Es Miércoles Santo, los hombres comienzan hacer su arribo al convento de la Santa Cruz, con tan solo una pequeña maleta donde además de la ropa y artículos personales, llevan una plegaria, un agradecimiento, un perdón y una promesa de conversión.
Llenos de fe, comienzan a ocupar lo que en cuatro días serán sus aposentos, lejos de comodidades y banalidades, llegan humildes y dispuestos a vivir una verdadera Semana Santa.
Para Joel, este es su sexto año, dejó de venir dos por pandemia, “si no ya serían ocho” dice antes de hacer su registro.
“Es fe, es arrepentimiento, era un hombre ya sin deseos de vivir, a mis 19 años había probado de todo, tenía dos hijos con diferentes chavas y no me importaba nada, cuando mi madrecita me pidió entrar no quería, pero unos batos me andaban buscando por una deuda y por conveniencia entre”.
Añadió que Dios traza sus caminos, que sintió el Espíritu Santo en su corazón, que hoy no puede decir que es un santo, pero si un hombre de bien responsable de sus hijos y esposa. “Dios me convirtió”.
Cómo esta se tejen cientos de historias, que han tocado el corazón de los fieles que han pasado por el místico retiro para ser parte de la icónica columna de la Procesión del Silencio, donde hermandades y cofradías se unen para salir el Viernes Santo, cuando el reloj marca las seis de la tarde y comienzan a ponerse la túnica y el capirote, que simboliza la penitencia y oculta la identidad de cada persona.
Minutos antes, después de un alimento ligero por el ayuno y unos días de preparación espiritual, los fieles se forman para esperar su cruz.
“Es la que te toque, pasan de siete en siete y se va otorgando la cruz de mezquite. Nadie elige la suya y se tiene la creencia que su peso o dificultad para cargarla es acorde a los pecados de quien la tenga. No importa si es chica o grande, cada quien sabe el peso que trae a hombros”, relata uno de los dirigentes.
Entonces comienza el sonido de las cadenas, la cual se confunde con un lamento, con llanto a cada paso que se da. “Es arrepentimiento, dolor de haber fallado y después es el llanto de agradecimiento” así lo refiere Ernesto que esta será su Procesión número 20.
Aún con luz, pero con un extraño cielo nublado, comienza la salida, con plegarias de silencio, los sahumerios despiden el olor a incienso en señal de purificación, el sonido hueco de los tambores, representan el latido del corazón de Jesús, una manifestación viva en Querétaro desde 1966.
El crujir de los maderos que llevan al Señor de Esquipulas, Señor de la Columna, Señor Nazareno, Señor de la Cañita, Señor del Santísimo Entierro, Cristo de la Paz, Señor del Gran Poder, Señor de la Piedad, Señor de la Expiación y por supuesto el de las mujeres piadosas, quienes llevan en sus hombros a la Virgen de los Dolores, Nuestra Señora de la Soledad y La Macarena, todos ellos cargados con esa fe ciega, que da fuerza para caminar las más de tres horas, donde no importa más que cumplir con una promesa de devoción.
Al finalizar el recorrido penitentes llegan nuevamente al convento, cansados con ampollas y sangrando, pero –dicen- llenos del Espíritu Santo. Se tiran en el suelo con la mirada fija al cielo, como cuando un niño pequeño busca el consuelo de su padre, se lavan los pies, pues el alma ya está enjuagada, cenan ligero y acuden al pésame a la Virgen María por su tremendo dolor.
Después el Santísimo es expuesto y se contempla, se da gracias por haber cumplido y se muestra un corazón limpio con ganas de su salida para dar testimonio de fe, arrepentimiento y conversión.
El Sábado Santo llega con la firme intención de la esperanza de la resurrección de Jesús, como lo manifiestan las Sagradas Escrituras: “porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce: “(1 Co 15, 3-4). Entonces celebran una Liturgia muy especial,” El Fuego Nuevo” y son testigos de la Resurrección del hijo de Dios.
Finalmente, llenos del Espíritu Santo, dejan el Convento para ser recibidos por su familia, donde entre abrazos y bendiciones, buscan ser hombres libres… libres de pecado, de adicciones y de sus propios demonios, dando con ello testimonio que la Procesión del Silencio es un acto de amor, fe, conversión y arrepentimiento.