A punto de cumplir la condena que se le dictó por el asesinato de sus tres hijos, el nombre de Claudia Mijangos Arzac, vuelve a surgir como uno de los crímenes más impactantes y conmovedores que estremeció a la sociedad queretana aquel 24 de abril de 1989 y aún vive en sus mentes.
Recluida desde el 10 de septiembre de 1991 en el área psiquiátrica del reclusorio de Tepepan en la Ciudad de México, la “Hiena de Querétaro”, bautizada así por los medios de comunicación, podría recuperar su libertad en junio del 2019, toda vez que cumpliría la sentencia de 30 años que se le dictó por considerar como inimputable el crimen y de no haber alguna objeción por parte de la autoridad médica.
Y es que los exámenes neurológicos determinaron que Claudia padecía un trastorno mental orgánico. El diagnóstico fue epilepsia del lóbulo temporal, acompañado de una perturbación de la personalidad tipo paranoide, enfermedad considerada en ese entonces como incurable, por lo que se suspendió el procedimiento penal ordinario y se acordó aplicar una medida de seguridad de treinta años por el triple filicidio.
Su primera declaración ante la agente del Ministerio Público Investigador, Sara Feregrino, fue el 27 de abril de 1989 a las 11:30 horas, tres días después de que masacrara a sus tres hijos. En ella responsabilizó del crimen al padre Ramón, el sacerdote que se dice “amaba” y que aseguró le hablaba telepáticamente.
“El padre Ramón me hablaba telepáticamente, él influyó para que me divorciara, pero como mi madre era un freno moral para que me uniera a él, el padre Ramón con maleficios mató a mi madre, como me sigue trabajando mentalmente para poseerme y también mi marido quiere regresar conmigo y me trabaja mentalmente, fue tanta la presión que me descontrolé”.
Después, cambió su declaración y dijo que no se acordaba de nada, que la había despertado su amiga Verónica Vázquez que tocaba a la puerta de su casa y que después la habían trasladado al hospital. Hablaba de sus hijos como si estuvieran vivos.
“Mis niños están dormidos en la casa… Yo quiero mucho a mis hijos, son niños muy buenos y no son traviesos”.”
La casa ubicada en la calle Hacienda Vegil de la colonia Jardines de la Hacienda, escenario del brutal crimen, pronto se convertiría en una atracción no solo de lugareños y turistas, también de personas en busca de lo paranormal, curiosos de conocer las leyendas urbanas que surgieron como: que estaba embrujada, que se aparecían los niños, que por las noches se escuchaban gritos y llantos, que se veían luces y sombras en su interior y hasta que un niño pequeño se asomaba por las ventanas.
Hoy a casi 30 años, la casa propiedad de Claudia Mijangos luce en total abandono, con las ventanas rotas, despintada y con una barda que fue levantada por los vecinos para evitar a los “curiosos” que ingresaban a la misma.
Su historia familiar
Poco se sabe de la historia familiar de Claudia, pero lo que se sabe quizá tenga relación con la perturbación de personalidad que le fue diagnosticada y es que nació en el seno de una familia que nunca mostró amor por sus hijos y con creencias católicas muy arraigadas.
Claudia nació en Mazatlán, Sinaloa el 25 de mayo de 1955. Siendo la menor de siete hermanos, cuatro mujeres y tres hombres, creció sin el amor y cariño que cualquier padre expresa a sus hijos ya que su madre, María del Carmen Arzac, además de ser una mujer dominante, autoritaria, agresiva, fanática de la religión y cerrada a sus creencias, jamás permitía el contacto con sus hijos, ni les expresaba amor alguno. Su padre Antonio Mijangos, fue un hombre sensible, dedicado al trabajo, necio y hasta débil de carácter.
Durante su infancia fue una niña socialmente amigable, popular entre sus amigas, poco brillante en la escuela y tenía un carácter rebelde. Estudió Comercio y concursó en un certamen de belleza.
Su hermano mayor, Antonio, de 43 años en ese entonces, varias veces fue internado en un hospital psiquiátrico ya que era alcohólico y farmacodependiente, con personalidad psicopática. Alberto de 41 años padecía retraso mental, crisis convulsivas generalizadas, incapaz de valerse por sí mismo, mientras que Rafael de 31 años, padecía de Síndrome de Down.
En cuanto a sus tres hermanas, sólo se sabe que vivieron matrimonios tormentosos, por lo que terminaron divorciándose.
En su adolescencia, Claudia tuvo dos novios, a los 19 años conoció a Alfredo Castaños con quien se casaría dos años después y se vendrían a vivir a Querétaro. Fue al inicio de esa etapa que comenzó a manifestar crisis agresivas y depresivas, pues se dice que en su noche de bodas, tuvo el primer episodio de agresividad en su primera relación íntima que tuvo con su esposo, de la cual salió corriendo de la habitación por el pasillo del hotel.
Ya establecidos en Querétaro, abrió una exclusiva tienda de ropa en el Pasaje de la Llata, donde las mujeres más destacadas compraban sus vestidos.
Seis años más tarde, en 1982, después de una discusión, persiguió a su esposo con un machete en la mano y en otra ocasión lo agredió con unas tijeras en la cabeza y en 1984, después de un arranque de furia discutió con su esposo y le rompió con un cuchillo las llantas del carro.
A pesar de estos arranques que tenía, nunca se le vio como una madre agresiva, aunque sí era posesiva y dominante con sus hijos. Daba clases de Catecismo, Ética y Religión en el colegio Fray Luis de León, donde estudiaban sus hijos y donde incluso se llegó a decir mantenía una relación con el sacerdote Ramón.
Ya para 1988 presentaría una crisis más intensa en la que comenzó a hablar de brujería que le aventaban y aparecían en su casa, incluso llegó a decir que los vecinos le echaban pájaros muertos en su patio para hacerle daño. En otra ocasión dejó ir a dormir a su hija mayor, Claudia María a casa de una amiga del colegio, pero en la madrugada acudió por ella y le reclamó a los padres de su amiga el por qué le querían robar a su hija.
El 30 de noviembre de 1989, el doctor Eduardo Quintero Rodríguez, médico cirujano especializado en neurología, le practicó un examen para determinar su estado de salud neurológico y concluyó que era portadora de una psicosis de tipo paranoico, aunque estaba perfectamente ubicada en tiempo, espacio, persona y lugar, y sabía perfectamente la causa de su internamiento sin mostrar señales de arrepentimiento o la pena moral de una madre que ha perdido a sus hijos, con una actitud despreocupada y sin sentimientos de culpabilidad.
Sin embargo, muchas interrogantes quedan en el aire sobre esta trágica historia. ¿Estará Claudia preparada para integrarse nuevamente a la sociedad? porque es hoy, la misma sociedad quien la señala y no olvida el lamentable acontecimiento que estremeció y marcó a esta ciudad queretana.