Hércules, Querétaro, ha sido el hogar de Sandra Campos durante los últimos 26 años. A lo largo de este tiempo, ha vivido al lado de la vía del tren, siendo testigo de historias de migrantes que viajan en la temida Bestia. Su historia de vida se entrelaza con la generosidad que ha compartido con aquellos que buscan un destino mejor.
"Cuando pasaban, me pedían de comer. Les daba lo que tenía a la mano: una torta con huevo, arroz con leche, café, cosas sencillas", relata Sandra. El tren, conocido por su brutalidad, tiene que detenerse por completo para que los migrantes puedan subirse o bajarse. A veces, solo para unos minutos, suficientes para que bajen en busca de agua o comida. Sandra actúa rápidamente, compartiendo alimentos con quienes cruzan su camino.
"Yo les doy lo que tengo a la mano", dice con humildad. Hay temporadas en las que más migrantes pasan, y otras donde no hay tantos. Desde hombres y mujeres hasta niños, Sandra atiende a todos. "Vienen de todos lados", agrega.
A pesar de las advertencias de su esposo sobre desconocidos, Sandra continúa su labor altruista. "Lo hago de corazón y le pido a Dios que me ponga gente buena", expresa. Observa a los migrantes cansados y agotados, consciente de los muchos días que llevan en el camino.
El alimento que Sandra les regala no solo proviene de su bolsa, sino también del apoyo de familiares y amigos. "Mi esposo me decía que un día me podrían dar un susto, pero hasta la fecha no ha pasado nada", revela. Su motivación para dar comida es clara: "Siento que les ayudo a que sea menos pesado su camino ofreciéndoles alimento, agua para asearse, carga para sus celulares o simplemente escuchando sus historias".
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A pesar de las adversidades, los migrantes no son encajosos. "No piden, agarran lo que realmente necesitan o lo que uso les da", destaca Sandra. Su pequeño gesto se convierte en un faro de esperanza para aquellos que cruzan su camino, recordándoles que, incluso en las vías de la Bestia, hay generosidad y compasión.