Generalmente al escuchar la palabra fundamentalismo nos ubicamos en regímenes islámicos y nos trasladamos a Irán o Sudán, lugares en donde el extremismo reina. Pero quizá en un corto tiempo nos habituemos al término para referirnos al movimiento que encabeza el actual presidente. Pareciera exageración, pero baste con escuchar a los legisladores del PT y Morena en la tribuna de San Lázaro para advertir el trance. La Real Academia Española (RAE) define al fundamentalismo como la exigencia intransigente de sometimiento a una doctrina o práctica establecida, y así se escuchan de principio a fin en cada intervención. No hay generación de ideas, se desprecia la razón, no existe el menor interés de diálogo, no hay voluntad, menos sensatez. Lo que sí sobra es una exaltada intransigencia y un público fanatismo; ahí están consignadas en el Diario de los Debates, por ejemplo, los constantes sermones de Fernández Noroña como reflejo de un fundamentalismo puro y llano y como voz de una bancada fanatizada. Más que legisladores, parecen ministros; ministros en su acepción religiosa o bien en su sentido oficioso y gubernamental, ya que confesamente son devotos de su señor presidente y empleados de su presidente rey. Bajo estas dos connotaciones vela un alto riesgo, pues un legislador no debería fungir jamás como un empleado del presidente - si se cree en la división de poderes- y menos aún actuar como un sacerdote de culto que vitorea al presidente al final de cada discurso.
Pero, ¿en qué nos perjudica la actitud fundamentalista y fanática de los diputados afines al presidente? En que provocan una profunda división y fragmentación de la unidad nacional, pero sobre todo, en la sustentación del andamiaje de un sistema autoritario, populista y totalitario.
Volvamos a la RAE, el fanatismo es apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas. Enrique Echeburúa, catedrático de psicología clínica de la Universidad del País Vasco afirma que “mientras las personas no fanáticas tienen ideas, los fanáticos tienen creencias” y que “es más fácil pasar de ser fanático de una cosa a fanático de otra que pasar de fanático a tolerante” Entonces reflexionemos ¿cómo debatir los temas del país con un fanático que integra una mayoría? ¿cómo discutir y acordar una iniciativa de ley? ¿cómo establecer un diálogo propositivo con quienes tienen una sobre valoración afectiva a sus creencias y no admiten que el otro los contradiga? Este es el gran peligro, la instauración de un fundamentalismo a la mexicana en donde el Poder Legislativo endiosa al presidente elevándolo, erigiéndolo, ensoberbeciéndolo, en lugar de fiscalizarlo, controlarlo, orientarlo.
*Diputado federal del PAN