Este jueves, en el templo de San Francisco, el obispo de la Diócesis de Querétaro, Fidencio López Plaza, presidió la concelebración eucarística en honor al Corpus Christi, una de las festividades más importantes del calendario litúrgico católico.
Durante la homilía, el obispo enfatizó la celebración del cuerpo de Cristo, invitando a los presentes a reflexionar sobre las palabras de Jesús durante la última cena.
"Es una buena ocasión para meditar en la pregunta de los discípulos y la respuesta de Jesús, acerca del lugar para celebrar la cena de Pascua. ¿Dónde quieres que vayamos a preparar la cena?, decían los discípulos y Jesús les respondió: "vayan a la ciudad, encontrarán un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, ahí preparen la cena de Pascua".
La conmemoración en Querétaro inició a las cuatro de la tarde con una alabanza de adoración, que reunió a decenas de personas en el templo de San Francisco. Posteriormente, se celebró la misa presidida por el obispo, seguida de una procesión que recorrió varias calles del Centro Histórico de Querétaro.
Los feligreses participaron en la procesión, recorriendo tres altares ubicados en puntos clave: el Templo de San José de Gracia, la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús y la actual catedral del estado, en el Templo de San Felipe Neri.
La procesión, una tradición profundamente arraigada en la comunidad, simboliza la salida de Cristo al mundo y es una demostración pública de fe y devoción, a decir del obispo.
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"Jesús conoce los grandes desafíos que se viven en la ciudad, sabe que hay lugares donde se necesita celebrar la Pascua. Dios conoce y vive en la ciudad, sabe de sus alegrías, anhelos y esperanzas; conoce también sus dolores y sufrimientos, y sufre con sus hijos que viven en ambientes urbanos, la violencia, la pobreza, la marginación y la exclusión. Por eso manda a sus discípulos", refirió en la homilía.
El Corpus Christi, también conocido como la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, fue instituido en el siglo XIII por el Papa Urbano IV. La festividad se oficializó en 1264, después de que Juliana de Cornillon, una monja belga, promoviera la devoción eucarística. Este día celebra la presencia real de Cristo en la Eucaristía, un misterio central de la fe católica.