“Dios, si me vas a dejar está bien, pero que sea rápido”, pidió Laura al enterarse que tenía cáncer de mama; no dolió que le quitaran un seno, en cambio sí el tratamiento posterior de quimios, fue ahí hasta que expresó: “¡no manchen, qué chinga me acomodaron…!”.
Entera, no de físico, pero sí de fortaleza y actitud, con una sonrisa franca platica que de esta manera enfrentó el cáncer de mama, siempre con la cabeza fría y sin victimizarse.
Laura Carrillo, maestra de profesión -ahora jubilada-, recuerda que su mamá murió a los 43 y su tía a los 49, las dos de cáncer cervicouterino, cuando ella era “muy chica”.
“No saben cómo es de horrible cuando quieres vivir, mi tía Virginia quería vivir porque tenía una hija de 12 años. Duró cinco años así y murió como momia. Acabada. En cambio mi mamá sólo estuvo un mes en el Seguro y se fue, hasta rosita se veía cuando murió”.
No obstante, Laura siempre ha sido alegre, tuvo una hija que ha sido su compañera de vida, del karaoke y hasta de parrandas, “siempre felices y contentas”, por lo que asegura que el cáncer no apagó su vida.
“Solo una vez chillé así como en las caricaturas –finge que llora-, pero luego dije: ah no, a la chingada. Solo lloré unas cinco horas”, recuerda.
INICIO DEL CÁNCER
Comparte que durante su vida no fue enfermiza, solo padeció de presión alta y dolores cabeza cuando fue maestra, pues daba clases por la mañana y la tarde, “trabajaba mucho y no tenía oportunidad de enfermarme”.
A los 50 años se jubiló y desapareció su problema de la presión, ya no le aquejaba mal alguno hasta que se exploró los senos y en el izquierdo sintió “como un garbancito”.
“Me hicieron mastografías y otros estudios en los que no salía algo, pero después de dos o tres meses aquello empezó a crecer, tocaba algo como de dos centímetros”.
Entonces acudió al ginecólogo y le dijo que para ella era importante saber qué tenía porque su mamá murió de cáncer, fue analizada de nueva cuenta y le sacaron un quiste.
“Después fui a ver los resultados del estudio del quiste y me dice el ginecólogo: ‘qué crees, es que salió mal. Es un quiste malo y estás mal’, él estaba más consternado que yo… cuando le dije a mi hija también se angustió”.
ADIÓS A UN SENO
El doctor especificó que el cáncer estaba encapsulado y que podría quitarle solo una parte, a lo que ella con la cabeza fría y convencida de que tenía que “ir con todo” respondió que no, que quitara todo el seno y se realizó la mastectomía. No quería que el cáncer la invadiera.
“El doctor me dijo está tan bien que no necesita quimios, pero yo la tengo que pasar a esa área, donde me dijeron que sí las necesitaba. Me quedé con esa idea y me las hice, fue hasta entonces cuando dije: no manchen, no manchen que chinga me acomodaron. Las quimios sí me mermaron mucho”.
La cuarta quimio –acepta- se sintió muy mal, pues no podía hacer actividad alguna porque sentía que se desmayaba; cuando iba a echar sus sábanas a la lavadora y no pudo, ese fue el segundo día de crisis.
Actualmente, para Laura el amor a su hija y nieta es su motor de vida; acepta que una ventaja es no tener pareja porque “muchos viejos dicen: ya te quitaron un seno, ya no vales”, eso –lamenta- lo vio con otras compañeras que pasaron por esa experiencia.
Actualmente, Laura hace sus actividades de manera normal, sigue en el disfrute de la vida y con su sonrisa que comparte a todos; a sus 62 años va “del tingo al tango y con tacones”, aunque se caiga y tenga moretones.