Afganistán es un país musulmán que partir del S. XVIII comenzó a ser más o menos el país que conocemos, aunque esto se logró después de una Guerra contra Gran Bretaña en los inicios del S. XX.
Este dato no es menor: el triunfo bélico vino acompañado de un reconocimiento del país que en 1979, se pondría a prueba de nuevo con la invasión soviética. Los sunníes recibieron para enfrentar esta ocupación armamento de Estados Unidos, dada su importancia geoestratégica.
Seis años más tarde, derrotados, se retiran los soviéticos. ¿Cómo fue que grupos de rebeldes musulmanes pudieron obligar la retirada de uno de los ejércitos más letales? Con muchos recursos, sin duda, pero uno de ellos el tesón, la resistencia. Los mismos valores que culminaron en 1992 con la creación del Estado islámico de Afganistán, paso previo al establecimiento en 1996 del gobierno talibán que impuso la Sharia (ley islámica que establece un código restrictivo de conducta).
Hoy, los medios se llenan de adjetivos hacia los talibán: terroristas, extremistas, rudimentarios, antimodernos. Pero, ¿cómo nos podemos explicar que esos “atrasados”, después de 20 años de dominación estadunidense, hayan recobrado el poder en solo unas semanas? Estados Unidos invirtió trillones de dólares, sacrificó a decenas de miles de sus soldados. Y los talibán resistieron, esperaron a que llegara ese mismo cansancio que obligó la retirada soviética. Biden comprobó lo mismo que Gorbachev: que un grupo religioso extremista, conservador, podía lograr más que ellos. ¿Por qué?
Los medios de comunicación nos deben este análisis. Quizás el poder no solo estriba en el de las armas. Habría que hacer un recuento del poder de la fe y de cómo ésta puede derribar ejércitos y potencias. Busquemos esas respuestas, porque ahora mismo nos están faltando para entender todo esto que está pasando: una tragedia que se pudo prevenir.
*Directora del Departamento de Medios y Cultura Digital Región Centro Sur, Tecnológico de Monterrey.