Por Alfonso Franco Tiscareño
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Es definitivo, estas reflexiones no deben llevar por ningúnmotivo a la chabacanería de pretender que entonces es legítimorobar libros si después se trae el título profesional que avaleel ilícito, pero sin duda sí se pueden extraer preguntas e ideassobre qué hacer ante los ladrones de libros, los farderos.
¿Cómo podría aprobar la acción de robar libros cuando hesido víctima de este acto? He invitado gente a casa y después hedescubierto con tristeza y coraje que alguno de mis libros másamados había desaparecido. ¿Cómo podría aprobar este robocuando detesto ese dicho de "es más tonto el que presta un libroque el que lo devuelve"? También está el argumento cínico ycorruptor de "otros roban legalmente, los capitalistas roban, ellibrero te roba en el precio, si yo robo, soy menos delincuente".Existe hasta un "Breve manual para robar libros y no sentirremordimiento”, que incluye nociones "éticas" para desarrollarcon fineza esta actividad.
Seguro que hay muchos robertos bolaño circulando por ahí;seguro que hay estudiantes que cumplirían la promesa de entregarel título si fueran apoyados fuertemente para que pudieranestudiar al más alto nivel; segurísimo que habría miles delectores más si los precios de los libros fueran más accesibles.El impacto sobre la vida social sería notable. Así que tenemosdos vías: exhibir a los farderos en carteles a la entrada de laslibrerías, o apoyar a los que quieren leer y no pueden comprarmuchos libros, menos los más costosos. Cierto que hay quienesroban por la pura maldad o por delirios enfermizos, pero estos sonotro caso.
La primera opción habla de una sociedad enferma, que vigila ycastiga sin piedad, fríamente; la segunda opción, opta por unapolítica más integral, más civilizada, más humana, que nosolapa el delito, pero busca también diseñar acciones solidariaspara desalentarlo. Las cárceles están atascadas, hay muchos presos inocentes, y además, en México, revuelven a los quecometen delitos menores con criminales que han cometido delitosespeluznantes. Un ladrón de libros merece una rehabilitación porotras vías, que vayan más allá del aplastamiento social y moraldel fardero, sin que deba padecer esta nueva forma de suplicio.
Todo esto es más que una simple anécdota acerca de uncartelito parapoliciaco pegado en la entrada de una librería. Esuna crítica que cuestiona al poder que se gesta desde las accionescotidianas. No hay nada que no sea relevante y que no estéconstruyendo a cada instante la forma en que vivimos. Volviendo aFoucault, podemos hablar de una microfísica del poder. El poderque se gesta desde los rincones menos pensados, pero también losfactores desde los que podemos actuar para construir espaciosdiferentes. Si somos capaces de reconstruir las relaciones socialesa partir de los espacios pequeños en que nos relacionamos,entonces, esto tendrá una repercusión en las relaciones macrosociales. Si somos capaces de cuestionar y reconstruir esospequeños espacios, estaremos reanimando el tejido social en quenos movemos. Si reconsideramos todos estos factores puede gestarseun nuevo mundo construido desde todas partes, desde cada lugar quehabitemos.
Ese cartel, con los retratos de los farderos, debe desaparecer.En la evolución histórica de los métodos de castigo, la penacorporal ha evolucionado hasta la penalidad del alma, ésta actúa"en profundidad sobre el corazón, el pensamiento, la voluntad...",señala Foucault. Y ese es el papel social que juega ese cartelcolocado donde está. Se trata, según nuestra hipótesis, de unabuso del poder sobre la persona, sobre el cuerpo, además detratarse de casos que no han sido juzgados. Se les presenta comocondenados y esto es también un acto ilegal. Se busca lajusticia por propia mano y se comete una ilegalidad.
La administración de la librería dirá: "hay que exhibirlos,ese es su castigo", pero todo castigo y modelos punitivos, vienende la ideología y producen ideología. Ese cuerpo fardérico,expuesto en una fotografía produce y reproduce al poder más alláde la consigna moral acerca del bien y del mal.
Bajo ningún principio es justificable el robo, pero igualmente,bajo ningún principio es justificable la explotación y laignorancia ni el precio inalcanzable de los libros. El ignorante notiene saber, y si no tiene saber no tiene poder. Sí, se castigaal fardero, pero se castiga también el derecho al saber, el accesoa los libros. Y se castiga también al que entra honestamente abuscar o comprar un libro a la librería.
Los libros que me interesan cuestan entre 7 y 12 días desalario mínimo. Y, o como o compro libros; o sostengo misnecesidades básicas o leo. ¿y acaso leer no es una necesidadbásica? Métete a una librería, y si vas seguido te darás cuentade que en los pasillos, entre los estantes, no hay obreros nicampesinos, no hay pobres. Es una manifestación del poderencarnado hirviendo en vivo en la realidad. ¿Quién lee? ¿quiénpuede leer? ¿para qué libros le alcanza?
Al aplastar a un fardero, se aplasta también al que quiereleer; al exhibir a un ladrón de libros, se exhibe también aljodido que cree que tiene derecho a la lectura de ediciones caras yde calidad. Éstas están destinadas a una élite que nunca seráretratada para su exhibición a la entrada de una librería. Demuchos de ellos habría que averiguar cómo adquirieron su capital,pero de eso mejor ni hablar. Generalmente, la riqueza viene de laexplotación del trabajo de los demás, de la apropiación de laplusvalía. Pero el diseño de la sociedad capitalista hace parecera estos "apropiadores" como grandes emprendedores. No saldránretratados como ladrones. El fardero, en cambio, tendrá que ponerla cara que pueda al momento de ser retratado para la fotografíade la ignominia, puede estar cabizbajo o fingir desprecio, pero sufoto será colgada para su vergüenza y castigo. Y detrás de sucuerpo está el miedo producido por los efectos del panoptismo, dehecho estará en todos los que entren a la librería: "no teatrevas".
Cierto, en el fardero algo camina mal, su baja moral, sus milesde excusas para justificar lo inexcusable. Y en esa relaciónperversa se gesta también el poder establecido, que nace desdeabajo, que se produce y se nutre a diario como una cabeza de hidrainacabable. ¿Hay soluciones? Sí. Una distribución más justa yequitativa de la riqueza; combatir la explotación sin medida delos trabajadores, pero esto va para largo. Una muy buena medida,sería montar un programa de creación de bibliotecas, pero esocuesta mucho dinero. De dónde va salir. Toda biblioteca es valiosapor los muchos o pocos libros que posea, pero no toda biblioteca espoderosa ni todas las que hay están actualizadas. Conocemosbibliotecas de facultades y de universidades, verdaderamenteenclenques. Cuando menos por ahora, las bibliotecas no son lasolución. Además, entre los que trabajan, ¿quién tiene tiempode ir a la biblioteca? Cada vez más, entre el trabajo y eltransporte, transcurren las horas de los trabajadores, y el tiemposobrante apenas es para reponerse. Y así, la maquinaria delsistema sigue avanzando y aplastando.
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