la aparición de las colonias España y Casa Blanca, además del proyecto del Club Campestre, en la salida a Celaya y fuera ya totalmente de la ciudad.

Algunos años más tarde, a mediados de los sesenta del siglo pasado, se dio la toma masiva de tierras ejidales, principalmente en lo que hoy se conoce como Lomas de Casa Blanca, que ya contaba desde años atrás con asentamientos irregulares, lo mismo que en San Pablo, Menchaca y Bolaños.

Una de las empresas fundamentales para el desarrollo urbano de Querétaro fue, sin duda, Ingenieros Civiles Asociados, la sociedad conocida por sus siglas de ICA. La empresa, fundada en 1947 y teniendo como líder a don Bernardo Quintana Arrioja, no sólo se responsabilizó de los trabajos de la nueva carretera a México y de la fundación de parques industriales, sino que se dedicó con especial interés a la administración inmobiliaria, vertiente que sólo desarrolló en la capital queretana. ICA adquirió un volumen muy grande de tierras, otrora agrícolas, y las urbanizó. Los datos sobre el particular arrojan que la empresa habría adquirido en Querétaro algo así como 6 y medio millones de metros cuadrados de tierra con ese propósito.

Pero pese a su intención inicial de construir vivienda, ICA acabó por establecer como su eje principal de acción en la materia la venta de tierra, pues sólo construyó 28 casas en los diversos fraccionamientos que ofertó desde 1966.

Mientras tanto, Juan José Torres Landa, quien acabó su encomienda como gobernador del vecino estado de Guanajuato en 1967, cerraba, apenas un año más tarde, la compra de tres millones de metros cuadrados de tierras de la ex hacienda de Jurica, propiedad de la familia Urquiza. La intención era, desde luego, convertir ese importante espacio en las cercanías de la capital queretana en un fraccionamiento campestre, pero la propiedad estaba gravada con un decreto de inafectabilidad. Seis años tardó la regularización jurídica y el cambio de uso de suelo, y fue entonces cuando Torres Landa formalizó la venta del proyecto a Alberto Bustamante, de la empresa Incobusa.

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En Jurica se estableció la idea de vender lotes de 2,500 metros cuadrados, y para movilizar el mercado, se edificaron 16 casas de 200 metros cuadrados; a estas se sumaron otros ochenta inmuebles que se fueron construyendo tras la compra de los lotes. Acaso por ello, entre los queretanos podía decirse a los lampiños que tenían pelos en la barba como casas en Jurica: uno por aquí y otro por allá.

Por entonces, casi a la mitad de la década de los setenta, el metro cuadrado en Jurica podía venderse entre 150 o 200 pesos. Por cuatro años, y ya con el proyecto de Comercial Bustamante y la urbanización de Ocimex, la empresa realizó la compra de varios predios colindantes, como el Mesón del Prado y Juriquilla, sumando hasta trece millones de metros cuadrados con lotes de mil y 500 metros cuadrados.

Tras la posesión de todo ello por el Fideicomiso Liquidador de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Banamex adquiere la propiedad en 1980 y enriquece el proyecto inmobiliario con la intención de establecer su corporativo en Jurica. La intención del banco pronto hizo mella entre la sociedad queretana, pero apenas dos años más tarde, el presidente de la República, José López Portillo, anuncia en su último informe de gobierno la nacionalización de la banca. Aquel plan de Banamex, como muchos otros, tendría que ser olvidado.

Más tarde, los descendientes del exgobernador guanajuatense Juan José Torres Landa regresaron por sus fueros y le devolvieron la idea original a esas tierras, principalmente en Juriquilla, donde desarrollaron un ambicioso proyecto que, más temprano que tarde, alcanzó un evidente éxito comercial, transformando la zona norponiente de un Querétaro que, para entonces, había dejado de ser la tranquila ciudad de “tierra adentro” de otrora.


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