Al grito de reclamo: “!chilangos, chilangos!...”, un grupo de jóvenes agitaba las puertas metálicas del Corregidora. A pesar de los gases lacrimógenos que lanzó la policía para controlar a la turba, minutos después, algunos de estos portones cedieron. Con o sin boleto, cientos entraron.
La cancha en la que tres años antes Emilio Butragueño había anotado cuatro goles en un solo partido del Mundial ’86, era refugio de queretanos y tepiteños que no pudieron pagar o conseguir boleto. Ahora, estaban al pie del escenario y conviviendo con aquella “elite chilanga”.
“Uno de los jóvenes que intervinieron en el derrumbe de puertas, originario de la Colonia Morelos, del mero Tepito (sic)”, consigna la nota de Caraveo, “dijo que los portazos fueron porque ellos querían entrar pacíficamente pagando, pero los boletos se vendieron a puro palanca, puro burguesito, puro fresa”.
Y así fue, Cruz Mejía Alcántara recuerda que entró con la ayuda de conocidos, “cuando llegamos ya no había boletos. Una jovencita que nos acompañaba era amiga de una persona de seguridad y la verdad no tuvimos la opción de comprar boletos y pasamos de esa manera”, recuerda.