Los días desde la anterior fiesta, que se realizó hace un año, han cambiado. Pasaron casi 10 meses y nada tiene el mismo aroma en el Maconí actual, un pueblo que vive y persiste de la minería pero que con el cierre de La Negra se ha venido abajo.
Estoy de nuevo en este pueblo, perteneciente a la última localidad del municipio de Cadereyta, con la cámara en mano, mientras el sol aún brilla en los inmensos cerros que la rodean.
Es 11 de julio, un día que para la mayoría pasa desapercibido, diferente a un 10 de Mayo o al Día del Maestro en el que muchos sabemos lo que se celebra. Sin embargo, el Día del Minero pasa desapercibido en casi todas las poblaciones y sólo es relevante en aquellas donde existen minas.
Para Maconí es la fiesta más esperada del año en la que, aunque no hay un código de vestimenta, los vestidos largos, tacones, camisas de vestir y tejanas se hacen presentes.
Esta vez, se nota un ambiente tranquilo, aislado. Nada qué ver con los años pasados en donde desde temprano el ruido de los violines ya era amenizado por tríos huapangueros. Ha terminado la misa y todos, los pocos reunidos se dirigen a las canchas, no hay mesas ni sillas, como podemos buscamos un lugar, al rededor, en donde sentarnos mientras observamos cómo colocan un escenario un tanto austero y desgastado.
Comienza la comida. El menú de este año son carnitas del famoso “Riumas” y refrescos en lata. Poco a poco los presentes se acercan a la mesa en donde se reparten en platos de unicel mientras los hoyos que años anteriores estaban al tope de borregos en barbacoa ahora están enterrados, olvidados.
Una fiesta de mineros en la que todo el pueblo, sus alrededores y hasta gente de fuera, año con año asistían. Eran más de dos mil personas las que se reunían, este año tan solo 200 personas.
Este año, todo fue distinto, hasta pensaba se cancelaría el festejo pero no, son y siguen siendo los mineros en espera de que reabran su mina. A pesar de las decadencias que han vivido los últimos meses, el festejo se hizo.