Los hermanos Saturnino y José Salas Báez pertenecían a una familia cuyo padre se había dedicado a la producción agrícola en Veracruz, en tiempos no tan amables para quienes se dedicaban al campo. Por eso, aquella familia de ocho hermanos emigró a la capital del país donde fundaron un taller de fundición, que acabaron vendiendo, para llegar, a finales de la década de los veinte del siglo pasado, a un lugar que adoptarían por propio: San Juan del Río.
Neftalí Sáez, el cronista sanjuanense, relata la historia de la familia cuando asegura que fueron precisamente ellos quienes establecieron la primera industria de ese municipio al crear la Compañía Industrial Cerillera, en 1931. Los antecedentes en la elaboración casera de cerillas, asociada a los estudios de ingeniería metalúrgica de Saturnino, provocaron la construcción de un primario sistema mecánico para elaborar aquel producto.
Aquella industria primigenia utilizó la misma mano de obra que había servido a la familia en las tareas agrícolas con las que asumieron su llegada a San Juan, precisamente en Santa Rosa Xajay; sin proponérselo, fueron también iniciadores del trabajo femenino en tiempos en que eso no era del todo bien visto.
Como la cerillera, las siguientes industrias que iniciaron actividades en San Juan del Río se formaron con capitales familiares, como fue el caso de los Peralta Díaz Cevallos, y poco a poco fueron naciendo industrias que ya contaban con una estructura no familiar. Según se establece en el libro de investigación “San Juan del Río, pasado y presente de la industria y sus actores”, editado por la Universidad Autónoma de Querétaro, hacia inicios del presente siglo, poco más del sesenta y cinco por ciento de las industrias sanjuanenses operaban bajo el formato de contratación gerencial, una circunstancia que empezó a tomar forma desde 1975. Un dato interesante que arroja el trabajo de investigación referido, es que la gran mayoría de los propietarios o directivos de estas industrias no son oriundos de San Juan, pero sí han decidido establecer ahí su residencia.
A la apertura de la Compañía Industrial Cerillera habrían de sumarse la Empacadora Tepeyac, la Fábrica de Conservas, Textiles Salas y Harinera Teide, todas antes que se diera en la capital del Estado la creación de la Zona Industrial Benito Juárez, a principios de los sesenta del pasado siglo, pero no fue sino hasta los ochenta cuando el despegue industrial de San Juan del Río se hizo evidente, ya no impulsada únicamente por personas en lo particular, sino por políticas públicas. Así se creó la zona industrial en una superficie de trescientas hectáreas sobre la carretera a Tequisquiapan, tras la expropiación de tierras ejidales.
La existencia de un corredor vinícola en la región y su carácter agrícola dio pie después a la industria para la elaboración de productos para el consumo humano. En ese ámbito se establecieron Cavas San Juan y el Grupo Martell, entre otras empresas.
Para fines del siglo XX, San Juan del Río contaba ya con 276 industrias asentadas en su territorio, de las cuales, casi cuatro decenas son grandes y más de ciento cuarenta microindustrias, con dos zonas industriales: el Parque Industrial San Juan, en la autopista México-Querétaro, y el Parque Industrial Valle de Oro, en la salida a Tequisquiapan.
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Aunque en el segundo municipio en importancia económica dominan las industrias maquiladoras, a partir de los ochenta del pasado siglo se han asentado seis industrias del giro papelero, seis de industria química. Kimberly Clark, Embotelladora de San Juan, la Sociedad Cooperativa Pascual, Cartones Ponderosa o Ceras San Nicolás, son algunos de los nombres de industrias que han convertido a San Juan del Río en un lugar de intensa producción en muy diversas áreas.
De todo ello da cuenta el libro mencionado con anterioridad y escrito por los investigadores Manuel Basaldúa, Carmen González, Lorena Osorio y Carlos Ramírez. Y todo empezó cuando la familia Salas se decidió por invertir en San Juan del Río. Luego vendrían muchos otros.