No es la melancolía unproblemasino una forma de sentir la vida,
de sentirla ante todo como tiempoirreversible
María Zambrano
por Diana Rodríguez
Inicio este texto con un epígrafe de María Zambrano que haceun par de años –décadas para mayor precisión–, el poetaMiguel Aguilar Carrillo utilizó en su libro Hilvanes(2001). Antes había publicado, entre otros, Oficios de laluz (1996), Murmullos (1998) y Ocupación de lanada (2001). Pocos después, Asuntos personales(2003), Laberinto del cuerpo (2006), Historias(2006) y Muchacha en la playa (2008). En estos libros, lostemas y las formas aún eran variados, intermitentes incluso entreun aliento breve y largo, pero siempre con constantes precisas queno dejarían de preocupar al poeta: el cuerpo, la luz, la nada.Estas búsquedas y obsesiones fueron el anuncio inminente delarribo a La cosa en sí (2010) y La cosa en sí es loque importa (2012), poemarios en los que el autor irrumpe conun ritmo que sorprendió a conocidos y extraños. Sobra decir que,desde luego, los dos obtuvieron la consideración de los premiosliterarios, el primero por el “Desiderio Macías Silva” (2009)y el segundo por el Certamen Internacional de Literatura “SorJuana Inés de la Cruz” (2011), este último en el que figuraroncomo jurados reconocidos poetas como Eduardo Casar y ErnestoLumbreras.
No quisiera ahondar en el carácter de los premios literarioscomo reconocimiento a la labor del poeta, pero sí es preciso decirque la llegada de un “Sor Juana” entre los escritores locales,y que venía acompañado por el reciente galardonado TarsicioGarcía Oliva, magnífico y entrañable narrador, trajo a la ciudadde Querétaro nuevas miras en cuanto a la producción literaria quese había escrito en las últimas décadas. Miguel Aguilar Carrilloanunciaba así la concreción de un largo y arduo trabajo en laescritura, que lo llevaría a tratar diversos temas, ya fueranprovenientes de la cultura popular, de la tradición literaria odel discurso filosófico, con una voz propia que evidenciaba lamadurez a la que había logrado llegar. Constataciones a Quevedo,conversaciones con Vallejo, refutaciones a Kant, composicionesescolares, estudios con Orfeo, teorías del conocimiento,metafísica, plegarias, etcétera, fueron los asuntos que el poetapuedo tratar con una voz propia y con un trabajo excepcional con ellenguaje. Para sus lectores, tipográficamente apareció el uso deuna pleca, sordina que nos invitó a acompañar su canto.
Los días de gloria pasaron. Con ellos llegó la presencia de lamuerte y la soledad. Dentro del grupo más cercano e íntimo deamigos comenzaron las despedidas, y con ellas la partida de JoséLuis Sierra, Tarsicio García y Tere, momentos de duelo quesignificaron un antes y un después de lo maravilloso que habíansido esos años. Cada quien trató de llevar la soledad a cuestascon lo que tenía a la mano; Miguel tomó la pluma. Y con ello,también, el tiempo y la distancia de la relectura de su obra y laconciencia de mirar hacia atrás y verse en el presente, resultandode este ejercicio el libro Lejos de juzgar a los espejos.Antología temporal (2016).
En 2015 aparecería Vida completa y ahora, entrenuestras manos, Entre la luz sitiada, áspera luz (2017),dentro de la colección Libro Mayor del Fondo EditorialUniversitario. Si bien los libros inmediatamente anteriorespublicados por Aguilar Carrillo –pienso incluso en Teología(y otros problemas didascálicos) (2015)– incorporabanmecanismos violentos del lenguaje, que ponían en evidencia una vozque se encontraba en el intersticio frente a una crisis del sujetopor evidenciar su hogar extrínseco, los poemas que conforman estasúltimos poemarios llegaron para ponerse a salvo, en el resguardo.El héroe épico que desafiaba al lenguaje, después del viaje havuelto a casa como héroe trágico, aquel que pone en escena laintemperie del ser desde la habitación propia. Alejado deldesafío a sus lectores a quienes incluso nos dejaba sin aliento (yaquí hago referencia nuevamente al uso de las plecas que alargabansu propia voz), la vuelta al origen lo llevó a reconsiderar lostemas del cuerpo, la luz, la nada, pero ahora vistos tras laderrota de la palabra, pues ¿qué se puede esperar entonces de losescombros que no son capaces de engendrar vida?
Sobre la fatalidad anunciada y la contemplación de las ruinas,María Zambrano refiere que ante dicha situación el argumento sereduce al mínimo “y deja visible en toda su amplitud elhorizonte, el tránsito de las cosas de la vida... También lascosas gastadas muestran el paso del tiempo y en el caso de unobjeto usado por el hombre algo más: la huella, siempremisteriosa, de una vida humana grabada en su materia”, en unpuñado de polvo.
Como decía anteriormente, el cuerpo vuelve a ser en MiguelAguilar una obsesión recurrente, y en Entre la luz sitiada,áspera luz, vemos cómo éste se anuda más en lo cotidiano,en la monótona realidad. En este libro resurge el tema del cuerpo,pero no como el deseo que leíamos en el poemario Muchacha enla playa, sino ahora con la presencia de un cuerpo estático;reflexivo, mas no derrotado. Revisemos algunos versos del poema“Olvido”: “Estar a la espera/ del ala y del naufragio/ sinbastimientos para la nueva playa/ sin entonar un canto, sin nada/que indique una pregunta.// Estar en la playa/ sin ola ni gaviota,sin perturbar la espera”.
Cuando hablo de un cuerpo más estático, me refiero también apensar en un cuerpo que contempla, pasivamente, desde un hogar enruinas. ¿De qué manera hace presencia la luz, tema que, como lanada, había aparecido desde los primeros libros publicados por elpoeta? Vayamos pues a la consiga del título: el yo poético sedebate Entre la luz sitiada: una luz que irradia desde unlugar ocupado, ocupado por la nada. Y es el cuerpo el únicoelemento vital que se encarga entonces de nombrar lo que se sientedesde ese lugar sitiado, desde el astío, el tedio. Sólo desdeesta condición podría percibirse una áspera luz, comosi ese agente físico que hace visible los objetos, ahora tomaraconsistencia para que sea el sentido del tacto, y no el de lavista, el que pueda describir su textura, esa percepción ysensibilidad a la que llegan los elegidos por la soledad. ¿Quiénpodría percibir la condición de una luz áspera? Aquél queconfía en los sentidos y se permite significar a partir de lassensaciones. “Los que se consagran a tales episodios minuciosos,oyendo lo inaudito y expresando la médula de lo inefable, sonseres desprestigiados”, apunta el poeta Ramón López Velarde. Alo que Aguilar Carrillo agrega: “Pobrecitos de los poetas”, quevan “desde la esquina amurallada hasta la esquina rota”.
En cuanto a los poemas que componen este libro, son varios losmomentos que podemos encontrar, sobre los cuales quisiera apuntaruna característica: el “título” de los poemas no ocupa elcabezal, sino que deja el paso abierto primero a los versos y, amodo de conclusión, cierra, entre paréntesis, estaresignificación. El primer poema inicia con los siguientes versos:“Miro las nubes,/ indiferentes sobre la grama de un valle/imaginario... Nunca semilla cayó en erial tan falto”. Al dar laespalda a la tierra encerrado desde la habitación, la preguntaacerca de la existencia es inminente, pues el yo poético piensa enla idea del orden sobre la tierra que es estéril, erial falto. Ycomo cierre encontramos pues el título: “Desgano”. Y esprecisamente éste, el desgano, el tedio, el tema que emerge y quellegará para instalarse como voz reflexiva, pensante.
Ahora bien, esta voz tomará dirección e irá hacia adentro, yse pregunta en el segundo poema: “¿Qué es eso del vientoentrando a los pulmones/ con una savia gris/ que modifica el ritmoy el estercolero/ trabajando debajo de la piel?”, y volvemos aeste laborioso trabajo de detenernos en los episodios minuciosos deVelarde, donde el “encono de hormigas en mis venas voraces” sevuelve viento gris, que efectivamente modificó el ritmo del poeta.El aliento largo y contundente que encontrábamos en librosanteriores, ahora es espeso líquido “trabajando debajo de lapiel”. Y recurro al poema “Caminata II”: “¿Cómo sufrir lasangre,/ cómo medir el flujo de esa tintura/ cuyos canales y ríosnunca van a dar a la mar/ y comprender su oficio, ese oficio/parasitario y esa espera?”.
Después de mirar hacia adentro, decía, el poeta vuelve a tomardistancia, y pareciera que desde lo alto nos anuncia su estado en“la intemperie, desnudo/ sin más resguardo/ que filamentosindigentes/ en las partes selectas de la piel”. Y cómo norecordar los versos de Huidobro, donde en Altazor apelabaa esta misma directriz: “¿Ves los filamentos de donde corre lasangre de mi luz intacta?”. Luz áspera, la de Miguel, que nointacta, pero que quizás torne a textura por la referencia al treny su velocidad (esta referencia aparece incluso en itálicas): unaimagen paralela del trazo de las venas como camino en el cuerpo, yel trazo de la tierra y sus venas metálicas. De ahí que losfilamentos se encuentren sitiados y la luz, ásperaluz.
Después de volver hacia adentro, decía, el poeta se encuentraa sí mismo en la intemperie: “Fría la intemperie del cuerpo”,y entonces resuenan “LOS MÁS SOBERBIOS BEMOLES” vallejianos, yen el poema titulado precisamente “Compañía”, surge el grito:“Soltar el grito con la garganta abierta./ Sabor del aire en lospulmones/ Decir el grito”. ¿Por qué la necesidad de articularcon palabras el grito? Porque el propio silencio se ha vueltoinhabitable, insostenible: digamos el grito ante la soledad. Y esen el poema titulado “Soledad”, donde el yo poético selamenta: “¿Cuál/ blanco es la vista si la diana es oscura?// Lavida es...” un paso al subir a un cuarto vacío, una cuchara queprepara el café, “el sorbo acre/ que envilece lalengua”.
“Un poco más de consideración”, leemos en Trilce,y es cuando el poeta vuelve al cuerpo amado como remanso, al cuerpocomo manantial de agua purísima, pero, y quisiera detenerme en losiguiente, no se trata en esta ocasión del cuerpo tangible, condimensiones y texturas, sino el cuerpo en el recuerdo. Y cito unosversos del poema “Manojo de luz”: “Para guardarte a ti/ no esnecesario el tiempo/ ni el espacio”, categorías de una realidadque se escapa cada vez más del encono de hormigas corriendo porlas manos, y que prefiere el resguardo del deseo en lacontemplación, no en el tacto. Porque ahora, para el poeta,“rumor es tu cuerpo”, es decir, palabra.
Y cuando el recuerdo se pierde, vuelve el spleen, consus días y sus semanas, con su paso implacable, y con el deber acuestas que no nos permite detenernos ni siquiera para pensar:“¿Qué espacio se abre entre un lunes y un martes?”. Y elpoeta revira: la eternidad. Una eternidad “donde incide la luz yla semilla” y “donde la sangre articula y fluye”. Es decir,en ese pequeño instante de conciencia del ser pensando,pensándose, o de un pulmón sin “aire ya ecuménico”, como“arcilla que no sabe”. Ahora bien, el arribo trágico trajoconsigo la soledad, la soledad de un polvo enamorado que tambiénes “barro sin humedad”, sin compañía, sin signos vitalesacompañando el latir en la habitación. De ahí que el grito enpalabras que auguraba Aguilar Carrillo, se convierta ahora en lasiguiente plegaria: “Oh, Señor, me diste un futuro y lamemoria”, “y un presente que se atora”. ¿Qué haremos cuandotodo arda y la idea de futuro sólo sea un presente que se atora?¿Habrá algo qué hacer? Sugerencia: recurrir al último verso deTrilce: “Canta, lluvia, en la costa aún sin mar!”Respuesta: el canto, la poesía.
Decía al principio de estas palabras, que había elegido comoepígrafe uno seleccionado por Miguel Aguilar para su libroHilvanes (2001). Aquí, de nuevo, las palabras de MaríaZambrano: “No es la melancolía un problema, sino una forma desentir la vida, de sentirla ante todo como tiempo irreversible”.Y cuando encontré estas líneas pensaba que quizás Miguel habíaescrito estos años precisamente para comprender esas palabras:para sentir esa forma de vida. La casualidad no es fortuita, yresulta significativo mencionar que precisamente un libro quepublicó ese mismo año, en 2001, llevaba el título Ocupaciónde la nada. Han pasado los años y Miguel vuelve a estetítulo para cerrar su más reciente poemario Entre la luzsitiada, áspera luz. En estos oficios de la melancolía y lanada, del cuerpo y la luz, el poeta recurre al canto, a hablar conla caricia de la palabra y el ritmo, es decir, la poesía. Y cierroestas palabras con este canto de esperanza, en voz del poeta:“Cuando la nada es única
sustancia que fortalece al viento.../ Cuando un espíritu quevaga/ esparce sus cenizas sobre las cuencas/ del pulmón.../ Cuandolos cuándos se evaporar./ Cuando los peros y los aunques todavía/ya muestran la fractura de sus letras, hay/ que hablar con lacaricia...”