Aline camina en el centro de la ciudad con un gas pimienta guardado en la manga de su suéter. A sus 26 años de edad fue víctima de ciberbullying y acoso de tipo sexual a través de aplicaciones tecnológicas. Esa segunda ocasión le causó tanto miedo que no quiso salir de su casa en casi dos semanas y ahora que lo hace, recurre a muchas medidas de seguridad.
Docente de profesión, denunció ambos hechos ante las autoridades, la primera cuando tenía 20 años y su cara apareció en 14 páginas pornográficas con fotos editadas, la segunda apenas el 8 de febrero pasado, meses después de conocer a una persona por Tinder, una aplicación popular entre los jóvenes para acordar citas y conocer gente nueva.
Ella recurrió a Tinder después de una relación de tres años que no funcionó muy bien. Con dificultad para relacionarse, es muy apegada a sus rutinas diarias entre el trabajo y el deporte, así que le resulta muy difícil conocer gente nueva y tampoco quería una relación seria, así que sus amigos le recomendaron una aplicación en la que todos dicen con honestidad qué tipo de encuentros buscan, incluso si solo quieren amistades.
Durante un año no tuvo problemas con Tinder. Siempre fue muy cuidadosa con las personas a las que aceptaba conocer en lugares públicos y logró hacer muy buenas amistades, porque su intención no es tener relaciones casuales, sino conocer gente nueva.
“Tinder es muy común, muchas personas que conozco la usan. Me ayudó a darme confianza. Hay gente muy directa con lo que quiere y eso ayuda. Puedes especificar rangos de edad, intenciones. Tuve experiencias muy bonitas, la mayoría de personas viajeras, que se quedan dos semanas o un mes en Querétaro y quieren conocer la ciudad, conocer gente, conoces gente de todos lados”, recuerda.
En junio pasado conoció a un joven y “alto, muy flaquito, con una apariencia frágil, muy introvertido, dijo que salió de una relación difícil y por recomendación de sus primos abrió su cuenta en Tinder. Parecía muy vulnerable”.
A partir de ahí hubo una “identificación” continua con los intereses de Aline: ella quería donar para la reconstrucción del sismo, él afirmaba que acaba de hacer lo mismo, ella se unía a un grupo para ir a algún lugar a ayudar, él le decía que ya tenía días en el mismo sitio.
“Los depredadores son maravillosos. Son cazadores, detectan qué es lo que te va a llamar la atención”, afirma la activista Maricruz Ocampo, al referirse a la capacidad de estos acosadores de parecer encantadores para enganchar a sus víctimas.
Aline nunca supo en qué trabajaba él y se volvió su compañía porque decía tener mucho tiempo libre, a pesar de que afirmaba viajar entre diversas ciudades de manera constante. Él nunca dijo nada de su trabajo o cualquier otro dato personal, pero sí conocía las rutinas de ella, dónde vive y dónde trabaja, lo que facilitó el acoso que siguió después.
Por diversión, recurren jóvenes a citas por aplicaciones.
Con millones de usuarios en el mundo, Tinder es de las principales aplicaciones de citas entre jóvenes y para el caso de Mexico, se estima que solo el seis por ciento de los usuarios de esta aplicación la usa para conseguir una pareja, el 51 por ciento por diversión y el once por ciento por sexo, de acuerdo con datos de la empresa Kaspersky Lab.
En un estudio que realizó esta empresa dedicada a la seguridad informática, se encontró también que más de la mitad de los usuarios aceptó que miente en la información que proporciona a otros usuarios y por lo menos el diez por ciento fue víctima de extorsiones o virus informáticos.
A finales del año pasado la Asociación Mexicana de Internet informó que México es el país con más usuarios de Tinder en América Latina y la misma aplicación identificó las cinco ciudades donde era más probable conseguir una cita, aunque entre esas zonas no figuró Querétaro.
Para la activista Consolación González Loyola Pérez este tipo de encuentros se vuelven muy complejos en muchos sentidos, no solo porque es una manera arriesgada de conocer gente, sino porque es muy popular y este tipo de aplicaciones “te colocan en un nivel de peligro que no debería de existir”, pero que existen y son reales porque son muy frecuentes entre los jóvenes.
Del miedo a la decisión de pedir ayuda.
Hace seis años Aline tuvo una experiencia de ciberbullying. En aquel momento, con miedo y vergüenza, presentó una denuncia sin decirle a sus padres.
Amistades suyas le avisaron que su cara, con fotos editadas y todos sus datos personales aparecían en páginas de citas y con contenido pornográfico. Hubo otras personas que le llamaban “con otras intenciones” por “relatos” que aparecían en las páginas en las que se difundía su nombre, su edad, la escuela en la que estudiaba y datos de su novio.
Presentó una denuncia y sabía que un compañero de escuela era el responsable, aunque no quiso encararlo. Ella misma contactó a los administradores de cada una de las 14 páginas que identificó con sus imágenes y datos para pedirles que eliminaran el contenido, pero no fue fácil.
“Fue un proceso muy lento. Esa vez traté de mantenerlo solo para mí, estaba asustada y eran cosas que me dieron mucha vergüenza, pero esta vez no, esta vez le dije a todo mundo para que estuvieran al pendiente. Se lo dije a mi mamá”, expresa.
Hubo un momento, en agosto, en el que el nuevo amigo de Tinder de Aline le pidió ser su novia y lo fueron por tres o cuatro días, pero ella prefirió dejarlo solo como una amistad cuando se dio cuenta de que no sabía nada de él.
A partir de ahí siguieron muchas situaciones extrañas. A él “le llegaban” fotos de hace mucho tiempo de Aline y fingía sentirse atormentado por esas imágenes. Después ella entendió que él “hackeó” la cuenta de correo que ella vinculó a su Facebook y a su cuenta de Twitter. Así obtuvo sus imágenes y su información.
A esas imágenes le siguieron mensajes que recibía Aline de un número desconocido de WhatsApp. El contenido de los mensajes era muy agresivo y de tipo sexual. Ella confrontó a su exnovio de cuatro días y él rogó, suplicó que lo dejara ayudarla, que quería protegerla y que se acercaran más. Después siguieron llamadas que le dejaban claro que la seguía o la buscaba en los lugares que frecuentaba.
El 8 de febrero de este año Aline acudió a la Fiscalía a presentar una denuncia por acoso y le pidió a su amigo de Tinder que le entregara las imágenes y los mensajes que supuestamente recibió sobre ella, pero él le dijo que todo se borró de su teléfono.
Un día después de presentar la denuncia, el 9 de febrero, ella lo vio en un restaurante. Él la jaló del brazo porque ella no quería su ayuda y fue necesario que Aline le pidiera ayuda a la mesara para resguardarla en el baño mientras llegaba su mamá por ella. Él fingió llorar, pedía que le dejaran ayudar.
Un cambio de vida por su seguridad.
Aline se volvió más precavida en el último mes, desde que presentó la denuncia por acoso de tipo sexual. No quiso salir casi dos semanas de su casa porque tenía miedo de que él la siguiera. Hoy rara vez sale sola y no se siente cómoda al usar su propio teléfono o sus redes sociales.
Sus amigos la ayudan con “rondines” cerca de su casa, ella sale con artículos de defensa personal, como el gas pimienta y se siente “observada” después de las llamadas que él le hacía para dejarle claro que sabía dónde estaba o con quien había salido.
Hasta el momento no hubo una amenaza explícita, sino mensajes agresivos de contenido sexual que la hacen sentir amenazada. Para Consolación González Loyola Pérez estos casos generan un daño emocional que ponen en riesgo la estabilidad de las personas y no solo su integridad.
De acuerdo con el artículo 167 bis del código penal, el acoso sexual puede alcanzar penas de uno a tres años y de cien a 600 días multa, así como de cien a 800 días de multa por reparación del daño.
“Deberíamos estar seguras en cualquier sitio, pero estas nuevas relaciones de internet nos colocan en una situación de riesgo y también debe haber interés de la Fiscalía para investigar y sancionar estos delitos”, dijo la activista.