En la Academia Sudamericana se enseña que México pertenece a América Latina o incluso Centro América. Pero aquí, se dice que México pertenece a Norteamérica. No es una diferencia menor, sus implicaciones están reconfigurando el tablero de poder internacional.
México ha elegido jugar en las ligas mayores, estar con los del norte, incluso a pesar de que no los une ni historia ni tradición y menos orígenes con EEUU o Canadá. Es clara su similitud con la parte de abajo del continente. Pero estar en la parte de arriba, geopolíticamente lo pone en una ubicación privilegiada por fuera de los países en desarrollo del sur y los conflictos del centro.
Suena como una decisión inteligente, pero sus implicaciones involucran uno de los bienes más preciados en el sistema internacional: poder. Decidir estar con el norte ha significado ceder un altamente posible liderazgo regional. Si somos sinceros, con los del norte la probabilidad de ser líderes es imposible, con los del sur y centro, incluso se ha planteado como una necesidad. En reiteradas ocasiones se ha esperado que México, por su cercanía con EEUU, impulse a la región.
Sin embargo, ha preferido sacrificar ese rol y hasta hace poco tampoco tenía competencia. Pero el regreso de Lula como presidente de Brasil movió el tablero.
Lula ha aprovechado su protagonismo y se ha posicionado con fuerza. Primero, como mediador en la guerra Rusia-Ucrania, luego con su participación en el G7 y hace poco convocando a todos los presidentes del hemisferio y proponiéndoles el retorno de la UNASUR.
Brasil se movió rápido y aprovechó que el puesto de líder regional estaba vacante mientras que México sigue siendo un país del norte, jugando en las grandes ligas, pero no liderándolas.
Claramente Lula ganó la jugada porque México prefirió no competir, ni siquiera lo quiso intentar.
*Decana regional interina de la Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno y Directora Asociada del Departamento de Relaciones Internacionales y Ciencia Política, Tec de Monterrey